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Reportaje:ANÁLISIS

Petróleo, en el punto de mira del terrorismo

Los últimos ataques de Al Qaeda contra intereses petroleros en Arabia Saudí han puesto en el candelero una vieja historia: la atracción fatal que la industria del petróleo ejerce sobre los grupos terroristas. Sin embargo, nos equivocaríamos si tras los atentados de Al Qaeda tan sólo viéramos un acto más, perfectamente escenificado en tiempo y lugar, de esta antigua y sangrienta afinidad entre terrorismo y petróleo. Desgraciadamente, todo apunta a que los fundamentalistas tienen capacidad para dar un salto cualitativo y cuantitativo sin precedentes.

Tradicionalmente, en los países con importante producción de hidrocarburos, las grandes compañías petroleras, especialmente las occidentales, han sido identificadas por los sectores más desheredados y politizados como usurpadoras de los recursos del país y como símbolos de poder y riqueza. Esta percepción, a veces fomentada por la escasa conciencia social y medioambiental de las compañías, hace que los activistas consideren rentable golpear instalaciones energéticas, tanto por sus efectos psicológicos y propagandísticos como para crear un clima de inestabilidad económica y política que erosione la firmeza del poder al que combaten.

Una red terrorista como la de Bin Laden puede golpear simultáneamente en varios lugares y bloquear las arterias que canalizan el flujo mundial de crudo
Lo más inquietante es el peligro terrorista que se cierne sobre Arabia Saudí y que amenaza con reducir o interrumpir por un tiempo la producción petrolera

Hasta la fecha, con estos planteamientos tácticos en mente, los ataques terroristas se han centrado en objetivos muy concretos y accesibles, como son el secuestro y asesinato de personas y el sabotaje de equipos e instalaciones que integran los sucesivos eslabones de la cadena de producción del petróleo y gas. Recordemos que tras los trabajos de exploración previos, la comercialización de los hidrocarburos de un yacimiento requiere el funcionamiento sincronizado de diversos elementos, como los pozos de extracción, las estaciones de bombeo, los sistemas de transporte (oleoductos, gasoductos y buques petroleros), las instalaciones de almacenamiento, las refinerías y, finalmente, una compleja red de distribución que se encarga de poner los productos del petróleo y el gas a disposición del consumidor. Además, en el caso del gas natural licuado, el engranaje de comercialización incluye plantas de licuefacción y el transporte mediante barco del gas licuado a terminales de regasificación.

Cualquiera de estos elementos resulta vulnerable a ataques con explosivos, especialmente si las instalaciones se sitúan en tierra firme. La magnitud potencial de los daños infligidos varía desde la destrucción de uno o más pozos hasta la paralización temporal de conducciones y refinerías o a la voladura de instalaciones de almacenamiento, plantas de licuefacción o terminales de regasificación, que en no pocos casos se encuentran imprudentemente ubicadas cerca de núcleos urbanos densamente habitados. Asimismo, el grado de hostigamiento puede oscilar entre ataques puntuales y aislados, y una campaña de sabotaje perfectamente orquestada, como sucede en el caso de Irak.

Sin embargo, por lo demostrado hasta la fecha, una red terrorista fundamentalista de carácter global, como Al Qaeda, presenta una capacidad operativa mucho más temible. Esta red no sólo sería capaz de golpear simultáneamente en varios lugares del planeta, obstruyendo las arterias que canalizan el flujo mundial de crudo, sino que, por su firme implantación en Oriente Próximo, una región que contiene gran parte de las futuras reservas de petróleo y gas del planeta, puede apuntar directamente al corazón mismo de la industria petrolera.

Bloqueo temporal

Respecto a la cuestión del bloqueo temporal de rutas vitales para el transporte marítimo del crudo, cabe recordar que, dada la distancia existente entre los grandes países consumidores y los productores de Oriente Próximo y del Caspio, casi la mitad del consumo mundial, es decir, unos 35 millones de barriles diarios, es transportado mediante grandes petroleros que generalmente siguen rutas fijas, ya que o bien no existen alternativas o éstas implicarían costes prohibitivos. Tales rutas incluyen estrechos que resultan fáciles de bloquear, mediante minas, barcos suicidas o misiles, lo que acarrearía cortes de suministro de entre tres y 15 millones de barriles diarios, es decir, lo suficientemente grandes para ser percibidos con claridad en los mercados del crudo.

