Reportaje:REPORTAJE

De inmigrantes a empresarios

Adelantados a otros inmigrantes en su llegada y en su reglamentación, beneficiarios de un tratado bilateral que les ofrecía preferencia y regulados por el visado obligatorio desde principios de los años noventa, los peruanos han formado en quince años la primera clase empresarial inmigrante en España. A diferencia del año 92, cuando se hicieron famosas sus bandas de ladrones en el aeropuerto de Barajas o las carreteras, los inmigrantes del país andino han cedido a otros el protagonismo de las páginas policiales para convertirse un modelo de integración respetuosa y próspera. Ante las barreras ...

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Adelantados a otros inmigrantes en su llegada y en su reglamentación, beneficiarios de un tratado bilateral que les ofrecía preferencia y regulados por el visado obligatorio desde principios de los años noventa, los peruanos han formado en quince años la primera clase empresarial inmigrante en España. A diferencia del año 92, cuando se hicieron famosas sus bandas de ladrones en el aeropuerto de Barajas o las carreteras, los inmigrantes del país andino han cedido a otros el protagonismo de las páginas policiales para convertirse un modelo de integración respetuosa y próspera. Ante las barreras legales, algunas de sus estrategias de negocios han oscilado entre lo ilegal y lo pintoresco. Pero ante el crecimiento de mercado, es la ley la que ha comenzado a integrarse a ellos.

Jhony Guevara es la estampa del inmigrante de éxito. El local de su firma ocupa 600 metros cuadrados del polígono industrial de Leganés
Javier Ludeña y José Ramírez llegaron para estudiar, luego abrieron un bar y por fin crearon una revista para la inmigración latina

Jhony Guevara es la estampa del inmigrante de éxito. El local de su empresa, América Import, ocupa 600 m2 del polígono industrial de Leganés y emplea a otros ocho inmigrantes de diversas nacionalidades. Los alimentos latinoamericanos que importa y fabrica se venden incluso en hipermercados de toda España, además de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza y Suecia, con todas las garantías sanitarias de la Comunidad Europea. Ahora, ingresa en el sector de telecomunicaciones. Y sin embargo, según su competidor Agustín Lamas, Jhony Guevara es un falsificador.

Jhony llegó a España en 1990. En Lima, estudiaba segundo año de derecho y su esposa estaba embarazada. Tras el primer shock económico del fujimorismo, decidió abandonar el país. Aunque tenía familia en EE UU, por entonces se aseguraba que en Europa había más espacio para conseguir trabajo. Su primer empleo, una semana después de su llegada a Madrid, fue cuidar a una niña tetrapléjica.

"En esa época, casi no había inmigrantes latinos", recuerda Jhony. "La gente dudaba mucho para contratar a uno. Y si no conseguías trabajo en tres meses, te convertías en ilegal. Por suerte, una peruana me abrió las puertas para empezar a trabajar. Pero de todos modos fue una situación difícil. En Perú, yo tenía unos estudios, un nivel de vida. Aquí pasé de ser servido a servir".

Su segundo trabajo también provino de la comunidad peruana. Lavó platos en un restaurante típico. Tampoco había tocado un plato en su vida, pero hizo lo mejor que pudo. Seis meses después, era cocinero. Al año, estaba de camarero, y empezaba a ayudar en la administración. Terminó de encargado del local.

Papas rellenas

Para entonces, ya había traído a su familia y, con su ayuda, empezó un negocio propio. En los tiempos libres y de madrugada, volvía a su casa y preparaba tamales que repartía a domicilio. La creciente demanda de la comunidad peruana le permitió pagar un coche a plazos. El éxito lo obligó a ampliar la oferta con papas rellenas. "Había noches enteras que pasábamos sin dormir para cumplir los pedidos. Hasta que descubrí que ganaba más dinero con mi negocio que en el restaurante." Había encontrado su nicho en el mercado. Corría 1995.

Desde entonces, Jhony buscó las fórmulas para abastecer la demanda de restaurantes y particulares de su país. Pero los problemas venían de todas partes. Muchos ingredientes, los cárnicos por ejemplo, no podían importarse legalmente o resultaban demasiado caros debido a las barreras arancelarias. Otros no llegaban a España en buenas condiciones. Y los sucedáneos españoles alteraban demasiado el sabor. La solución perfecta era importar las materias primas e industrializarlas en España bajo una marca propia.

