Editorial:

China amenaza

Las advertencias de China a Taiwan sobre las consecuencias de perseguir su independencia no son nuevas. Pero la última, materializada en un informe sobre política de defensa, apunta inequívocamente hacia la guerra. Y sigue al anuncio de que el Parlamento chino debatirá en marzo, vale decir aprobará, una ley antisecesionista en la que presumiblemente se detallarán las circunstancias bajo las cuales Pekín iniciaría una acción militar contra la que considera provincia rebelde.

Esta peligrosa escalada tiene mucho que ver con la actitud del presidente taiwanés, Chen Shui-bian, dedicado impul...

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Las advertencias de China a Taiwan sobre las consecuencias de perseguir su independencia no son nuevas. Pero la última, materializada en un informe sobre política de defensa, apunta inequívocamente hacia la guerra. Y sigue al anuncio de que el Parlamento chino debatirá en marzo, vale decir aprobará, una ley antisecesionista en la que presumiblemente se detallarán las circunstancias bajo las cuales Pekín iniciaría una acción militar contra la que considera provincia rebelde.

Esta peligrosa escalada tiene mucho que ver con la actitud del presidente taiwanés, Chen Shui-bian, dedicado impulsor de una retórica proindependentista. Reelegido en marzo por un estrecho margen, ha utilizado la campaña para las legislativas celebradas este mes -en las que su partido nacionalista no ha conseguido la mayoría esperada- para plantear una radicalización constitucional de la separación entre los dos países. Taiwan -oficialmente República de China- es de hecho independiente, pero su anacrónica Constitución de 1948 sugiere que es parte de una hipotética China no comunista. Chen pretende adoptar una nueva Constitución por referéndum en 2006 e intentar formar parte de la ONU con el nombre de Taiwan, entre otras cosas.

Esta miscelánea forma parte de una acrisolada batería de gestos sin posibilidad de convertirse en hechos. Ni Taiwan ingresará en la ONU mientras Pekín tenga derecho de veto ni se someterá previsiblemente a consulta una nueva Constitución que asuma la independencia de la isla, toda vez que se necesita un 75% de votos parlamentarios, imposible de conseguir. En última instancia, Chen se abstendrá de pasar al papel unos propósitos que podrían significar la guerra con el coloso al otro lado del estrecho. Un enfrentamiento por el que tampoco está China, sabedora de que devastaría su economía y la reputación cuidadosamente labrada como emergente superpotencia responsable.

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Pero Taiwan es un conflicto emotivo y volátil y sería suicida minusvalorar la escalada de Pekín y Taipei. Washington, directamente implicado, no lo hace. Taiwan depende del sostenido apoyo estadounidense. Bush es el garante último de la independencia efectiva de la isla, además de su proveedor militar, pero bajo ningún concepto está dispuesto a dejarse arrastrar en su nombre a un eventual choque armado con China, una potencia nuclear. De ahí que la Casa Blanca haya pedido al presidente Chen que modere sus excesos. Por debajo de la propaganda está el hecho de que ambos enemigos históricos persiguen un rearme a ultranza.

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