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Columna
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A cuenta

De autocomplacencia nos da múltiples ejemplos el Ejecutivo vasco. Algunos ciertamente sonrojantes, como el de incluir en el reciente discurso de política general, en la interminable lista de realizaciones supuestamente atribuibles a la gestión pública, la longevidad de la sociedad vasca. Lo que, además de provocar el rubor indicado, alienta el chiste fácil: en vista de su influencia en nuestra esperanza de vida, podríamos llamar a quienes nos gobiernan el bio-tripartito o el Ejecutivo ácido Omega-3. La apropiación de cualquier cosa que suene a corrección, bienestar o progreso venga de donde venga; el "todo lo bueno que le pasa a este país es cosa mía" están entre sus especialidades. La autocomplacencia, sí, pero desde luego la autocrítica no es el fuerte del Gobierno vasco.

La única crítica que se le conoce es la que llamaré itinerante o peregrina, porque siempre implica un desplazamiento. Los vecinos son la tabla de medir lo malo o lo regular. Cuando se trata de dar la cara, las mejillas expuestas son indefectiblemente las ajenas, las de otros países o comunidades autónomas y, desde luego, las del "Estado". En fin, que cada vez que toca cotejar los problemas reales con las soluciones públicas pendientes, el Gobierno vasco propone un viaje. Un viaje de consolación: en otros sitios también sucede lo mismo; o, en otros sitios lo hacen peor.

Hasta la saciedad hemos visto cómo se comparaba la construcción de pisos de protección oficial en el País Vasco con los datos de otras comunidades autónomas. Como si una política de vivienda no tuviera que evaluarse en función de su respuesta a la demanda real, sobre todo cuando es, como aquí, un drama real. Como si el hecho de que en Euskadi se construyan más VOP que en Extremadura le sirviera al ciudadano vasco para algo. O como si esa nota estadística tuviera sentido más allá del aprobado que busca quien la invoca, o la esgrime además, a palo seco, sin contextualizar. Porque está claro que el valor que tiene la construcción protegida no es el mismo en un lugar donde la vivienda libre resulta abordable que aquí donde, además de escasa, cuesta un ojo de la vida.

Así con todo. Si repuntan, por ejemplo y como es el caso, las enfermedades de trasmisión sexual entre los jóvenes o reaparecen algunas como la sífilis que no se habían visto en 20 años; si se incrementa el número de embarazos adolescentes o si las encuestas revelan que en esas materias la desinformación o la inaccesibilidad siguen siendo la norma, la primera respuesta gubernamental es que por desgracia se trata de fenómenos globales que también suceden en otro países, y naturalmente en España. Del mismo modo -y voy a limitar este repaso a temas juveniles-, si un chaval se suicida después de haber sido objeto de vejaciones y malos tratos en un centro educativo durante más de un año, la primera aproximación a la tragedia que hace la consejera de Educación consiste en poner el problema de la violencia escolar en su sitio, es decir, mayormente fuera: "Por desgracia, la violencia en las escuelas es un hecho presente en todo el Estado". Faltaría más.

Volveré en otra ocasión y de otra manera sobre el bullying. Hoy quiero detenerme en la responsabilidad pública. Anjeles Iztueta ha reconocido que este fenómeno "se da con fuerza en muchas comunidades". Si lo reconoce es que lo sabía en la parte que le corresponde, que conocía de antemano la existencia del eusko-bullying. Y entonces ¿qué ha hecho (por favor, con detalle) para evitarlo en todo el tiempo de su mandato? ¿Qué medidas concretas se le han aplicado desde su departamento? La consejera, además de lamentar lo que sabe, "que hay muchos jóvenes que sufren", nos dice ahora que está dispuesta a "llegar hasta el final" para aclarar el suicidio del adolescente de Hondarribia. En vez de llegar hasta el final podía haber empezado desde el principio, señora Iztueta. Aplicar desde el principio las medidas y la sensibilización que ahora anuncia abstractamente y a voleo. Ahora que no es tiempo de anuncios sino de balances, de presentación de cuentas. De rendir cuentas, sí, eso que se acostumbra en tantas otras partes.

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