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Reportaje:CENTENARIO DE JULIO VERNE

Verne y el lector

Cómo puede ser que un modesto tendero de las letras se haya vuelto un clásico y se celebren sus centenarios y proliferen las biografías y estudios y se publiquen hasta sus borradores? ¿Tan acogedora es la literatura? ¿Tan indiferente a los méritos? Nadie se hace estas preguntas, y todos las responden con una tácita presuposición de antigüedad, de primitivismo, que vuelven a Verne en el inconsciente colectivo un escritor auroral, una especie de Homero de la novela. Pero las fechas lo ubican no entre los primeros sino entre los últimos y definitivos novelistas. El año que salía a la venta Veinte mil leguas de viaje submarino era el año de la publicación de La educación sentimental y La guerra y la paz. Y su obra, gracias a la laboriosidad póstuma de su hijo, se extendió hasta la época de Proust y Kafka.

Los lectores necesitan un mito de origen para su pasión de lectores. En el siglo XX, ese mito ha tenido en Julio Verne su figura más concurrida
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Fantasía Verne

¿O habrá que concluir que la literatura es traicionada sistemáticamente por su historia? Pero las fechas en el caso de Julio Verne son un detalle marginal. Sus novelas han llegado a funcionar como formaciones naturales, como montañas, mares y bosques de la literatura, paisajes que no están en la historia sino en la historia vital de cada lector. Se diría que Verne es un fenómeno de la recepción, o en términos menos académicos, de la lectura. Su aprendizaje lo hizo en el teatro (escribió y estrenó una docena de obras antes de empezar con las novelas), y el teatro era recepción pura e inmediata. Al pasar a la novela, y para recuperar la inmediatez de la respuesta, Verne recurrió al anacronismo biográfico del lector.

Con frecuencia, por no decir casi siempre, la lectura de sus libros se hace difícil de sobrellevar. Es preciso saltearse páginas, capítulos enteros, fatigosos rellenos de descripciones topográficas o turísticas, empalagosas escenas familiares, explicaciones innecesarias, desmesuradas preparaciones de lo previsible... No obstante, esos saltos tienen cierto encanto nostálgico porque mientras salta, el lector está pensando: "Todo esto yo lo leía línea por línea, religiosamente, cuando era chico, y me lo creía todo". Lo que creía, según la conjetura autobiográfica, es que estaba frente a la literatura; y nunca terminará de convencerse de que era un error, porque está convencido de antemano de que con Verne adquirió el hábito de la lectura, que lo llevó a los libros buenos de verdad. Todos necesitamos una historia, y el comienzo de una historia no puede ser menos verdadero que su desenlace.

Claro que esos saltos son virtua

les, porque no hay muchos lectores serios que lean a Julio Verne. En general, a Verne no se lo lee sino que se lo ha leído. El recuerdo, que también suele ser recuerdo virtual, simplifica el torpe fárrago y uno se queda con la fórmula de la aventura.

La fórmula que acuña el olvido del lector es más o menos la misma fórmula con la que empezó el autor. De una a otra, se elimina piadosamente el laborioso desarrollo novelístico, es decir la escritura, con lo que Verne queda entero en el campo de la lectura.

En realidad, nadie dijo que los libros de Julio Verne pretendieran ser novelas. Son más bien guiones para fantaseos infantiles, fórmulas de ensoñación. Ahí hay una economía que podemos admirar, y nos preguntamos si no habremos equivocado el camino en algún punto. En 1869, cuando se publicaban La educación sentimental y La guerra y la paz, terminaba una década que Flaubert y Tolstói habían dedicado íntegramente a escribir sus respectivas novelas, y en el mismo lapso Verne había escrito y publicado quince, entre ellas varias de las más exitosas. La liviandad veloz y eficaz de la fórmula se alza con una sonrisa de triunfo frente al esfuerzo sobrehumano con el que terminó identificándose la literatura.

Por supuesto, hay un argumento contundente: iban dirigidas a públicos diferentes. Las de Verne estaban explícitamente destinadas a "la juventud". Pero no es tan seguro que los niños o adolescentes hayan gozado o soñado tanto con sus libros. En ese punto, hay que creer en los testimonios de los lectores adultos, en sus recuerdos; y nunca estaría tan justificado como aquí el dogma freudiano de que todo recuerdo es encubridor. Lo único comprobable es el hecho de que los lectores necesitan un mito de origen, para su pasión de lectores. A todo lo largo del siglo XX, ese mito ha tenido en Julio Verne su figura más concurrida.

