El culto al esplendor
Posiblemente resulte un anatema publicar en estos tiempos inmisericordes un ensayo dedicado a algo aparentemente tan innecesario, pero para el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, que siempre asiste a los acontecimientos desde su discutido contexto antidogmático, lo que ahora se está desarrollando es una nueva cultura del lujo, compatible con la democracia, con la libertad, con lo moderno. De ahí que afirme que la posmodernidad haya devenido en hipermodernidad, en una satisfacción del porvenir que principalmente se evidencia en el hipermercantilismo. A pesar de las aparentes transformaciones, se vive una magnificación y reaparición de las antiguas buenas costumbres, del valor del patrimonio heredado, en una exaltación de la lógica del espíritu del goce, que para el autor no comporta nada nocivo, en tanto que "no provoca ni la decadencia de las ciudades, ni la corrupción de las costumbres, ni la desgracia de los hombres".
EL LUJO ETERNO
Gilles Lipovetsky y Elyette Roux
Traducción de Rosa Alapont
Anagrama. Barcelona, 2004
205 páginas. 14 euros
El lujo eterno reagrupa los principales vectores del pensamiento lipovetskiano, como el deslizamiento de lo efímero, la moda como quintaesencia del consumo, la relación privilegiada de la mujer con la voluptuosidad de los sentidos estéticos. En su participación, subtitulada Lujo eterno, lujo emocional, incide en el hecho de que el lujo deja de ser un privilegio y pasa a ser una necesidad de representación cuando deja de pertenecer al mundo de lo sagrado y del orden jerárquico; el primigenio sistema del potlach indígena, basado en el intercambio de dádivas, o el evergetismo grecorromano, fundamentado en un derroche de donaciones públicas, desvanecían las reinantes relaciones de competencia, dominación y odio, o la tendencia a que una minoría acumulase toda la riqueza, dando paso a "un intercambio simbólico y suntuario que instituyó la primacía de lo social sobre la naturaleza, de lo colectivo sobre las voluntades particulares".
¿En la actualidad se puede
seguir afirmando que el lujo es el disfrute de la belleza de lo eterno, o en todo caso, que lo bello es igual a lo lujoso? La inconsistencia de lo transitorio lleva a vincular paradójicamente el lujo con la creación de belleza, con el culto a lo antiguo y al presente fugaz, en una yuxtaposición de los contrarios, donde coexiste el prestigio con la practicidad, según Elyette Roux, quien en su aportación Tiempo de lujo, tiempo de marcas, aborda la taxonomía del consumo del lujo desde una fría objetividad, destacando también la remodelación del lujo, cuya etimología remonta no sólo al acto de "crecer en exceso" pero también al de la lujuria. De ahí que moda y lujo se den la mano. La moda ha insuflado al lujo de la necesaria modernidad, lo libera del pasado y lo hace transitorio, le otorga movilidad.
Hoy el lujo se ve justificado por un neoindividualismo, en cuya concepción no importa como antes la imagen clasista, sino la promoción personal, el privilegio de ser reconocido como diferente al resto, deslumbrante en su apariencia no de riqueza sino de juventud, de libertad de elección. Es además el espectáculo de la nada, donde el esfuerzo artístico es canjeado por las hazañas deportivas y de alto riesgo, un territorio dominado (patrocinado) por las marcas como emblema de lo único, en una búsqueda de la identidad a través del último refinamiento, por la necesidad de originalidad y la creación de nuevas tendencias, por fervor a una estética que se opone al "totalitarismo de lo económico".
Alejado de sus contundentes análisis rehabilitadores de la ética, plasmados en La era del vacío o El crepúsculo del deber y más afín a la anatomía del consumo de El imperio de lo efímero, libros brillantes que le brindaron el merecido reconocimiento internacional, ahora Lipovetsky escribe cada vez menos y si bien mantiene intacta su incisiva prosa, en lo relativo a la exposición prefiere aglomerar, polinizar, entrecruzar sus ideas, como en este caso con las de la economista Elyette Roux, para remarcar quizá la propia coyuntura endogámica del momento histórico o, tal vez, parafraseando a Chanel, que la historia pasa, el lujo permanece.

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