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Tribuna:
Tribuna
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¿Reyes latinos? Pistas para superar los estereotipos

Los autores, investigadores del fenómeno de las bandas juveniles, que han protagonizado preocupantes noticias en Cataluña, describen la historia y los motivos de su emergencia

Nuestra meta es salvaguardar y fortalecer

la existencia latina de nuestra gente y de nuestros ancestros.

Latin King Bible

Llaman violento al río impetuoso,

pero a las orillas que lo comprimen nadie las llama violentas.

Bertolt Brecht

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Los Ángeles, 1942. Zoot suit, la película del director M. Valdez (1983), cuya versión española se distribuyó con el significativo título de Sangre latina, retrata una historia verídica: el caso de Henry Reyna, un joven detenido el mismo día en que se había alistado en la Marina, bajo la acusación de homicidio. El filme empieza en un dancing club donde la pandilla de Henry baila alocadamente al ritmo del mambo y el swing. Hablan un extraño caló (mezcla de spanglish y argot mexicano) y van vestidos de manera extravagante, el famoso vestuario zoot-suit. Son pachucos, característica subcultura juvenil difundida a principios de la década de 1940 entre los jóvenes mexicano-americanos de California: "Brillan como diamantes, son reyes latinos". Después de ser insultados por jóvenes marines blancos, escapan a una fiesta donde se produce un asesinato. Pese a la falta de pruebas, Henry es apresado, juzgado y declarado culpable. El fiscal llegó a atribuir su agresividad "al elemento indio que ha venido a Estados Unidos en gran número, el cual a causa de sus antecedentes culturales y biológicos era propenso a la violencia". La imagen del pachuco se convirtió en un demonio popular para la sociedad angloamericana. Pero entre los mexicanos pasó a ser un símbolo de identidad. En El laberinto de la soledad (1950), Octavio Paz considera el pachuquismo "uno de los extremos a los cuales puede llegar el mexicano", respuesta distorsionada y hostil frente a una sociedad que los rechaza; intento de recrear una "identidad" que se convierte en "disfraz que lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla; lo oculta y exhibe".

Los problemas se centran en los adolescentes cuya primera escolarización se produjo en su país de origen. Carecen de espacio educativo y laboral
Los Latin Kings nacen en Chicago, donde al final de la II Guerra Mundial confluyen diversos 'gangs' de puertorriqueños, dominicanos, cubanos...

Nueva York, 1986. Al mismo tiempo que surgen los pachucos en California, nacen los Latin Kings (LK) en Chicago, donde al final de la II Guerra Mundial confluyen diversos gangs de puertorriqueños, dominicanos, cubanos, etcétra. No es hasta finales de los ochenta cuando la banda aparece en la escena pública y se difunde por otras zonas del país. La constitución del "capítulo" de Nueva York, en la prisión de Collins en 1986, resulta de particular importancia. Un joven preso de origen cubano (conocido por el seudónimo de King Blood) entra en la banda y se erige en líder supremo. En 1996 se elige a un nuevo líder (King Tone), que empieza a dar a los LK una dirección más política, centrada en la vindicación de la identidad latina y la condena de la brutalidad policial (Kontos, 2003). La banda (en realidad una compleja confederación de grupos locales) es rebautizada con el nombre de Almighty Latin King Nation (Todopoderosa Nación de los Reyes Latinos) y después se añade la versión femenina (Latin Queens). A partir de entonces se empiezan a generar una serie de producciones culturales que desembocan en la Biblia LK (compilación de textos generados por los propios líderes). A la difusión nacional le seguirá la expansión internacional, que pone de manifiesto el proceso de globalización de las denominadas "bandas postindustriales" (Hagedorn, 2001), pues ya no se trata de grupos estrictamente territoriales, sino de identidades híbridas que mezclan elementos culturales de los respectivos países de origen, de Estados Unidos, del país de adopción y de estilos transnacionales que circulan por Internet.

