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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

La noche más hermosa de Victor Pablo Pérez en Pesaro

El director musical español triunfa junto a la Orquesta Sinfónica de Galicia al inaugurar el festival dedicado a Rossini en su ciudad natal con la ópera 'Tancredi', de la que realizó una versión refinada y muy brillante.

Tiene solera la vinculación española a Rossini, ya desde los tiempos del compositor con Isabel Colbran, María Malibrán, Conchita Supervía y tantos otros, iniciándose una tradición vocal que llega hasta nuestros días y que, cómo no, ha sido refrendada por el Festival Rossini de Pesaro. Nuestro país ha estado históricamente bien servido en el registro de las individualidades vocales, pero no se ha movido con la misma soltura en el campo orquestal. Por ello, la presencia de la Sinfónica de Galicia por segundo año consecutivo en el Festival de Pesaro, con los honores de la inauguración anteayer, es un acontecimiento para nuestra vida musical. A todo ello hay que añadir la presencia en el foso de su director titular, Víctor Pablo Pérez, que no ha dejado pasar su oportunidad internacional y ha realizado una lectura brillante y refinada de esa hermosura que es Tancredi. Como escribió el gran poeta Leopardi a su hermano Carlo después de escuchar esta ópera, "lloraría si tuviese el don de las lágrimas".

No es para menos, sobre todo si las dos protagonistas principales, Tancredi y Amenaide, despliegan con sentimiento y pasión el maravillosos caudal melódico que sus partituras contienen. Marianna Pizzolato (Tancredi) asumió con seguridad, cálido color vocal y extraordinaria musicalidad la papeleta de sustituir a la en principio anunciada Vesselina Kasarova, al parecer aún afectada de la fría acogida en la temporada de La Scala a su Italiana en Argel. Pizzolato, 23 años, estaba cantando con los jóvenes de Il viaggio el pasado año. Las oportunidades se presentan cuando se presentan y la cantante italiana lo aprovechó. Arrancó con mucha clase en el siempre esperado 'Di tanti palpiti' y a partir de ahí todo fue miel sobre hojuelas. No tiene todavía una gran personalidad en escena, pero es cuestión de tiempo.

La triunfadora de la noche fue, en cualquier caso, Patrizia Ciofi, una Amenaide llena de garra y sensibilidad, que encendió la sala en el segundo acto y que empastó a la perfección en los irresistibles dúos con la protagonista que da título a la ópera. Noche de canto, noche de precisión en los acompañamientos, noche de delicadeza poética en los matices instrumentales. Víctor Pablo sacó de la orquesta multitud de detalles. Primero trató de conformar un sonido a lo Mozart con algún arropamiento a lo Haydn. Afortunadamente, fue un espejismo y pronto encontró la ligereza rítmica, la alegría espontánea que Rossini reclama. La orquesta le siguió con disciplina ejemplar. Sonó como un bloque compacto y a la vez con una inspiración en continua renovación. Al escucharla en los acompañamientos en los concertantes o en los dúos con las cantantes vestidas de rojo y negro se hacía inevitable pensar en Stendhal cuando decía sobre esta música que "ornamentaba la belleza sin taparla ni recargarla" y que hay que "volver al estilo encantador de Tancredi cada vez que nos canse el excesivo ruido o nos aburra la excesiva simplicidad".

Tancredi es, en Pesaro y en cualquier lugar, una ópera para Pier Luigi Pizzi. Aquí la ha dirigido escénicamente en 1982, 1991, 1999, y ahora, con varias soluciones cada cual más atractivas. Su tendencia con el paso del tiempo se dirige hacia el despojamiento. Resalta, por encima de todo, la dimensión dramática, el lado clásico de la tragedia, los conflictos inevitables de unos personajes abandonados a la fuerza del destino. Renuncia a la brillantez en función de la emoción teatral. Convence por su desnudez conceptual. La conjunción de elementos plásticos y musicales confiere a este Tancredi una fuerza interior tan sugerente como efectiva. El Pizzi más espectacular se puede contemplar en la vecina Macerata, con su deslumbrante visión de Los cuentos de Hoffmann sobre un escenario de 100 metros, que el director de escena utiliza en toda su amplitud y además multiplica con varios niveles en altura y profundidad, sin que la ópera pierda un ápice de claridad. En fin, los grandes maestros, ya se sabe.

Una escena del <i>Tancredi,</i> que ha inaugurado el Festival Rossini de Pesaro.
Una escena del Tancredi, que ha inaugurado el Festival Rossini de Pesaro.

25 años con Rossini

El Festival Rossini de Pesaro comenzó anteayer su 25ª edición. Sin discursos, sin declaraciones grandilocuentes de lo conseguido en su cuarto de siglo de existencia. Una muestra documental en la iglesia de Santa María Maddalena, un sustancioso catálogo con los repartos completos y una foto testimonial de cada una de las producciones bastan para que cualquier espectador se haga una idea cabal de lo que representa culturalmente esta manifestación. El matrimonio de musicología y teatro ha propiciado un número elevado de estudios, ediciones críticas de las partituras y alguna recuperación tan esencial para el rossinismo militante como Il viaggio a Reims, que comenzó aquí su periplo de la mano de Abbado, Ronconi y un fenomenal grupo de cantantes en el auditorio Pedrotti dentro del festival de 1984. Ahora esta cantata escénica se representa hasta en el último rincón del planeta y sirve de soporte al festival joven con los nuevos cantantes preparados en la Academia Rossiniana. La atención a la cantera también ha dado sus frutos. La lista de cantantes salidos de Pesaro que ahora están de cabezas de cartel en los principales teatros de ópera es numerosa. Lo fundamental, en cualquier caso, del Festival Rossini de Pesaro es la mezcla singular de rigor y buen humor, de riesgo y respeto por la tradición, de vitalidad y serenidad. Es, no lo duden, una bocanada de aire fresco.

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