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Reportaje:VIAJES

De viaje con Papá Noel

O San Nicolás. O Santa Claus. Forjó su leyenda en Nueva York, el centro de Europa o el Polo Norte. Éste es un recorrido por la historia y los destinos de un personaje sin patria ni idioma.

Sobre Santa Claus, el símbolo más universal de la Navidad, hay más de una sorpresa. Un mito que, al encarnar las esencias abstractas y profanas de esta celebración, sirve por igual a gentes de creencias y etnias muy distintas en todo el mundo. Seguirle la pista resulta apasionante, casi un ejercicio de investigación policiaca. Primera parada: la actual Turquía, concretamente su costa mediterránea, en Patara. Allí nació y vivió, a caballo entre los siglos III y IV, un tal Nicolás, que quedó huérfano muy joven y heredó una gran fortuna. Convertido en arzobispo de Myra, cuenta la tradición que asistió al concilio de Nicea (año 325) y, sobre todo, que aprovechó sus bienes para remediar necesidades ajenas. Enterrado en la isla de Genile, a unos 40 kilómetros del mar, pronto su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje. Los hallazgos arqueológicos lo reafirman: en la isla han aparecido restos de cinco templos de los siglos IV al VI, además de edificios eclesiásticos y una calzada de peregrinos. Los turcos actuales son muy respetuosos con estos vestigios cristianos.

En la ciudad de Myra (Demre-Kale es su nombre actual) puede verse una sencilla basílica dedicada al arzobispo, y en Patara, una puerta monumental de época romana. En la Edad Media, Genile era conocida como isla de San Nicolás, y el santo era objeto de especial devoción entre las gentes del mar. Unos marinos italianos, queriendo alejar su sepulcro de manos sarracenas, se llevaron el cuerpo (o más probablemente sólo unas reliquias) a Bari, en 1087. Allí, la fama de san Nicolás de Bari continuó aumentando.

Los prodigios en torno a san Nicolás tienen casi siempre que ver con el número tres. Tres niños habían sido descuartizados, puestos en salmuera y guisados en una hambruna: san Nicolás juntó los trozos y devolvió la vida a los pequeños. Un padre con tres hijas pensó en prostituirlas para salir de la miseria: san Nicolás arrojó por la ventana de su casa tres bolsas de oro, que fueron a las medias que las muchachas habían puesto a secar delante de la chimenea, evitando con esta dote su perdición… Se convirtió en abogado especial de los niños, pero también de los necesitados de un golpe de fortuna. Es decir, pasó a ser el santo del dinero y de los negocios bastante antes que el fetiche san Pancracio o el santo de los banqueros, el tardío san Carlos Borromeo.

El aura de san Nicolás se extendió por toda Europa. En aquel tiempo calamitoso, la devoción y los templos del santo crecieron como la hiedra. Hay constancia, por ejemplo, de que en Holanda se alzaban en el siglo XIII más de veinte iglesias dedicadas a san Nicolás, ya por aquel entonces una de las cuatro o cinco imágenes más populares y mimadas entre la feligresía católica. Cuando en 1969 el papa Pablo VI hizo limpia de santoral, no pudo con éste, borroso y legendario, con santuarios y devotos por todo el mundo.

Una carrera paralela, incluso más ventajosa que la del santo católico, fue la del Nicolás ortodoxo. En el culto oriental, el obispo asiático empezó a venerarse a poco de su muerte, llegando a ser nada menos que patrón de Todas las Rusias, cuyo nombre portaban con orgullo algunos de los últimos zares. La riqueza artística de los iconos ortodoxos a él consagrados nada tiene que envidiar a la iconografía occidental.

El siguiente paso fue que el patrono de los niños y de la buena fortuna terminara teniendo que ver con algo que empareja ambas cosas: los mercadillos de Navidad. Se tiene constancia de ellos en fechas muy tempranas. Un documento de 1310 menciona un mercadillo de San Nicolás en la ciudad alemana de Múnich. Además cargó con la tarea de ser el repartidor de regalos que aflora en todas las culturas coincidiendo con los ciclos anuales de renovación. Así, sustituyó a figuras paganas como la bruja buena Befana, o los germánicos Berchta y Knecht Ruprecht. Pero no era lluvia a gusto de todos: a la Reforma protestante no le hacía mucha gracia lo del culto a los santos, de manera que poco a poco aquellos mercadillos pasaron a llamarse Christkindlmarkt, del Niño Jesús.

Alguien más hace sombra a Nicolás en eso del reparto de regalos. Hablamos, claro está, de los tres Reyes Magos, tan nebulosos y míticos como el obispo oriental, si no más. Lo curioso es que, siendo tan populares en España, su sepulcro se encuentre en el feudo de su competidor: concretamente en la catedral de Colonia, a ellos dedicada. Y no menos paradójico resulta que sea desde España de donde sale cada año el barco de san Nicolás para llegar a sus dominios por excelencia, los Países Bajos.