América Latina, años ochenta. Las pandillas juveniles tienen sus raíces en condiciones sociales y culturales vinculadas a territorios y momentos históricos particulares. En América Latina surgen como estrategias de supervivencia para enfrentar los crecientes riesgos de la vida social contemporánea. Según la antropóloga mexicana Rossana Reguillo (2000), se pueden entender como un "termómetro para medir los tamaños de la exclusión, la brecha creciente entre los que caben y los que no caben, los inviables, los que no pueden tener acceso a este modelo y que por lo tanto no alcanzan el estatuto ciudadano". De manera ambivalente expresan a la vez miedo y esperanza de hacer "del mundo, del país, de la localidad, del futuro y del día un mejor lugar para vivir". Percibirlo desde esta perspectiva, más allá de los estereotipos, implica superar la perspectiva criminalista y moralista, que apenas percibe las "dolorosas y gozosas experiencias, los sueños, frustraciones y rebeldías del que está hecho ese desecho social que conforman las bandas juveniles, esas que desde los barrios populares llevan la pesadilla hasta el centro de la ciudad y sus barrios bien habientes y bien pensantes" (Martín-Barbero, 1998). Una mirada equilibrada sobre las pandillas requiere algunas puntualizaciones básicas: son un fenómeno mundial, uno de los rostros malsanos de la globalización; tienen carácter urbano: son una forma específica de habitar la ciudad; ejercen poder territorial: se expresan en vecindarios circunscritos por límites geográficos precisos; para las pandillas el territorio es sagrado, tal vez lo único sagrado; nacen, se desarrollan en medio de la exclusión, los desplazamientos, las discriminaciones (racistas, culturales, clasistas...), las cuales señalan y denuncian con desenfado; son expresión y forma de trámite del conflicto, silenciado o negado por las imágenes publicitarias de las sociedades del bienestar; acuden al expediente de la criminalidad, desafiando el orden establecido; paradójicamente, también son una estructura afectiva: se construyen en el encuentro y conversación cotidianos, enfrentando la soledad y el miedo; no se les puede reducir ni a héroes (o víctimas) ni a villanos (o criminales): no se las debe confundir con las bandas profesionales, organizadas, poseedoras de grandes medios económicos (cuya fuente más conocida es el narcotráfico) e inmensa fuerza armada; aunque su apariencia externa toma prestados rasgos típicos de la cultura hip-hop, no se les puede identificar con este rico estilo de vida que tramita el conflicto mediante retos de música y danza en la calle; viven en un contexto violento: vecinos organizados en defensas urbanas, operaciones de limpieza, actores armados, delincuencia común, medios de comunicación y hasta la policía.

Medellín y Quito, años noventa. En Colombia y Ecuador el desarrollo de varias formas de violencia juvenil, sobre todo el sicariato (menores de edad contratados para asesinar) y las violencias asociadas al narcotráfico, pero también otras violencias urbanas, llevaron a que cada país se diera cuenta de la existencia de los jóvenes. Según M. Cerbino (2004), en Ecuador las naciones son especies de confraternidades dedicadas a ciertas actividades, como la música y el grafito, fundamentalmente pacíficas; también se entienden como organizaciones más grandes que una pandilla (varios centenares de miembros) dedicadas a actividades ilícitas; se conocen en otros países latinoamericanos e incluso en EE UU. Una nación de Guayaquil, los Latin Kings, es acusada del asesinato de algunos taxistas en esa ciudad, lo que provoca una reacción de alarma en cadena. Especialmente en Medellín se generalizó el temor en una generación que crecía sin miedo a la muerte, en países convulsionados por violencias que siempre han estado ahí; la película Rodrigo D. No futuro reflejó ese pánico moral y la alarma social que se generó durante todo el inicio de la década de los noventa por la crisis de la juventud. Buena parte de la atención dedicada a los jóvenes transgresores se aplica al fenómeno de las pandillas. La pandilla constituye básicamente un grupo social que produce regularmente dos tipos de conductas: enfrentamientos agresivos y soluciones materiales o simbólicos para sus integrantes. Solución extrema, como otras, a la acumulación de tensiones que deriva de vivir necesidades básicas no satisfechas y un proceso persistente de estigmatización.

