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Reportaje:

Ruta Hemingway

La fiesta estalló, como dijo Hemingway, y por lo visto también Aznar. Pero antes de que siga -la fiesta, no Aznar-, es importante que nos bajemos un momento del delirio colectivo para esclarecer una hemingwayana cuestión.

Hace un mes, The New York Yimes afirmaba que "Hemingway tomaba rosados en sus visitas a Pamplona por la fiesta anual de los sanfermines". En efecto, y con independencia de que Hemingway fuese un muchacho sano que bebía de todo, está perfectamente documentado que, en el peligroso verano de 1959, Hemingway surcó en un Ford de color salmón todo el mapa de la Celtiberia taurina, con unas botellas de rosado fresco en el maletero. Al pan, pan, y el rosado, fresco, eso ni se discute; pero lo intrigante, y todavía no elucidado por los estudios hemingwayanos, es cómo se las arreglaba ese maestro de la prosa seca, en aquella España tórrida, llena de mulos y moscas, para mantener el vino fresco en el maletero. Los investigadores nos dicen que le ponía hielo, pero ¿cuánto hielo se podía conseguir en las carreteras de aquella España sofocante -¿añorada por Aznar?-, y cuánto tiempo duraba en el maletero? Conviene que esto se sepa, para mayor gloria de Hemingway.

¿Cuanto hielo se podía conseguir en las carreteras de la España sofocante?

Sin embargo, lo del hielo, siendo intrigante, es lo de menos. Lo de más es que, la afirmación de que "Hemingway tomaba rosado en sus visitas a Pamplona", es una verdad incompleta. Hay, sanfermineramente hablando, dos Hemingways: el que tomaba rosado en el Choko (años cincuenta) y el que tomaba vino, vino a secas, buen vino de la tierra, en el Iruña (años veinte). ¿Que de qué tierra era ese vino? De una tierra mítica: la de Artajona. Quien no haya estado allí, no tiene perdón. Plinio el Viejo, sabio entre los sabios, ya sabía que Artajona existe. Aparte de saber eso, dejó dicho que gracias al vino, el hombre es el único animal que bebe sin sed. Artajona no sólo existe, como sabía Plinio, sino que es el único lugar del mundo donde se practica el bandeo asincrónico inverso: una pasmosa forma de tocar las campanas al revés. Cómo lo hacen, es cosa de ir y verlo.

Pero a lo que estábamos: es un verdadero oprobio que Artajona no ocupe en la mítica hemingwayana, y por tanto, en la mitología sanferminera, el lugar de privilegio que en justicia le corresponde. Es un escándalo que los gobiernos aznaristas de esta santa comunidad (tanto el autonómico como el municipal), den tanto pábulo a los infinitos caminos del apóstol Santiago, por no hablar del que le dan al "Camino" de San Josemaría Escrivá, y tan poco a la prolífica ruta Hemingway, todavía por instituir y promocionar.

Los caminos de la ruta Hemingway son inescrutables. Porque hay al menos dos rutas Hemingways, como hay, tirando por lo bajo, dos formas de estar en las sanfermines. Está la ruta de Hemingway en los felices años veinte, que pasa por las locas noches sanfermineras, los baños al sol (¡desnudo!) en la selva del Irati, el Iruña y desde luego el vino de Artajona; y está la ruta del Hemingway de los sofocante años cincuenta: la del americano impasible del Choko, con su rosado misteriosamente fresco en el maletero. Cojan la que cojan, que tengan ustedes buena ruta. Y si es taurina, que no les depare bajonazos como el de Aznar.

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