Quien haya vivido en esta zona la llegada de san Nicolás, poco antes de su fiesta (6 de diciembre), nunca podrá olvidar semejante alboroto. Sinterklaas arriba en barco, procedente de Alicante -en ciudades sin mar, como Bruselas, aparece en helicóptero-. En Holanda, oficialmente, cada año hace su entrada en una ciudad distinta, pero lo cierto es que ningún diciembre falta a su cita con los niños en Amsterdam. El ambiente es contagioso: en torno a los muelles, presididos por el templo barroco del santo, junto a la estación central, la música y cantos navideños caldean los ánimos. De pronto suenan unos cañonazos… En alguna parte se ha producido el desembarco, y los gritos infantiles de "¡Sinterklaas, Sinterklaas!" se vuelven atronadores.

Enseguida aparecen varias barquitas: Sinterklaas saluda desde una llamada Spanje (España); otras, de nombre Alicante o Madrid, transportan a sus fámulos, los zwarte Piet (negro Pedro), pintados de betún y cargados de cajas, alegres y traviesos. Sinterklaas, con capa y mitra rojas ribeteadas de armiño y el báculo episcopal, es recibido por el alcalde, y enseguida monta en su caballo blanco Schimmel, con el que recorre calles y canales, mientras los pajecillos arrojan caramelos. Al llegar al Ayuntamiento se dirige a la infantil feligresía. Esa noche, cuando los niños duerman, Sinterklaas y sus acompañantes recorrerán los tejados, descenderán por las chimeneas y dejarán regalos en los zapatos.

San Nicolás también llega a países como Chequia o Hungría, que recibieron la tradición vía Alemania. Fueron los colonos holandeses los que, en el siglo XVII, exportaron la figura de Sinterklaas a Nueva Amsterdam, es decir, a Nueva York. Allí el poliédrico obispo sufrió una nueva alteración de identidad, más profunda si cabe que la medieval. De Sinterklaas a Santa Claus. De mitra y capa roja ribeteada de armiño a bombachos y un gorro de nieve rojiblancos. El prelado de barbas venerables se transforma en un vejete simpático y gordinflón. Todavía en la historia de Nueva York que escribe en 1809 Washington Irving, el viejo Claus aparece a lomos de caballo, pero ya sin ayudantes negros.

Fue después, entre 1860 y 1880, cuando el dibujante Thomas Nast, en ilustraciones para la revista Harper's, cambia el caballo por un trineo tirado por renos voladores. Nast cuida al detalle, como lo hubiera hecho un monje pintor de iconos, los modos y maneras de Santa Claus. Es más, aventura detalles decisivos, como indicar que tenía su guarida en el Polo Norte, y que desde allí vigilaba la conducta de los niños para saber a qué atenerse a la hora de repartir los regalos. La Coca-Cola, hay que admitirlo, contribuyó con sus anuncios a la globalización absoluta del icono. Ya de rojo y blanco, y con sabor genuinamente americano.

Llegados a este punto, no cuesta mucho reconocer al viejo san Nicolás en Papá Noel, o Papá Navidad. Traducido como Père Noël en Francia, Father Christmas en el Reino Unido, Julenisse en Escandinavia o Joulupukki en Finlandia. Por cierto, ha sido este último país el que más tajada ha sabido sacar del personaje. Un tipo listo, un locutor de Radio Finlandia, descubrió en 1927 que, efectivamente, tal y como había apuntado el dibujante Nast, Joulupukki vivía "desde siempre" en el Polo Norte. Y para estar al tanto de los comportamientos infantiles a escala planetaria, su centro de operaciones no podía ser otro que el Monte Oreja, o sea, Korvatunturi. Por entonces la radio tenía mucha fuerza, y todo el mundo dio por sentado que el hogar de Santa Claus se encontraba en Laponia.

En Rovaniemi, la capital de esa región, dentro ya del Círculo Polar Ártico, han cambiado mucho las cosas desde entonces. Un flamante conjunto de edificios tipo chalé de cuento, a unos ocho kilómetros del centro, acoge el taller de regalos y oficinas de Santa Claus. Allí recibe las cartas que le dirigen millones de niños de los cinco continentes (sólo le da tiempo a contestar, por sorteo, a la décima parte de las que llegan). También acuden miles de curiosos, en centenares de vuelos chárter. Papá Noel los atiende graciosamente todos los días del año, y además los visitantes pueden conseguir (rellenando unos papeles y previo pago de unos pocos euros) una foto con el mismísimo Santa Claus. O incluso que éste envíe una felicitación personalizada, o un regalo, a quien indique el solicitante.

