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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Democracia en México?

En la mañana del 3 de julio de 2000, un funcionario del Gobierno mexicano entró en la sala de conferencias de una universidad en Salzburgo. De pronto, el resto de los asistentes, unas 250 personas de más de 30 países, le tributaron de pie un sonoro aplauso. ¿La razón? Un día antes, el candidato opositor Vicente Fox había ganado las elecciones presidenciales y México ingresaba en el club de las democracias.

Cuatro años después, sin embargo, los mexicanos se sienten desencantados y muchos se preguntan si la falta de resultados tras la alternancia es producto de la democracia, de la incompetencia de la clase política o del déficit en la cultura cívica de la propia sociedad. ¿Qué ha pasado en realidad?

Los mexicanos están acostumbrados a los caudillos y a los políticos populistas, y esto puede ser decisivo en el comportamiento electoral de las presidenciales
La posibilidad de que la actual insatisfacción ciudadana derive hacia modelos políticos populistas y autoritarios parece alta, al menos por ahora

Las razones son varias. Unas tienen que ver con el pobre desempeño del Gobierno del cambio y, en general, de la clase política mexicana. Pero otras, quizá las menos exploradas, están relacionadas con la actitud de los mexicanos frente a la ley, la política, el Gobierno, los valores y las instituciones. En cualquier caso, la pregunta central es si la debilidad de la cultura cívica mexicana, es decir, la existencia de eso que Guillermo O'Donnell llamó "ciudadanía de baja intensidad", puede dificultar, inhibir o simplemente hacer más lenta la normalización del proceso democrático mexicano.

Como era natural, la histórica derrota del PRI desencadenó un amplio abanico de reacciones y expectativas, sin considerar que las condiciones estructurales del sistema político mexicano y del propio tejido social hacían casi imposible esperar cambios dramáticos, radicales o rápidos. Es verdad, dice un ex corresponsal de The Economist en México, Gideon Lichfield, ahora en Moscú, que "en cualquier país que se embarca en una nueva era, las expectativas son altas y el fracaso en cumplir con ellas anula el puntaje. Nadie pensó que Fox fuera a hacer las cosas tan bien como prometió, pero pocas personas llegaron a pensar que le fuera a ir tan mal como le está yendo".

Opiniones apresuradas

La primera razón tiene que ver con el fenómeno democrático en sí mismo. Algunas de las opiniones sobre la alternancia fueron tan apresuradas que indujeron a simplificar el hecho de que México fue haciendo, al menos durante las últimas dos décadas, cambios graduales tanto en la legislación como en el sistema político. En ese mismo lapso, también la economía se abrió radicalmente y modificó las redes en que se fincaron las lealtades políticas de los empresarios y el capitalismo clientelista de la era del PRI. Y, por último, la fisonomía social y cultural de fin de siglo cambió y México se volvió un país mayoritariamente urbano, con un perfil demográfico distinto, medios de comunicación más independientes y críticos, ideas y actores políticos nuevos, e integrado en la globalización.

El México de 1929, cuando el PRI empezó su reinado, no era, pues, para nada, el de 2000, cuando ganó Fox. Pero al asegurar algunos líderes que la alternancia era el camino seguro hacia la prosperidad económica y la felicidad colectiva, sembraron entre los mexicanos la creencia de que la democracia electoral era la llave al paraíso. Es decir, las expectativas que se crearon ante la novedad democrática no tuvieron como consecuencia automática una elevación general en el nivel y la calidad de vida o en la distribución del ingreso.

Según el Latinobarómetro, una encuesta de opinión que se aplica desde hace 10 diez años en 18 países de América Latina, algunos países en transición confundieron "el primer ladrillo (elecciones libres, instituciones) con la inauguración de la casa. Lo que se inauguró es un esqueleto, sin el pegamento articulado del comportamiento colectivo que le da vida real". Es el caso de México.

Resultados de la encuesta

La proporción de ciudadanos que, según ese baremo, declara estar satisfecha con la democracia es sólo el 17%; sólo el 39% aprueba la gestión presidencial; el 84% asegura que el país va por mal camino; un 40% respaldaría un "Gobierno militar", y un 54% apoya un "poco de mano dura del Gobierno". La reflexión de los autores de la encuesta es sintomática: "El caso que más llama la atención es el de México, que ha experimentado en la década la alternancia teóricamente más significativa, donde la vieja élite es reemplazada por quienes habían estado excluidos del poder durante 70 años. Lo notable es que México tiene diferencia cero en el apoyo a la democracia entre antes de la alternancia y después de ella".

