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Tribuna:DESDE MI SILLÓN
Tribuna
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Desgracia

Dicen que los buenos actores son los que saben improvisar en el momento en el que se quedan en blanco. Los que saben seguir el hilo del guión aunque no acudan para ello a la palabra correcta. Los que reaccionan en milésimas de segundo y no dejan sombra de duda ante la atenta mirada del espectador.

Mayo quizá no sea buen actor. Quizá ni siquiera nunca se plantee serlo. Pero su problema ayer no fue el improvisar. Su problema fue que le cambiaron el guión.

Llevaba días oyendo hablar del thriller del pavés. El guión anunciaba tensión -algo habitual- y peligro -aún más habitual-. Pero había entre los protagonistas un personaje que no por conocido dejaba de ser pavoroso: el temido pavés. Los que le conocían decían de él que era impredecible, que le veían todos los años el día de la París-Roubaix, pero que esto no era ni mucho menos lo mismo, que aquí las cosas eran bien diferentes; que de él no había que fiarse ni un solo pelo. Los que no le conocían le temían aún más, aunque la ignorancia es valiente demasiado a menudo.

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El Waterloo de Mayo

Al igual que todos, Mayo tenía bien estudiado ese guión. No en vano, el pasado martes pasó por allí con su bicicleta para cerciorarse de que las cosas eran tal y como se las habían contado. Leía y releía las páginas, sobre todo éstas, las que hablaban de los dos malditos tramos que podían decidir el final de la historia. Hacía oídos sordos a los que le decían que nada pasaba, que el pavés era algo testimonial de cara a la galería, a hacer aún más grande el circo del Tour. Escuchaba con atención a esos que decían que hace años, cuando ellos corrían, pasó esto y esto otro. Este año la historia está aún sin escribir -pensaba-, y el guión está ahí para eso, para interpretarlo.

Pero lo que Mayo no imaginaba era el giro que iba a tomar el asunto de manera inesperada. Que entraba dentro de lo posible, pero no de lo deseable.

Se acercaban con nervios al pavés, y de repente y sin previo aviso, Mayo se encontró tirado en el suelo. Miró apresurado a su lado y enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Esto no era un thiller, ¡era un drama! ¡Y eso no era algo con lo que él contaba! Además de dolido como es lógico, se sentía engañado y confuso. Quizá hasta desgraciadamente aliviado: todo echado a perder sin remedio alguno. Pero resignado se dirigió hacia su bici cumpliendo con el papel de perdedor que le había tocado interpretar.

Pedro Horrillo es corredor del Quick Step.

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