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Columna
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Una mentira estadística

El estamento inmobiliario, sea en su componente empresarial como en la política, no suele gozar de buena prensa. O no de tan buena como le gustaría y cree merecer a la vista de cómo contribuye al progreso económico del país. A menudo se le reprocha que, además de consumir superficies ingentes de territorio, no es respetuoso con el paisaje, que malversa, obnubilado por los dividendos abundosos e inmediatos. No se puede tener todo: ganancias a porrillo y buena fama. Sobre todo, en aquellas áreas geográficas, como el litoral valenciano, en las que una explotación intensiva de montes, valles y playas ha desmantelado en buena parte su riqueza medioambiental.

Pero no todo ha de ser palos y críticas. Estos días se ha divulgado una noticia que habrá endulzado el cuerpo del mentado sector y de los organismos administrativos que lo tutelan. Según un estudio de la Unión Europea, la ocupación de suelo por habitante en esta Comunidad sólo es un poco superior a la media nacional española e inferior a la de otros países europeos, como Holanda e Italia. Los datos se refieren al periodo comprendido entre 1990 y 2002, lo que quiere decir que son meramente indicativos, pues habrán evolucionado en sintonía con la avalancha inmigratoria y la voracidad promotora. Ahora somos más los valencianos censados y los metros cuadrados construidos.

En todo caso, un observador ajeno y poco avisado deducirá que, a tenor de los datos aludidos, en el País Valenciano no se han cometido las atrocidades urbanísticas que con frecuencia se airean. Incluso los mismos indígenas podemos confortarnos sabiendo que la media de suelo urbano por habitante es de 204 metros cuadrados y aquí de tan sólo 216, lejos de Cantabria (245), Murcia (246) o Castilla-La Mancha (322), aunque levemente por encima de Cataluña (213). O sea, que estamos en línea y a la luz de estas cifras resultarían exageradas o demagógicas las protestas por la depredación del territorio que los ecologistas y asimilados suelen aventar. Nuestros promotores inmobiliarios y autoridades serían, pues, comedidas.

Y un churro, además de la yema del otro. No podemos asegurar que en este momento no sean comedidas, pero resulta evidente que no lo han sido y que los datos transcritos son engañosos, en tanto que generales y estadísticos. Su relativa moderación oculta el caos que ha significado entrar a saco y durante muchos años en la zona costera y en los parajes singulares, promoviendo urbanizaciones arquitectónicamente infames y sobresaturadas que han devastado los marcos naturales. Un fenómeno aflictivo e irreversible que puede prolongarse -ya se está a ello- en la colonización intensiva del interior del país, si no se ponen remedios disuasorios por lo contundentes.

Con esta anotación sólo pretendemos impugnar el efecto euforizante que puede desprenderse del estudio europeo al que nos hemos referido más arriba. Aquí se ha construido en esa medida, pero también con la densidad e irreverencia por el entorno que bien conocemos. De ahí la necesidad de que los responsables del territorio no se dejen desarmar por lo que parece una buena noticia. Todas las cautelas y rigores serán pocos para racionalizar el desmadre urbanístico que no puede camuflarse en los metros cuadrados per capita construidos. Es la famosa mentira estadística.

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