Columna

Debates

Me pregunto estos días si era oportuno que los andaluces abriésemos un debate parlamentario sobre la reforma del Estatuto vasco. Los argumentos van y vienen, en una realidad contradictoria. Como ocurre con todos los asuntos complejos, más que una postura tajante sobre el sí o el no, acaba resultándome conveniente aclarar, aclararme, algunos detalles. Por ejemplo, no es extraño que los andaluces quieran debatir en su Parlamento cuando llevan años obligados a discutir sobre la identidad vasca en las cafeterías, en las oficinas y en sus casas. El asunto se ha vuelto tan aburrido, tan cansino, que...

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Me pregunto estos días si era oportuno que los andaluces abriésemos un debate parlamentario sobre la reforma del Estatuto vasco. Los argumentos van y vienen, en una realidad contradictoria. Como ocurre con todos los asuntos complejos, más que una postura tajante sobre el sí o el no, acaba resultándome conveniente aclarar, aclararme, algunos detalles. Por ejemplo, no es extraño que los andaluces quieran debatir en su Parlamento cuando llevan años obligados a discutir sobre la identidad vasca en las cafeterías, en las oficinas y en sus casas. El asunto se ha vuelto tan aburrido, tan cansino, que bien merece una guinda parlamentaria. Punto y final, y a ver si podemos discutir de otros asuntos más importantes, como los problemas que tienen la sanidad y la educación pública en su servicio a los ciudadanos. Sería conveniente recordar, al hilo del debate, que una educación pública debe formar ciudadanos, y nunca patriotas, ni creyentes. Los patriotas y los creyentes suelen someter su libertad a una verdad anterior a su propia conciencia. Consideran que hay algo de divino o de esencialista en las leyes que se imponen por derecho natural a los ciudadanos. Esta idea puede incluso afectar a los no creyentes, a los no nacionalistas, cuando hablan de las leyes con miedo, como si fuesen un altar intocable, y no una realidad en movimiento. Las leyes están al servicio de los ciudadanos, no los ciudadanos al servicio de las leyes.

Por otro lado, debatir sobre la reforma del estatuto vasco debería basarse en la idea clara de que el futuro de los vascos es un asunto que corresponde a los vascos, nacionalistas o no nacionalistas. El andalucismo ha cumplido en la historia un papel subsidiario de los nacionalismos del norte de España. No se trata sólo de que el andalucismo imite a catalanes y vascos, sino de que adquiere protagonismo cuando el Estado español necesita equilibrar tendencias separatistas del Norte con el sentimentalismo nacional del Sur. Esta reacción, que cumple su papel, tiene también un peligro. Que los parlamentos autonómicos de España se dediquen a debatir el Plan Ibarretxe facilitará a los nacionalistas vascos la idea interna de que hay un problema entre el País Vasco y España, cuando en realidad el problema real se produce entre vascos, entre independentistas, nacionalistas moderados y no nacionalistas vascos. Conviene recordar que el futuro de los vascos es asunto de los vascos, de todos los vascos. Lo que no tengo tan claro es que su pasado sea también un asunto suyo. Más que cuando hablan del futuro, sobre el que tienen todo el derecho de la discusión política, los nacionalistas vascos me incomodan al hablar de su pasado. Como todos los patriotas, construyen la leyenda de la historia con una colección de falsedades inasumibles. Un andaluz, que ha visto las estaciones de sus ciudades, en los años sesenta, llenas de amigos y familiares obligados a emigrar a Bilbao o a Barcelona para huir del hambre, no puede admitir con calma que las víctimas del franquismo fuesen los catalanes y los vascos. Quien quiera discutir con libertad sobre el futuro debe dejar de mentir sobre el pasado. Claro que, entonces, las conclusiones no son las mismas. En fin, detalles que hay que tener en cuenta para participar en un debate confuso.

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