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IDA Y VUELTA
Columna
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Error y terror cósmico

La vida me parece un festival de terror. Por eso, cuando a nuestro festival de cine de Sitges le llamábamos de terror, yo sentía que esa denominación no era más que una redundancia. ¡Pero si ya la vida misma es un festival de terror! Para empezar, somos muchos los que nunca nos hemos acostumbrado a estar en esta tierra. ¿No vendrá de la palabra tierra la palabra terror? En una reciente entrevista con Mauricio Montiel, el escritor John Banville dice algo que algunos pensamos: "Nuestra presencia aquí en la tierra es un error cósmico. Estábamos destinados a algún otro planeta lejano, al otro extremo de la galaxia. Me pregunto cómo se las arreglarán aquellos que estaban destinados a vivir aquí. Cómo les estará yendo en ese otro planeta".

¿Viene nuestro terror de este pequeño equívoco de gran importancia? "Puede que seamos un accidente biológico, el virus más exitoso y potente que se haya creado", dice John Banville, que piensa que los seres humanos hemos tenido que aceptar forzosamente que lo que somos es lo auténtico. Es más, hemos inventado la palabra normal. Y hasta nos atrevemos a llamar raros a algunos de nuestros semejantes. Sin ir más lejos, a mí a veces me han llamado raro los normales. Y eso no acaba de parecerme normal. También yo, al igual que Gurb y Banville y tantos otros, pienso en ese pobre marciano que un día se quedará atrancado aquí, es decir, aterrado. Tendrá resuelto todo acerca de la humanidad y, en un primer momento, pensará que el mundo pertenece a los automóviles, pero no tardará en ver que los parásitos a bordo de los coches son los que en realidad llevan las riendas. Creerá que ha resuelto el problema cuando de pronto descubra que estornudamos, bostezamos, lanzamos aullidos silenciosos en mitad de la noche. ¿Acaso eso es normal? El marciano conocerá el terror en el que vivimos cuando observe que la mitad de la población mundial se raspa cada mañana el rostro con una navaja y la otra mitad no lo hace.

Nuestras vidas son los ríos de los festivales de terror que van a dar a las aguas del pánico mortal. Ya desde el mismo momento de nacer, conocemos el miedo. Entrar en la vida normal es entrar en la sospecha de que quienes realmente estaban destinados a vivir aquí se han extinguido hace años, pues no es posible imaginar que hayan podido sobrevivir en un planeta hecho para contenernos. No somos de aquí. Y sólo la literatura parece ocuparse con seriedad de nuestro festival de terror, de nuestro espanto. Cuando Poe escribió aquel cuento de un hombre al que enterraban vivo, contó nuestra verdadera historia. De ahí el terror que aún perdura en quienes leyeron ese cuento que decía la verdad, un miedo que se convierte en un terror doble si llegamos a Kafka, el muerto en vida. Los hombres normales han mirado a Kafka siempre con extrañeza, en realidad con la misma extrañeza con la que él les miraba a ellos, consciente de que no tenía un lugar en este mundo: "Dos tareas del inicio de la vida: reducir cada vez más tu ámbito y comprobar una y otra vez que no te encuentres escondido en algún lugar fuera de él". Kafka quiere siempre transmitirnos que aquello que se nos antoja una alucinación inimaginable es precisamente la realidad de cada cual. Si lo pensamos bien -nos dice Philip Roth- veremos que en todas sus novelas Kafka traza la siguiente crónica: alguien es educado para aceptar que lo que parece fuera de lugar (ridículo y muy por debajo de su dignidad) es de hecho lo que realmente le está sucediendo. Dicho de otro modo, esto que está tan por debajo de nuestra dignidad resulta ser nuestro destino.

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