Editorial:

Pobreza y opulencia

La agenda de la reunión en Londres de los ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los siete países más ricos del mundo (G-7) había sido concebida casi monográficamente para impulsar la iniciativa del ministro británico, Gordon Brown, de reducción de la pobreza en África. Los otros temas son ya recurrentes: la estabilidad del dólar y la flexibilización del régimen cambiario chino. El plan de Brown no es del agrado de EE UU, mientras que los responsables franceses, alemanes e italianos mostraron una mayor cercanía a la propuesta. Se trata, en cualquier caso, de una propue...

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La agenda de la reunión en Londres de los ministros de Finanzas y gobernadores de los bancos centrales de los siete países más ricos del mundo (G-7) había sido concebida casi monográficamente para impulsar la iniciativa del ministro británico, Gordon Brown, de reducción de la pobreza en África. Los otros temas son ya recurrentes: la estabilidad del dólar y la flexibilización del régimen cambiario chino. El plan de Brown no es del agrado de EE UU, mientras que los responsables franceses, alemanes e italianos mostraron una mayor cercanía a la propuesta. Se trata, en cualquier caso, de una propuesta seria, y no de un nuevo ejercicio retórico como los que son habituales en el G-7.

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El impulso del comercio africano, a través no sólo de concesiones, sino de una eliminación de barreras, la reducción de la deuda a los más pobres y el aumento de la ayuda al desarrollo son constantes que, en desigual medida, integran cualquier iniciativa tendente a reducir las tensiones existentes en ese continente. La definición de un esquema similar al Plan Marshall de la posguerra europea es la esencia de la propuesta británica. Los Estados ricos deberían apoyar la financiación de los pagos pendientes de los países africanos al Banco Mundial, al Banco Africano de Desarrollo o al FMI. Para ello, este último podría proceder a la reevaluación de sus reservas en oro. La creación de una nueva Facilidad Financiera Internacional (IFF) para obtener financiación en los mercados de capitales con la que financiar esas ayudas forma parte del esquema.

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Con independencia del destino de esa o cualquier otra iniciativa, la integración en la economía internacional de esos países requiere de ayudas al despegue por parte de los más desarrollados. Así se ha puesto de manifiesto hace unos días en Davos y así lo aconseja la propia estabilidad del sistema de relaciones internacionales, no sólo las económicas. Las amenazas a la prosperidad de los grandes no derivan sólo de la reconducción de los tipos de cambio del yuan o del dólar hacia niveles más compatibles con la expansión del comercio, sino de la rápida reducción de la marginación de cientos de millones de personas de la dinámica de integración global.

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