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Columna
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'Underground'

A finales de los años sesenta del pasado siglo, emergió en el mercado de la moda juvenil una nueva etiqueta, una más en la vorágine de vocablos ingleses reimportados de América de obligada conjugación entre los jóvenes modernos, locos por el "beat" el "rock", el "twist", el "pop", el "soul" el "folk" y sus diferentes secuelas y combinaciones. Aunque siempre recelosas y reticentes, las grandes compañías discográficas habían tenido que transigir en aquella década prodigiosa con los caprichos de artistas cada vez más jóvenes y extravagantes, de cabellos largos e ideas disparatadas, ídolos caprichosos que no se conformaban con hacer temas sencillos y bailables que convocaran a los adolescentes a las pistas de baile y a las tiendas de discos. En el contradictorio y caótico escenario marcado por el mayo del 68, la desnortada industria del entretenimiento juvenil asumió y promocionó la moda "underground"; sin apercibirse de la paradoja, lo subterráneo emergía de las profundidades gracias a la varita mágica del comercio y del "marketing".

Los cabellos cada vez más largos y los temas musicales más extensos, el vestuario y las armonías cada vez más excéntricos y distorsionados, los artistas más radicales de la vanguardia mimados y financiados por grandes consorcios multinacionales, léase estadounidenses, que lo mismo fabricaban discos que componentes electrónicos para aviones de combate.

El "underground" no se limitaba al campo estrictamente musical, el teatro, el cómic, el grafismo, la prensa, el arte y las drogas psicotrópicas y psicodélicas, vehículo y válvula de escape de todo lo demás, formaban parte de tan abstracto, ambigüo y efímero cajón de sastre. El "underground", undergrún, en su pronunciación local, tuvo una buena acogida en los ambientes progres madrileños, entre los grupos de teatro independiente, los cantautores y los pioneros del fanzine y del cartel político. En España lo subterráneo era más subterráneo todavía por ser clandestino, "underground" genuino, puro y duro, y sus circuitos se desgranaban en colegios mayores y menores, centros parroquiales y obreros, asociaciones culturales, locales camuflados a los que se accedía mediante el boca a boca, un mundo, mundillo, sumergido de guiños y sobreentendidos.

Evoqué aquellos tiempos por primera vez cuando, después de los permisivos años de la "movida de todas las movidas", bajo el primer mandato de Álvarez del Manzano y con el concejal Matanzo España como paladín, el Ayuntamiento de Madrid inició su cruzada nocturna contra los bares que albergaban actuaciones de música, teatro, o cabaret en vivo. Entre los fines no declarados de aquellas operaciones estaban favorecer y devolver el monopolio de la nocturnidad a las salas de fiestas, discotecas y clubes de toda la vida, la mala vida; y a sus propietarios de siempre y, de paso, erradicar ese caldo de cultivo de músicos insumisos y cómicos deslenguados y críticos. El "flashback" me pasó por la cabeza cuando, en plenos años noventa, tuve que memorizar un código de golpes en la puerta para acceder en los sótanos de un céntrico local donde se presentaba un espectáculo genuinamente subterráneo.

Rosa León, ayer artista perseverante del "undergrún" madrileño y hoy concejal de Cultura socialista en el Ayuntamiento de Madrid, escribía el lunes en estas páginas sobre el escaparatismo cultural del alcalde y enumeraba lo que se acumula detrás del escaparate y en los sótanos de su gestión cultural; el descuido de las bibliotecas públicas y la desidia en los centros culturales de barrio; las kafkianas vicisitudes que han de sufrir los cineastas que quieren rodar en las calles de la ciudad, y el acoso municipal a los locales de música en vivo. La noche de Madrid vuelve a las catacumbas, en Huertas, en Lavapiés, en Malasaña, Barquillo y La Latina; la noche "underground" ofrece a los iniciados teatros y músicas, exposiciones y performances que no figuran en las carteleras, agendas y convocatorias de los medios de comunicación para no dar pistas a los celosos guardianes nocturnos, para no sacar la cabeza y arriesgarse a una decapitación prematura. Muchas veces, cada vez más a menudo, la primera noticia de su existencia que aflora en los diarios es la de su clausura. El escaparatismo cultural del Ayuntamiento tiene el techo de cristal.

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