Dos magos en apuros

Mal asunto cuando hay que recurrir a los estatutos para justificar las decisiones que se toman por la noche y remitirse a la luz del día siguiente al portavoz de la directiva para explicarlas a la gente. Xavier Cambra informó a mediodía de ayer que Joan Laporta había destituido a Josep Maria Bartomeu como responsable de la sección de baloncesto del Barça por "incoherencia institucional" cuando, en realidad, quiso decir que el presidente no podía permitirse que un directivo sentado a su lado le corrigiera y desmintiese públicamente para escarnio del barcelonismo.
Bartomeu asintió sin más desde la lejanía porque nunca se dio por cesado, sino que previamente había decidido suicidarse después de haber contado hasta cuatro cadávares en el Palau: Maceiras, Pesic, Valero y Montes. Ninguneado en cada reunión del consejo, se sintió valiente a la que advirtió que los periodistas con los que comparte jornada laboral en el Blaugrana atizaban al presidente por su menosprecio hacia la sección durante la presentación de Flores como entrenador. Bartomeu se dijo 'ésta es la mía' y se tomó cumplida revancha.
Laporta puso cara de espanto cuando oyó por megafonía un desahogo que se había negado a escuchar en privado y a nadie le extrañó que, harto de que en cada encuentro le recordaran el desafío de su directivo, pidiera día y hora al secretario del consejo para cortar la cabeza de Bartomeu. Llevado el asunto a una cuestión personal, se imponían soluciones individuales a un conflicto colectivo que amenaza con repetirse en el futuro con al menos otros tres directivos -Jordi Moix, Jordi Monés y Sandro Rosell- si el pleno directivo no reconduce a tiempo la situación.
Al igual que su amigo Rosell, Bartomeu pasa al bando de los ministros sin cartera, muy pocos ante los directivos afines a Laporta, que suman 13. Aunque está en su derecho, el presidente no puede aplicar la mayoría absoluta en cada discusión de la misma manera que la minoría no puede boicotear públicamente cada acuerdo de la junta. La falta de responsabilidad y de sentido de club de una y otra parte es tan manifiesta que la gobernabilidad del Barça se presenta difícil incluso a corto plazo, hasta final de curso, que es cuando parece que todos se han puesto de acuerdo para hacer inventario para no perjudicar mientras tanto la marcha del equipo.
Equipo y club son hoy curiosamente parientes porque sus dos estrellas son igual de cuestionadas. El Barcelona alcanzó la primera línea deportiva y mediática mundial a partir del carisma de Laporta y de Ronaldinho. Hoy, sin embargo, el mejor futbolista de 2004 no se reencuentra en el campo y el presidente que más votos consiguió en unas elecciones es cuestionado en su propia junta y en el Palau, que, a ojos del Camp Nou, aparece como si fuera la Galia.
Entregado al vicepresidente Ferran Soriano, que cuida de los números, y a su cuñado Alejandro Echevarría, que tiene a buen recaudo a los boixos, Laporta quiso asegurarse precisamente la continuidad vitalicia de Ronaldinho sin contar con Rosell, como si aparentara que no le necesitaba ni para un asunto deportivo, y se equivocó, entre otras cosas, porque fue su vicepresidente quien le consiguió al brasileño cuando Beckham prefirió el Madrid al Barça y se puso en marcha el círculo virtuoso.
Ronaldinho deslumbró a su llegada y su llama prendió tanto que se formó un equipo que le ha permitido ausentarse por un tiempo. La figura de Laporta fue igualmente capital en los comicios de 2003 y ha ido decreciendo con el tiempo. Llegados a tal punto, uno y otro necesitan ahora recuperar su capacidad para generar ilusión; para meterse en el equipo, el futbolista, y para no deshacerlo, el presidente.
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