Un lector del lector

SIGUIENDO LA célebre rima de que a un poeta se le paga mejor por comentar sus libros que por escribirlos, cabría decir que, de ciertos escritores, antes saldrá en el papel cuché su asistenta que su obra. Fue el caso de Jovita Iglesias, coautora de Los Bioy (Tusquets), y lo está siendo el de Epifanía Uveda, coautora de El señor Borges (de próxima aparición en Edhasa). Este tipo de biografías privilegian la alcoba frente a la biblioteca y parecen tejidas para destruir en la cocina lo construido en el escritorio. No es el caso de Con Borges (Alianza), escrito por Alberto Manguel, traducido por Eduardo Berti y acompañado de fotos de Sara Facio. Fiel a las reglas de ese subgénero del retrato memorialístico que los anglosajones llaman memoir, Manguel recuerda los cuatro años (de 1964 a 1968) en que, como tantos otros, leyó en voz alta para un Borges prácticamente ciego. Entramos, pues, de su mano en la intimidad de alguien conocido por enorgullecerse no de los libros que había escrito sino de los que había leído. Y más aún, de los que había dejado de leer: "Jamás se sintió obligado a leer un libro hasta la última página", dice Manguel. Y más adelante: "Uno podría construir una historia perfectamente aceptable de la literatura basándose tan sólo en los autores que él despreciaba". Ni hagiografía ni filípica, Con Borges contiene una introducción escueta y rigurosa a una obra ("ningún escritor fue tan importante como él para cambiar nuestro vínculo con la literatura") y un retrato en el que la admiración no ha embotado el sentido crítico.