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¿Qué escenario después de Arafat?

El azar de la historia ha impuesto una realidad inesperada: a la vez que el presidente George W. Bush revalidaba su Gobierno de EE UU, Palestina se convertía en el primer test para esa nueva Administración. La desaparición de Yasir Arafat cierra sin duda un ciclo histórico y, ante la nueva situación, no sólo los palestinos, sino también, y mucho, los EE UU deben tomar posición y decisiones. Pero para entender bien la situación es necesario analizar el punto en el que se encuentra el liderazgo palestino en este momento de su cambio histórico.

Yasir Arafat llevaba viviendo desde hacía tres años en unas condiciones inaceptables de encierro, aislamiento físico y precariedad sanitaria impuestas por el Ejército israelí (de ahí la celeridad con la que las autoridades israelíes permitieron su traslado a París... para que no muriera en su "cárcel" de la Mukata). Es decir, Arafat deja el vacío del líder histórico y carismático que durante más de medio siglo dirigió y conformó, eso sí, a su imagen y semejanza, la identidad nacional palestina. Pero Arafat no deja vacío de poder porque Israel ha usurpado completamente el poder y la capacidad de gobierno de Arafat y la Autoridad Nacional Palestina en los últimos cuatro años. La reocupación radical de los territorios palestinos, la destrucción sistemática de todas sus infraestructuras, el urbanicidio y el politicidio a los que ha sometido a los palestinos han convertido a sus autoridades e instituciones en entidades y símbolos completamente vacíos; útiles, eso sí, para existir per se porque de esa manera se les exigen responsabilidades, se les dirigen recriminaciones y reproches y se les achacan culpabilidades sobre un proceso que, desde hace tiempo, han dejado completamente de poder dirigir.

En consecuencia, la verdadera cuestión de futuro está en la actitud de Israel, lo que significa también que EE UU es la pieza clave en la evolución de la situación palestina con respecto a lo realmente importante, como es la respuesta a las siguientes preguntas: ¿se va a aceptar y respetar la decisión de los palestinos?, ¿se va a apoyar firmemente el muy positivo proceso de consenso y diálogo entre todas las fuerzas palestinas para crear una representación colegiada capaz de organizar elecciones creíbles y democráticas entre la población palestina? O, por el contrario, ¿se va a tratar de aplicar el modelo "democrático" impuesto en Bagdad y Kabul, es decir, imponer al Iyad Alaui o Hamid Karzai palestino en forma, por ejemplo, de Mohamed Dahlan o cualquier otro de su conveniencia? Y, a continuación, ¿se va a permitir que se den las condiciones para que se desarrolle un proceso electoral democrático del que salga un liderazgo soberano y popular, lo que significaría modificar radicalmente las condiciones draconianas de ocupación israelí de los territorios ocupados? O, por el contrario, ¿se va a construir aquí también ese discurso de "liberar" a los pueblos de Oriente Medio organizando elecciones en un marco de inseguridad total, donde domina la manipulación, la intimidación y la dirección del voto, como en Afganistán y próximamente en Irak?

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Analicemos las posibilidades de una u otra evolución. De elegir la buena vía, Ariel Sharon se encontraría en una muy difícil situación para seguir con lo que ha sido y es su máxima prioridad estratégica: la antinegociación política y el unilateralismo, que es lo que le permite levantar el muro en Cisjordania, anexionarse ilegalmente territorio palestino, promover de manera silenciosa y "tranquila" la limpieza étnica de esas tierras, construir muchas más colonias y promover situaciones de caos y enfrentamiento entre las fuerzas políticas palestinas. Unido a esto, decide la retirada unilateral de Gaza, ignorando completamente a los palestinos, con el fin de mejorar su deteriorada imagen en el mundo, desviar la atención sobre sus objetivos en Cisjordania e imponer el hecho consumado de que lo que se haga sobre territorio palestino sólo Israel lo decide, no la ley internacional ni los propios palestinos. El proceso sistemático de desautorización, demonización o aniquilación del liderazgo político palestino ha sido el pilar sobre el que Sharon ha levantado su discurso de "imposible negociación" y acción unilateral, porque, dice, no existe interlocutor palestino (origen también de su radical rechazo e indignación por la propuesta de Ginebra que, ante todo, mostraba que había interlocutores y capacidad de negociación). Dar opción a un liderazgo palestino sólido y democrático no sólo rompería el esquema prefijado de Sharon (por eso la sociedad palestina está muy dispuesta a hacer una transición tranquila y pacífica), sino que dejaría en precario su resistencia a la negociación y tendría que poner límites a su máquina militar brutalizadora de la sociedad civil palestina; lo que, todo ello, sería a su vez la mejor garantía para que los ataques suicidas palestinos se detuviesen. Pero, entonces, ¿cómo podría argumentar que él está en "guerra contra el terror" en Palestina, al igual que Bush en el resto del mundo?