Algunos de estos cuellos de

botella, flanqueados por países en los que la presencia de grupos fundamentalistas islámicos más o menos ligados a Al Qaeda parece cierta o probable, son los estrechos de Bab al Mandab, Ormuz, Bósforo y Malaca, que canalizan, respectivamente, un flujo cercano a los 3, 15, 3 y 11 millones de barriles diarios.

Además de estas vías marítimas, existen otras grandes infraestructuras terrestres de transporte de crudo cuya voladura tendría efectos nada desdeñables sobre los mercados de los países occidentales. Entre ellas hay que destacar el oleoducto de Sumed-Canal de Suez, que conecta el mar Rojo y el golfo de Suez con el mar Mediterráneo, evitando así que 3,8 millones de barriles diarios, en su mayor parte procedente de Arabia Saudí, deban transportarse bordeando el cabo de Buena Esperanza.

Sin embargo, lo realmente inquietante es que Al Qaeda se muestra cada vez más activa en el corazón de la industria petrolera mundial, amenazando con dificultar o interrumpir temporalmente la producción de crudo de Arabia Saudí. De hecho, los recientes acontecimientos han puesto de manifiesto que, sin necesidad de golpear la infraestructura del reino, los terroristas han descubierto un medio eficaz para conseguir sus fines: aterrorizar y ahuyentar a la gran colonia de técnicos extranjeros que prestan sus servicios en la industria petrolera saudí.

Trabajadores extranjeros

A pesar de los esfuerzos de los últimos años para reemplazar con personal local a los técnicos y ejecutivos occidentales, cifrados en unos 30.000, la realidad es que el mayor exportador de petróleo depende de contratistas europeos y estadounidenses para mantener su infraestructura en marcha.

Ni que decir tiene que si esta guerra psicológica contra la colonia extranjera se acompañara de acciones espectaculares contra las infraestructuras de producción, los efectos sobre la monarquía saudí y sobre el aprovisionamiento mundial de crudo podrían ser devastadores. Diversos analistas han destacado ya el terrible impacto que supondría cualquier atentado contra la terminal petrolera de Ras Tanura, la mayor del mundo, con una capacidad cercana a los 4,5 millones de barriles diarios, o contra el complejo petroquímico de Abqaiq, capaz de procesar siete millones de barriles diarios.

De hecho, hay quien sospecha ya que los terroristas de Al Qaeda están ganando los primeros compases de su guerra contra el mundo industrializado. Simplemente, porque el clima de inestabilidad y miedo que se respira en Oriente Próximo no constituye el mejor reclamo para las inversiones que el sector petrolero necesita sin más dilación para hacer frente, con un mínimo de garantías, al futuro crecimiento de la demanda mundial.

Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona.

Incendio provocado por las tropas de Sadam Husein en un pozo petrolífero del sur de Irak el 27 de marzo de 2003, ocho días después del comienzo de la última guerra.
Incendio provocado por las tropas de Sadam Husein en un pozo petrolífero del sur de Irak el 27 de marzo de 2003, ocho días después del comienzo de la última guerra.REUTERS

Irak, bajo mínimos

EL PRÓXIMO 30 DE JUNIO, tras más de un año de ocupación, cuando la autoridad provisional dirigida por Estados Unidos materialice la transferencia limitada de poder al nuevo Gobierno interino iraquí, se espera que los beneficios provenientes del petróleo vayan a parar directamente a las arcas del país, algo que no sucedía desde la guerra del Golfo de 1991.

Sin embargo, la falta de inversión en infraestructuras, motivada por la oleada de sabotajes y violencia que vive Irak, que ha ahuyentado al capital y la tecnología extranjeros, se traduce en que la operatividad de la industria petrolera no ha experimentado una mejoría espectacular, manteniéndose tan sólo en los niveles de los primeros meses que siguieron a la caída de Sadam Husein, y en algunos casos, por debajo de las capacidades de antes de la guerra.

Desde su toma de posesión hasta finales de 2004, contando con el trabajo de rehabilitación realizado por una compañía subsidiaria de Halliburton y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos, la autoridad interina tan sólo puede aspirar a lograr unas cifras de producción cercana a los tres millones de barriles diarios. Esta cifra es aún inferior a los máximos de 3,7 y 3,5 millones de barriles diarios alcanzados en 1979 y en 1990, respectivamente.

Además, algunos expertos consideran que el objetivo de tres millones de barriles diarios fijado para finales de 2004 no es sostenible, dado el inmenso daño sufrido por la industria iraquí, que no en vano ha soportado tres guerras, 13 años de sanciones y, tras la invasión de las fuerzas de la coalición, una interminable sucesión de atentados.

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