A unos 500 metros de este recinto se abrió hace un lustro el parque temático Santapark, alojado en el vientre de una colina. Fue diseñado por un experto inglés, pero se acaba de renovar para cambiar algunos componentes (plásticos, sobre todo) por otros más naturales y acordes con el entorno. Su peculiaridad radica en que ha sido pensado realmente para niños menores de diez años, no como otros parques donde se divierten los mayores tanto o más que los chicos.

Complejos lucrativos al margen, Joulupukki sigue visitando en persona cada hogar finlandés el día de Nochebuena. Antes de entrar pregunta: "¿Hay niños buenos en la casa?". "¡Síiii!", es la respuesta invariable de los aludidos, que, tras cantarle algún villancico, reciben sus regalos el día de Nochebuena.

En Holanda, la tierra de Sinterklaas, ocurre ese día algo parecido, pero con el Kerstman: un Papá Noel que resulta ser un desdoblamiento de Sinterklaas, y que llega a su cita con los pequeños aproximadamente un mes después del original. Los niños holandeses tienen asumido que se trata de dos personajes distintos. Después de tanta mutación histórica, esta esquizofrenia debe de parecerle peccata minuta a san Nicolás, tan lejos ya de su propia verdad.

Obispo nebuloso o duende bienhechor, Santa Claus es un mito que recorre de principio a fin la crónica de Europa, en Oriente y en Occidente. Pocos corredores de fondo han conseguido mantenerse tan campantes. Aunque para eso haya tenido que sufrir algunos trastornos de identidad. Lo cierto es que el mito ha roto su cordón umbilical con lo sagrado, y es en efecto un fenómeno profano y festivo, un cliché sin patria y sin idioma, que emite a lo sumo el gutural y tontorrón "¡Ho, ho, ho!". Por eso, precisamente, es más universal que nunca.

San Nicolás, como obispo, en el barco 'Spanje' ('España'), procedente de Alicante.
San Nicolás, como obispo, en el barco 'Spanje' ('España'), procedente de Alicante.

Guía práctica

Viajes al hogar de Santa Claus: por primera vez en España, con motivo del fin de año, la mayorista Catai (www.catai.es) dispondrá un vuelo regular de Finnair directo desde Barcelona a Rovaniemi, en un moderno Airbus A320. El paquete de siete días (seis noches) incluye los vuelos, los traslados al aeropuerto, las guías en castellano, seis noches en hotel de cuatro estrellas con desayuno buffet, excursión a la aldea de Santa Claus, cena Fin de Año y fiesta con fuegos artificiales… además de seguros de viaje, sorpresas y regalos. Salidas, el 27 de diciembre (a las 11.50 y a las 17.35), y regreso, el 2 de enero. Precio por persona: adultos, 1.296 euros; niños (2 a 11 años), 924 euros. En agencias.

Politours (www.politours.es) ofrece el paquete Fantasía lapona, de cinco días (cuatro noches), con avión ida y vuelta desde Madrid o Barcelona a Kemi y regreso desde Rovaniemi: una noche de hotel en Kemi y tres noches en Rovaniemi, con desayuno, billete de tren de Kemi a Rovaniemi, tres almuerzos y crucero en rompehielos Sampo, visita a la aldea de Santa Claus y a las granjas de renos y perros husky en motonieve, seguros e información. Desde 1.630 euros por persona. En agencias.

Dimensiones (www.viajesdimensiones.com) lanza varias opciones: fin de semana en Rovaniemi, con dos noches en hotel de cuatro estrellas, avión desde Madrid o Barcelona y seguros, desde 731 euros por persona (safari en motonieve al Círculo Polar, 135 euros; safari nocturno en motonieve, 150 euros). Safaris en el corazón de Laponia: vuelos y traslados al aeropuerto, tres noches en hotel de cuatro estrellas en Rovaniemi, dos almuerzos, visita a la aldea de Santa Claus y dos excursiones en motos de nieve, desde 1.460 euros por persona. En agencias.

Viajes a mercadillos navideños: la mayorista Politours (www.politours.es) propone durante este mes de diciembre paquetes a algunas de las ciudades alemanas más célebres por su mercadillo navideño. A Múnich: tres o siete días, en vuelo regular operado por Lufthansa, dos o seis noches de estancia en el hotel escogido en régimen de alojamiento y desayuno, seguro de viaje (no se incluyen traslados ni tasas de aeropuerto), desde 360 euros la estancia de dos noches (desde 544 euros la de seis). A Nuremberg: tres o siete días, incluyendo viaje de ida y vuelta en vuelo regular, más dos o seis noches de estancia en el hotel escogido en régimen de alojamiento y desayuno, y seguro de viaje (no se incluyen traslados ni tasas), desde 400 euros las dos noches (556 euros la estancia de seis noches). En agencias.

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