Para EE UU, el cambio de posición con respecto a la cuestión palestina significaría tener también que modificar su política en Irak, porque la estrategia de la Administración de Bush en este país ha sido una perfecta imitación de la de Sharon en Palestina. Al punto de que hoy día no es posible distinguir en las imágenes que nos llegan si es Faluya, Ramadi, Samarra o si es Yabaliyya, Rafah, Yenín. Es cierto que EE UU no busca la anexión territorial de Irak, pero sí la rendición total, y trata de conseguirla con la brutalización militar, a la vez que selecciona e impone como gobernante a quien es completamente sumiso, mientras demoniza o radicaliza a los no deseados (como Múqtada al Sáder), porque hay un proyecto de dominación de esta región. Por ello, como no puede evitar que "el espíritu de resistencia" se extienda entre las ciudades iraquíes, con Faluya como modelo, está tratando de convertir su nefasta ocupación de Irak en un eslabón clave de la "guerra contra el terror", dando gran centralidad y agrandando progresivamente el fenómeno Musab Zarqawi. Este extraño y desconocido personaje, que no era más que un muyahidin que pasó por Afganistán y luego se refugió un tiempo en el Kurdistán iraquí, fue utilizado en primer lugar por Colin Powell, cuando el 5 de febrero de 2003 -en su tristemente famoso discurso en Naciones Unidas- se empecinó en presentar pruebas, finalmente falsas, no sólo de la existencia de armas de destrucción masiva, sino también de los lazos entre Irak y Al Qaeda. Pero Zarqawi, ni tenía lazos con Sadam Husein ni con Al Qaeda. Y, de repente, desde comienzos de este año, Zarqawi irrumpió en la escena iraquí con un protagonismo creciente, siempre a través de la información que ofrece EE UU sobre el escenario iraquí (acompañado de la aparición de varias páginas de Internet, cuya fiabilidad debe ser siempre tomada con reservas). Sin embargo, Zarqawi es un actor menor del escenario iraquí, ya que la gran mayoría de la resistencia, chií y suní, condena sus métodos brutales y la población de Faluya y sus representantes locales no cesan de decir desesperadamente que allí no hay combatientes extranjeros. Pero centrar todo en Zarqawi es muy útil para, por un lado, convertir la ocupación de Irak en un eslabón fundamental de la lucha global contra Al Qaeda, para tratar de ocultar su fracaso en este país (donde la "coalición internacional" se va progresivamente reduciendo) y disfrazar de terrorismo internacional lo que es un creciente movimiento de resistencia local iraquí contra la ocupación. Y, por supuesto, para justificar su decisión de borrar Faluya del mapa, evitando que este modelo de resistencia siga extendiéndose por Irak. Los "ataques de precisión" contra esta ciudad para vencer a los terroristas de Zarqawi en realidad son bombardeos continuos que están costando la vida básicamente a civiles, según afirman los responsables del hospital de esta ciudad.

Es decir, todo está demasiado ligado en Oriente Medio y, por tanto, más allá de la segura poca disposición a modificar el apoyo incondicional a Israel, la nueva Administración de Bush tendría además que modificar su propia política en Irak y en toda la región si decidiese contribuir a una verdadera salida democrática y soberana de la transición pos-Arafat, a fin de que sirviese para crear un verdadero, viable y digno Estado palestino, como debería ser el caso en el país árabe vecino. Sinceramente, no veo ese momento en el horizonte.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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