Cuestión de concepto
Todo el mundo está a favor de la diversidad cultural, incluidos aquellos que quieren fabricarla y venderla en exclusiva. Las razones de esa falsa unanimidad son varias pero entre ellas es importante señalar cómo se ha desdibujado la noción misma de cultura. Hoy día es frecuente oír hablar de "la cultura del Real Madrid" o utilizar el término para referirse a la forma de organización de una empresa. Tampoco faltan quienes, en nombre de la "autonomía creativa", consideran que la cultura, el proceso de su elaboración, no tiene nada que ver con el de su posterior comercialización y, por consiguiente, si bien es aceptable ayudar a la producción nacional, no merece en ningún caso que se le asegure y reserve un espacio de difusión por la vía de las cuotas de pantalla, de la difusión radiofónica o de los porcentajes en la programación de televisión. "Una película busca una entrada en taquilla, tanto si se trata de un filme de gran empeño artístico como de una cinta que sólo anhela ganar dinero", dicen quienes no establecen un corte claro entre la creación y su comercialización.
Otros países y expertos, en nombre de la "identidad cultural", concepto que nadie cuestiona, quieren tener derecho a fomentar y defender tradiciones que atentan contra los derechos humanos, ya sea alegando el enraizamiento de ciertas convicciones religiosas o reivindicando la continuidad de una concepción antropológica que puede justificar, por ejemplo, la lapidación como práctica "cultural".
No todo vale ni en nombre de la cultura, ni en el de su diversidad o el de su identidad. Lo sensato sería divulgar y apoyar los saberes imprescindibles, los conocimientos y reflexiones acumulados a lo largo de la historia de la humanidad y que han demostrado su valor e interés, respetando las distintas civilizaciones de las que han surgido y aplicándoles las limitaciones propias de todo aquello que atente contra las derechos humanos, contra su dignidad e igualdad. Coadyuvar a sentar las bases de un territorio universal en el que la diversidad de costumbres, tradiciones y culturas, no permita la humillación, el trato indigno o la crueldad desde la convicción de que el respeto y la defensa de los seres humanos es condición previa e inexcusable para cualquier forma de creación cultural.
Ya en terrenos menos altisonantes, como son los que imponen o definen las leyes del libre mercado, el debate puede y debe utilizar conceptos de todo tipo, desde los abstractos y teóricos hasta los más pragmáticos, pero de tal manera que la demagogia, el ilimitado mercantilismo o los privilegios injustificados impidan ver el bosque de la cultura, que también es industria.
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