Otra encuesta, financiada por el ministerio mexicano de Interior en 2003, arrojó datos parecidos. Apenas un 23% se dijo satisfecho con la democracia mexicana; un 50% afirmó que prefiere un Gobierno que actúe cuando se necesita, aunque no consulte antes de tomar decisiones; el 60% piensa que unos "cuantos líderes decididos harían más por el país que todas las leyes y promesas"; el 76% opinó que es el "presidente" quien mas influye en la vida política; el 57% cree que los ciudadanos prácticamente no tienen ninguna influencia en las decisiones del Gobierno, y sólo el 14% considera que los intereses de la población son tomados en cuenta al elaborar las leyes. Es decir, los mexicanos están culturalmente acostumbrados a los caudillos y a los políticos populistas, y esto puede ser decisivo en el comportamiento electoral de las presidenciales de 2006.

¿Esta radiografía quiere decir que la alternancia electoral en México falló o que la democracia es ineficiente en sí misma? Por supuesto que no. De pronto, México pasó a ser, al menos teóricamente, una democracia homologable en el mundo occidental, pero, tras largas décadas de un solo partido, no se advirtió claramente que, por sí mismo, un cambio de régimen no necesariamente genera una democracia moderna y funcional ni una ciudadanía de alta intensidad.

Ese es el primer desafío que tiene ahora México: construir una nueva cultura política y, de hecho, una pedagogía social que muestre los alcances y limitaciones de la democracia. Como alguien ha dicho con cierto humor: la democracia es un régimen político, pero no construye autopistas, ni genera empleos ni aumenta la productividad de la economía. Una segunda limitación radica justamente en uno de los fundamentos esenciales de la normalidad democrática y del sistema de valores en que una sociedad cree: el respeto de la ciudadanía por la ley y las instituciones. Por lo general, los estudios de opinión muestran que los mexicanos tienen un serio desencuentro con el Estado de derecho. Encuestas como las citadas ofrecen datos reveladores. Sólo un 25% de los ciudadanos afirma que debe cumplirse la ley, con independencia de la opinión que se tenga sobre ella; el 48% aprueba que un funcionario se aproveche ilegalmente de su cargo "siempre y cuando haga cosas buenas", y el 59% declara que son los ciudadanos quienes permiten que haya corrupción. La conclusión es que esta especie de "ilegalidad consentida" plantea una de las dificultades más graves para una cultura cívica que afiance la incipiente democracia mexicana.

La última condicionante en el tránsito hacia una democracia compuesta por demócratas es la peculiar actitud de los mexicanos frente a la información, la tolerancia, la participación, las relaciones interpersonales o el respeto a la diferencia. El sondeo financiado por el Gobierno de Fox es revelador. El 87% de los mexicanos declara tener "poco o ningún" interés por la política; casi el 50% jamás lee noticias políticas; sólo un 19% afirma tener confianza en los demás; el 46% se opone a que salga en televisión alguien que diga cosas que están en contra de su forma de pensar, y el 40% opina que los homosexuales no deberían participar en política.

Ciudadanía poco articulada

Esta singular radiografía de una ciudadanía mexicana débil y poco articulada sugiere, en primer término, que el camino hacia una plena normalidad democrática es todavía largo y no estará exento de sorpresas. La posibilidad de que la actual insatisfacción ciudadana derive hacia modelos políticos populistas y autoritarios en México, o genere retrocesos en las reformas económicas de apertura y libre mercado ya realizadas, parece alta, al menos por ahora. Los líderes mexicanos y su ciudadanía, por tanto, requieren de una nueva visión que entienda a la democracia como condición necesaria pero no suficiente para lograr metas mayores de bienestar, las cuales dependen, principalmente, de hacer las reformas estructurales aún pendientes e instrumentar políticas públicas eficaces.

En segundo lugar: la consolidación de la emergente democracia mexicana será posible, en buena medida, mejorando los niveles de información y la calidad con que la ciudadanía se asuma como sujeto activo de los asuntos públicos. Hasta ahora, lo que existe es una normalidad electoral, y éste no es un saldo menor ni despreciable. Pero, para avanzar hacia una democracia de calidad y una gobernabilidad eficaz en México, será necesario un enorme esfuerzo de todos los actores para consolidar los valores democráticos.

A corto plazo, finalmente, la normalidad democrática en México dependerá de que los actores políticos sigan encontrando mayores ventajas en seguir las reglas del juego político y los arreglos institucionales que en salirse de ellos, y que la sociedad sienta que bajo ese régimen tiene el incentivo no sólo de ejercer sus libertades, sino sobre todo de ser incluido en mejores condiciones en la asignación de los recursos. En suma, dependerá de hacer realidad las expectativas concretas de bienestar que, de diversas maneras, alentó el cambio político en México.

Una indígena totzil maya vota en las últimas elecciones presidenciales.
Una indígena totzil maya vota en las últimas elecciones presidenciales.REUTERS

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