Ahora, América Import importa y produce alrededor de cien productos de Perú, Ecuador y Colombia. A algunos los representa. A otros los reemplaza. En su catálogo figuran marcas registradas en España, como el panetón Danafria (de apariencia similar al peruano Donofrio), el pisco Soldeica (una versión del aguardiente Sol de Ica), la bebida Concordia, homónima de una peruana, y otras como Tropical o jugos Hit, con versiones originales en Ecuador y Colombia, respectivamente. Otros productos como la Colada de Avena, "La Nutritiva", tienen etiquetas y envases similares a la Avena Quaker del Perú, "La Legítima".

Esta rama del negocio es la que ha denunciado Agustín Lamas, de la empresa importadora Productos Nativo S.A. Su empresa, junto a la fábrica ecuatoriana de los chifles Tortolines, ha puesto una demanda judicial contra América Import por competencia desleal y falsificación de patentes.

Según Lamas, "Tortolines no es la única marca que América Import reproduce fraudulentamente. Es sólo la única que ha querido denunciarlo con nosotros. Hablamos también con los de Nestlé, propietarios del panetón Donofrio, y con muchas otras empresas. Pero no les interesa. Estos procesos legales son caros y complicados. Como las empresas no venden esos productos en España, no quieren hacer toda una defensa de una marca con la que no van a hacer nada".

Para el investigador Andrés Tornos S. J., del Instituto de Estudios sobre Migraciones de la Universidad de Comillas, el caso de Jhony es un caso de deslocalización normal en la mundialización y no debería ser considerado delito. "Con esa situación, ganan los inmigrantes, que consumen el producto que añoran, gana el empresario que genera trabajo y ganan las marcas registradas en Perú, que de otro modo no circularían en España. Quien está mal no es el empresario, sino la ley, que es anacrónico: aún no se ajusta a un nuevo mundo en movimiento, donde las leyes no se pueden limitar a las comunidades nacionales cada vez más indefinidas y borrosas".

De hecho, Jhony Guevara afirma que está en conversaciones con los productores de pisco Sol de Ica, entre otros, con el fin de llegar a un acuerdo. Y aunque prefiere no dar más detalles hasta que las cosas se aclaren, asegura que sólo con su sistema de trabajo se puede abastecer a la población inmigrante de productos de calidad que cumplan los estándares europeos con un precio razonable. Mientras esos productos no estén registrados en España y nadie reclame su patente, la ley lo protege. Sin embargo, en los últimos meses, la marca de chifles Tortolines ha desaparecido de los catálogos de América Import.

Aunque no siempre tan claramente limítrofe de la legalidad, la formación de la primera clase empresarial inmigrante ha caminado siempre en el borde del abismo, por los resquicios legales, y así ha logrado consolidarse.

Entre 1996 y 2003, los peruanos abandonaron los primeros lugares entre las comunidades inmigrantes legales. Entonces sumaban el doble que los colombianos y seis veces la cantidad de ecuatorianos. Ahora, representan un 3,5 de la población inmigrante, la mitad de los colombianos y la tercera parte que los ecuatorianos. Y sin embargo, siempre según la Delegación del Gobierno para la Extranjería e Inmigración, el Perú se mantiene como el séptimo país en solicitudes de alta en la seguridad social. Esto quiere decir que cada vez vienen más peruanos, pero también, que saben a dónde venir, llegan con contratos u ofertas y así se reduce el número de irregulares.

'Imagen Latina'

Un caso ilustrativo es el de la revista de espectáculos Imagen Latina, una publicación financiada por la publicidad de empresas para inmigrantes -como la de Jhony Guevara- que distribuye gratuitamente 8.000 ejemplares en locutorios, discotecas y restaurantes de Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia. Sus directores, los psicólogos Javier Ludeña y José Ramírez, llegaron a España en el año noventa, también ahuyentados por la situación económica. En un principio, vinieron para hacer cursos de posgrado. Dos años después, abrieron un bar llamado Fénix para atender a la clientela inmigrante, que carecía aún de espacios de diversión específicos. A lo largo de la década, sus compañeros de inmigración -y parroquianos del bar- iban convirtiéndose en empresarios y necesitaban un espacio de comunicación para promocionarse. El 8 de julio del 2000, apareció oficialmente la revista Imagen Latina.

En un primer momento, el personal de la revista constaba com Javier, su hermana, José y sus dos hermanos, además de una redactora también peruana. Desde entonces y hasta el momento, la empresa ha contratado a doce familiares. Cuenta con un local propio en Madrid y otro en Barcelona, además de una casa para cada familia e inversiones en Perú.