Si un mito funciona, tiene la ventaja de que no es necesario ir a ver. A Verne no es necesario releerlo, y ni siquiera leerlo.

En cuanto a los críticos, tienen

muchos motivos para ocuparse de Verne a despecho de la calidad. Les da la ocasión de escribir de un modo inventivo y poético, como sería peligroso hacerlo sobre un buen escritor. Es que con Verne no hay un texto que pueda desmentirlos, hay sólo fórmulas, células míticas a partir de las cuales la pluma puede ir rápido y lejos.

Otro motivo de atracción para críticos es su carácter sintomático, su ingenuidad para consigo mismo. El burgués europeo de la expansión colonialista, al que Verne representa con la fidelidad de un ejemplo de manual, tuvo una seguridad en la solidez universal de su pensamiento y acción como no la tuvo nadie antes ni después.

Esa seguridad tuvo como pilar la ciencia, a la que Verne recurrió como almacén temático y también como ideología de un positivismo optimista que apelaba al progreso y a la historia. Pero, fiel al anacronismo que lo constituye, la ciencia verniana es doméstica, recreativa, adánica, eternamente primitiva. Los vehículos, personajes, invenciones y utopías que pueblan sus novelas expresan la convicción de que la ciencia de su época ha realizado el futuro y la civilización ha llegado a un grado de perfección insuperable. La ciencia se volvió en sus libros la ciencia de la lectura. Era el presente, y sigue siéndolo en el mito personal del lector.

El escritor francés Julio Verne (Nantes, 8 de febrero de 1828-Amiens, 24 de marzo de 1905).
El escritor francés Julio Verne (Nantes, 8 de febrero de 1828-Amiens, 24 de marzo de 1905).

LIBROS ESENCIALES DE LA GALAXIA VERNIANA

Avances científicos, desbordante fantasía y espíritu aventurero conforman la trinidad literaria de Julio Verne. Son casi ochenta libros con historias en tierra, sobrevolando el planeta, en fondos marinos o en travesías por el universo. Una muestra de la amplia cultura y conocimiento del autor francés, de su pasión por la geografía y fascinación por el progreso y por avistar el futuro. Las siguientes son sus narraciones más populares en ediciones siempre vivas.

Cinco semanas en globo (1863). El univeso verniano repleto de espacios inexplorados y ansias de enfrentarse a lo desconocido ya queda reflejado en esta obra, la primera de las cuales el propio autor denominó "viajes extraordinarios". Quizá sea la primera visión de la Tierra a vista de pájaro y con descripciones detalladas y certeras de su geografía. A partir de esta novela alcanzó el éxito, un año antes había firmado un contrato con el editor Hetzel. (Espasa y Alianza).

Viaje al centro de la Tierra (1864). En Snaefells está el pasadizo para ir al mundo que esconde nuestro planeta en sus entrañas. Y es el nombre de un volcán de Islandia. Hasta allí llega el profesor Otto Lidenbrock en compañía de su sobrino donde les esperan fantásticas aventuras. Es uno de los libros que más desborda imaginación y que depara una cadena de increíbles sorpresas y hallazgos para el lector. (Alianza, Edaf y Anaya).

De la Tierra a la Luna (1865). El sueño eterno de llegar a la Luna, aunque por motivos espurios, es el eje de esta novela. Una visión premonitoria que 104 años después (1969) se haría realidad con muchas similitudes. (Alianza y Anaya).

Aventuras del capitán Hatteras (1866). Del viaje al espacio a la conquista del Polo Norte. Y en uno de sus escenarios preferidos: el mar y su mundo al que un día quiso pertenecer. (Ediciones B).

Los hijos del capitán Grant (1867). Primera parte de la trilogía que completan Veinte mil

leguas de viaje submarino y La isla misteriosa. Cóndores que raptan niños, gritos de horror, vientos traicioneros y un tropel de excitantes peripecias. (Gaviota y Edelvives).

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