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Entrevista:ANA IRÍBAR | Viuda de Gregorio Ordóñez | LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO

"Nuestra única venganza es la justicia"

Tal día como mañana de hace 10 años, ETA mató a su marido, Gregorio Ordóñez, concejal del PP en San Sebastián. Ana Iríbar tenía entonces 31 años y un hijo de 14 meses. Él la había llamado para decirle que almorzaría fuera. Y ella recuerda que tenía al niño en brazos y que la radio estaba encendida, que el locutor dijo algo de un atentado en la Parte Vieja y que no necesitó escuchar más. Apagó la radio y soltó a su hijo: "No le quería transmitir la amargura que estaba empezando a sentir".

Luego hay un periodo de tiempo que Ana apenas recuerda, unas horas, tal vez unos días. Es justo el momento que mejor recogen los periódicos de entonces. La conmoción, las largas colas ante la capilla ardiente, el entierro multitudinario y las palabras de condena. Cuando la memoria se hace nítida otra vez, Ana se ve sola, en las calles de su ciudad, empujando el cochecito de su hijo Javier. "Me cambió la vida y me cambió el paisaje. Seguí viviendo en la misma ciudad, pero ya no era la misma; seguí cruzándome con las mismas personas, pero ya no eran las mismas. Yo creía que, después de que mataran a mi marido, el mundo se iba a detener, que los autobuses dejarían de circular y la gente dejaría de ir al trabajo, pero resultó que no. La ciudad se me volvió agresiva. Las madres con las que yo me encontraba a diario en el parque dejaron de saludarme. Me sentí como un fantasma, como una persona que pasea por la calle y a la que todo el mundo mira, pero para la que nadie tiene un mínimo gesto de cariño, un apretón de manos. Aquello fue desolador, tan tremendo que añadió más dolor al que ya tenía. Y yo me preguntaba: ¿qué está pasando aquí?".

"Las madres con las que me encontraba a diario en el parque dejaron de saludarme. Me sentí un fantasma"
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Han pasado 10 años y Ana Iríbar está sentada en una cafetería de Madrid. Éste, que podría parecer un dato intrascendente, es, sin embargo, fundamental en esta historia. En cuanto Ana encontró la respuesta a la frialdad de sus vecinos -"me dejaron de saludar por miedo, sólo por miedo"- se marchó de San Sebastián. "La sociedad vasca ha vivido muchos años sometida al miedo, que es el objetivo que ha perseguido el terrorismo. ETA sabía muy bien que matando a uno conseguía amedrentar a 100.000 o a un millón. Por eso mataron a Gregorio. Él decía bien alto y bien claro lo que otros muchos callaban, lo que aun hoy otros muchos se siguen callando. ETA lo sabía y por eso lo mató. Si bien es verdad que esa estrategia de matar a uno para que otros muchos se amedrenten también ha dado resultado. Si no, ¿por qué esa frialdad con las víctimas? A mi cuñada Consuelo [hermana de Gregorio Ordóñez] y a Cristina Cuesta [hija de otro asesinado por ETA y activista de la plataforma ciudadana Basta Ya] les dijo el dueño de un bar que dejaran de ir a tomar café. Otros clientes se habían quejado. Su presencia allí les podría traer problemas...".

De hecho, la semana pasada, cuando Ana Iríbar acudió a San Sebastián para presentar el acto que hoy honrará la memoria de su marido, se dio cuenta de que en la mesa, frente a los periodistas, estaban otras tres personas que, como ella, no habían podido soportar tanta presión y habían puesto tierra de por medio... El nuevo exilio vasco con nombres y apellidos. "Es tremendo, pero nos hemos ido muchísimos. Creo que somos 200.000 las personas que hemos abandonado el País Vasco. Yo me encuentro a gente así todos los días. Gente que no conozco. Estas navidades, en la cola para comprar turrón, una señora me dijo: 'Yo también soy vasca, y también me tuve que ir'. Y el otro día conocí a la abuela de un chaval del colegio de mi hijo. Era la viuda de un empresario que se tuvo que marchar porque no estaba dispuesto a pagar el impuesto de ETA...".

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La conversación siempre vuelve a Javier. Ana recuerda que fue a los cuatro años cuando su hijo -"que es igual de tenaz que su padre"- no se conformó con el recurrente "papá está en el cielo" y se empeñó en saber más. "Me preguntó que cómo había muerto su padre y le tuve que decir que a su padre lo habían matado. '¿Y por qué? ¿Y quién? ¿Y dónde está el asesino de mi padre...?' Mi hijo era muy pequeño, pero le tuve que explicar las cosas, dejándole muy claro que no hay que querer para los demás lo que no se desea para uno mismo, que nosotros somos demócratas, que la única venganza a la que podemos aspirar es la justicia. Se lo iba explicando a mi niño y a la vez me lo iba diciendo a mí misma. También yo tenía que hacer un esfuerzo por entender...".

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