"La relación con la familia es un compromiso personal, dice Javier. Aunque casi todos tenemos ya la nacionalidad española, viajamos al Perú unas dos veces al año y tratamos de ayudar a nuestra familia cercana trayéndola. Eso sí, sólo contratamos gente cualificada. Nadie está acá simplemente por ser pariente de nosotros. Todos tienen que prepararse. Ahora mismo, los hijos de mi sobrina estudian diseño gráfico y periodismo en Lima, esperando el momento de venir".

Las ventajas de este esquema de empresa familiar son claras: si todos los trabajadores viven juntos, la gerencia colectiviza el gasto, es decir, declara sueldos al estado y cotiza legalmente, pero de puertas adentro reparte los ingresos según las necesidades de cada trabajador. Además de que así se reducen los costos, cada centavo gastado en la familia -formación profesional, vivienda, incluso alimentación- resulta una inversión en la empresa.

En el otro lado, las complicaciones del modelo tienen que ver con el cruce entre las necesidades de empresa y las urgencias familiares, que no están claramente delimitadas. Obligados por el compromiso familiar, Javier y José han dado de alta a parientes que no trabajan en la revista, pero cotizan a través de ella hasta hoy. También han empleado gente que no podían declarar al estado porque carecía de papeles. Y una de las sobrinas de Javier aún no está cualificada para el trabajo que realiza, pero según Javier, "ella vino a España por su cuenta y estaba trabajando como servicio doméstico. Nosotros no podíamos permitir eso, así que la sacamos de ahí y la contratamos".

De hecho, el estatus de servicio doméstico es la unidad de medida habitual para valorar un empleo. La hermana de Javier, Angélica, se apartó de la empresa familiar y ahora cuida a un anciano. Gana más dinero, pero no tiene tiempo libre ni perspectivas.

Lo mismo ocurre con los pocos empleados de la empresa que no han sido de la familia, los redactores y fotógrafos, puestos para la familia carece de personal cualificado, pero que han sido ocupados sin excepción por peruanos. El contrato de un redactor implica un sueldo de servicio doméstico -540 euros-, y declara al empleado como auxiliar administrativo con sólo diez horas de trabajo semanal para reducir costos. Aún así, para un inmigrante con formación profesional, el puesto representa la diferencia entre ser periodista y dedicarse al servicio doméstico. Como si fuera poco, los inmigrantes están obligados a cotizar para renovar su residencia legal, así que necesitan un empleador fijo, y los empleados domésticos no tienen derecho al paro.

Seina Velásquez, propietaria de la empresa de giros, paquetería y viajes Flash Amazonas, también fue empleada doméstica a su llegada en 1991, pero a ella la engañaron. Seina era contadora en Perú, y una amiga emigrante le había ofrecido un trabajo en una imprenta gráfica de Madrid. Cuando llegó, el puesto era de limpieza en una casa particular. Seina dice que la noche en que descubrió a qué había venido, decidió trabajar un año y regresar al Perú. Y lloró. Lloró toda la noche.

Al final se quedó tres años en esa casa: "En la casa eran muy simpáticos conmigo, pero cuando hablaba con gente del Perú, yo les mentía. Les decía que trabajaba en otra cosa, que tenía un coche... Pensaba que se burlarían de mí por haberme cambiado de país para ser empleada doméstica".

Seina espantaba las nostalgias como cantante folclórica. Habla quechua desde la cuna y siempre le fascinó la canción andina. En una de sus presentaciones, conoció a un abogado español. Tiempo después, en la discoteca Fénix de Javier Ludeña y José Ramírez, volvió a encontrarlo. Empezaron a salir juntos y ella pasó a trabajar como externa, para tener más tiempo de verlo. Tres meses después decidieron casarse.

El año 95, nació su primer hijo y concibió al segundo. Pero las cosas no se arreglaron entonces para ella. Al año siguiente, su esposo murió inesperadamente de un infarto. Tenía 42 años. Súbitamente, Seina enfrentó la disyuntiva de volver al Perú o asumir una empresa casi en quiebra en un ramo en que no tenía ninguna experiencia.

Ocho años después, las oficinas de Seina en Gran Vía son un pequeño centro de servicios con negocios de paquetería, locutorio, viajes y transferencias bancarias al Perú, además de una tienda de productos peruanos artesanales y de alimentación, muchos con el sello de América Import. Entre sus propiedades figuran una casa en Madrid y otra en Lima, que funciona como base de operaciones de su empresa, que en total emplea a catorce latinoamericanos a ambos lados del océano.

