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Columna
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Tony Shakespeare

José Luis Ferris

Según un informe presentado esta semana, el endeudamiento por crédito hipotecario de los hogares españoles se ha duplicado en los últimos siete años. Esto quiere decir que si en 1996 una familia destinaba el 43% de su renta a saldar una hipoteca, ahora, en el 2004, empeña en ello el 87% de sus trabajados ingresos. Ahí es nada. Aunque lo mejor del asunto es que uno, encima de arrastrar la sensación de vivir con el agua al cuello, tiene que dar las gracias a esa bendita entidad de ahorro que, tras diseccionarle la nómina, la declaración de renta, el DNI y todos los posibles, ha tenido a bien concederle el crédito soñado. Las razones de este desajuste se deben a variables tan peregrinas como el indiscriminado crecimiento del volumen de viviendas, al avance o retroceso del producto interior bruto (PIB), el precio del petróleo, la apreciación o depreciación del euro, la inversión en bienes de equipo o las cifras de empleo. Historias, en fin, que manejan los expertos y que, como siempre, complican la vida de ese ciudadano de a pie que somos usted y yo.

El caso es que la culpa es nuestra, sobre todo porque aspiramos a algo tan falaz como tener una vivienda propia y unos cuantos objetos que nos hagan la vida más fácil. Hasta el mismísimo Tony Blair piensa comprarse una casa en el centro de Londres cuando le deje la política. Hace nada se acercó con su mujer a una oficina del Cheltenham & Gloucester (como un Banesto de los de aquí) y pidió un préstamo de 5,4 millones de euros (unos 900 de las antiguas pesetas) para esa vivienda que han encontrado cerca de Hyde Park. El sueldo de Blair ronda los 267.000 euros anuales y no da para tanto. Pero hete aquí que entre banqueros y ministro han dado con la solución: escribir cuanto antes un libro de éxito que se venda como rosquillas. El talento de Tony está más que demostrado. Su pluma promete. Si pudo hacerlo Shakespeare... Y es que no hay nada como tener recursos y sacarse un sobresueldo con chapucillas tan banales como sentarse ante el folio en blanco y dejar que fluyan las palabras. Genial.

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