Barcelona, octubre de 2003. El asesinato de un joven colombiano en Barcelona, frente al instituto donde estudiaba, atribuido a la versión local de los Latin Kings, desencadena una oleada de pánico moral ante las denominadas bandas latinas. Tras el clásico proceso de acción-reacción-acción, se suceden trágicas noticias sobre enfrentamientos entre Latin Kings, Ñetas y Maras, hasta la agresión del pasado 10 de diciembre. Como sucede en Quito, San Salvador, México y Medellín, los medios masivos de comunicación pronto echan mano del sensacionalismo para estigmatizar a estos mundos juveniles como portadores potenciales o efectivos de violencia delincuencial. Tanto las noticias como los informes policiales, más allá de sus contradicciones y lagunas, ponen de manifiesto la emergencia de nuevas formas de sociabilidad juvenil, sobre las cuales existen pocos modelos interpretativos y muchos estereotipos. Al margen de que se estén asociando comportamientos delictivos ligados a mafias con actos más o menos tradicionales de gamberrismo o la simple agrupación de menores en el espacio público, el fenómeno puede ser sólo la punta de un iceberg más profundo: el proceso de juvenilización de la migración latinoamericana en España. Se trata de la mal llamada segunda generación, es decir, de los hijos de inmigrantes (mayoritariamente mujeres) que llegaron en los noventa y una vez instalados aquí empiezan a reagrupar a sus familias (empezando por su cónyuges e hijos). Mientras que la inserción de los mayores se produce en el mundo del trabajo (sus problemas están causados por un marco jurídico y laboral restrictivo), los niños suelen tenerlo más fácil ya que su escolarización permite una adaptación fluida y una progresiva inserción en las redes de sociabilidad de los autóctonos. Los problemas aparecen, sobre todo, en el caso de los adolescentes, pues ya han finalizado la formación básica pero todavía no pueden incorporarse al mundo laboral. La socialización primaria de la mayoría de ellos tuvo lugar en sus países de origen, por este motivo su inserción cultural y lingüística resulta más problemática. Tampoco disponen de un espacio propio en el mundo educativo ni en sus propias viviendas. Por ello se ven obligados a buscar su sitio en los espacios públicos o en determinados locales de ocio (en los cuales existen formas más o menos sutiles de discriminación).

México, diciembre de 2004. La ciudad despierta con el pánico frente a las maras salvatruchas -de marabunta (voraces hormigas) y salvadoreños callejeros-. La edición mexicana de EL PAÍS reproduce las declaraciones de diversos cargos policiales (alguno de los cuales les echan la culpa por los recientes linchamientos). En Ciudad Nezahualcóyotl, la inmensa ciudad dormitorio famosa por sus pandillas, está Pablo. El viejo miembro de los Mierdas Punks se ha convertido en un respetable padre de familia, pero sigue manteniendo la actitud resistente de su juventud. Después de ser punk pasó por cholo (versión contemporánea de los pachucos) y ahora milita en el movimiento hip-hop. Su opinión sobre las maras es contundente: "Si existieran en Neza yo lo sabría. Todo eso sólo sirve para generar xenofobia contra los salvadoreños y contra los jóvenes de aspecto raro. Ahorita no hay, pero si insisten con esos estereotipos pronto van a salir maras de debajo de las piedras". Ya lo dijo W. I. Thomas: las falsas creencias pueden tener consecuencias reales.

Carles Feixa es profesor de antropología en la Universidad de Lleida y coautor del libro Pachucos, malandros, punketas. Movimientos juveniles en América Latina (Ariel, 2002). Germán Muñoz es profesor e investigador en políticas de juventud de la Universidad de Manizales (Colombia) y coautor del libro Secretos de mutantes (Siglo del Hombre, 2002).

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