Al principio, el negocio de la paquetería consistía en pagarle el billete aéreo a alguien para que llevase un equipaje cargado de mercancía, mayoritariamente ropa usada que los emigrantes enviaban a sus familias. Ni el correo público ni los couriers ofrecían tarifas accesibles para este tipo de envíos, así que este servicio cubrió una demanda nueva y creciente. El límite de peso habitual era de 90 kilos (a 1000 pesetas el kilo), y al llegar al destino, el mensajero entregaba su carga a un representante de la empresa y se olvidaba de ella.

Negocio y riesgo

Las trabas tardaron en llegar. En el año 2003, las Aerolíneas redujeron sus límites de peso hasta 30 kilos y los couriers transnacionales se movilizaron para exigir la fiscalización de los pequeños negocios de paquetería, pero el problema más grave y persistente era saber qué llevaban las maletas. Según Seina, de España a Perú nunca hay impedimentos. Pero de Perú a España, hay miles. Los quesos y otros productos no entran por razones sanitarias, o están sujetos a aranceles que terminan a cargo de la empresa, porque los clientes prefieren abandonar sus encargos que pagar esos impuestos.

Además, el negocio implica riesgos. Una vez, estando Seina en el Perú, le informaron que uno de los clientes les había entregado un paquete de cocaína disfrazado en unas latas de atún. Trataron de comunicarse con el cliente, pero ni el teléfono respondió ni su dirección era real. Seina pensó en informar a la policía, pero un amigo que trabajaba en Narcóticos la disuadió, porque eso sólo serviría para atraer las sospechas hacia su negocio y hacérselo cerrar. Finalmente, decidió arrojar la cocaína al water.

A su regreso a España, aún estaba preocupada por la posibilidad de represalias. Llamó al teléfono del cliente de destino y le dijo que su mensajero había sido detenido en el aeropuerto y que necesitaba una declaración jurada del cliente para liberar la mercancía. El cliente le aseguró que le enviaría la declaración por fax, y nunca más apareció. Al día siguiente, su número de teléfono estaba cancelado.

Desde entonces, las oficinas de Seina verifican y eventualmente compran personalmente la mercancía que envían. Han encontrado drogas en artesanías, zapatos y cápsulas de medicinas. Cuando reciben un paquete cerrado, exigen que el cliente firme una declaración firmada responsabilizándose por su envío. Además, en el último año, la paquetería pasa por aduana, como un correo particular más. Eso encarece el precio, pero ofrece mayor seguridad. Lo único que no se puede controlar es el envío de ropa usada, que continúa circulando en las maletas del equipaje.

Reunión de inmigrantes latinoamericanos en Madrid.SANTI BURGOS

El oscuro mundo de la vida nocturna

AL IGUAL QUE la ilegalidad obliga a aguzar el ingenio a los ciudadanos, las dificultades particulares de los inmigrantes los han llevado a buscar en los rincones de la ley los mercados y las posibilidades de crecimiento económico. De esa delgada línea roja entre lo legal y lo ilegal ha surgido una clase empresarial pujante y sólida. En ciertos casos, como la paquetería y las remesas, el propio sistema "oficial" ha terminado por descubrir un negocio e incluirlo en sus planes, lo que podría marcar la tendencia del marco legal en general y los futuros derroteros de otras comunidades nacionales.

Y sin embargo, ciertos sectores aún se resisten a la luz pública. Quizá el más oscuro en el interior de este mercado sea el de la vida nocturna. Entre Madrid, Barcelona y Valencia funcionan alrededor de 80 discotecas latinas. Buscamos al propietario de dos de ellas, José Lezcano, que recientemente ha inaugurado un nuevo local en Puente de Vallecas. Algunos de los informantes de este artículo se mostraron reticentes a aparecer en el mismo artículo que él, y ninguno concretó las razones de su desconfianza ni nos facilitó su número telefónico. Conseguimos el de su hermano Alberto, propietario de dos restaurantes de comida peruana, boliviana y ecuatoriana.

Cuando hablamos con Alberto para pedirle una entrevista, se negó. Afirmó que tenía cuatro divorcios, así que prefería no aparecer en la prensa. Tampoco quiso hablar de su hermano ni proporcionarnos su teléfono.

Finalmente, visitamos a José Lezcano personalmente para solicitarle una entrevista. Nos recibió en la entrada de su discoteca, flanqueado por dos guardias de seguridad dominicanos. Llevaba una camisa hawaiana melón y pulsera, collar y anillo de oro. Amablemente, nos explicó que no le gustaba figurar. Según argumentó, una vez habían entrado a robar a su casa, y desde entonces prefería no aparecer en público, para no incitar a otros ladrones. Nosotros comprendimos. La luz del sol no llega a la misma hora a todas partes.

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