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FUERA DE CASA
Columna
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Libros y fotos

La primera foto, en Alcalá de Henares. En el centro, estrenando peinado y cuerpo, el nuevo director del Cervantes, César Antonio Molina, en compañía de los anteriores directores, marqués de Tamarón incluido. Todo un gesto del aristócrata, ex embajador, que no quiso permanecer ni un día más en Londres con los socialistas en La Moncloa. Al elegante y culto, al educado intelectual de nuestras derechas, no le importó dar la mano desde sus alturas a socialistas, progres, gallegos, republicanos y algunos monárquicos que hasta la ciudad cervantina se acercaron para escuchar prometer su cargo al poeta gallego. Molina, estoy casi seguro por la voz, estaba dentro de su traje. Ahora apenas le distingo, cada día está más quijotesco, más delgado y con menos pelos. Los cargos sientan bien, son adelgazantes, reducen michelines y obligan a que se cambie de chaqueta. Así les pasó a Fernando Rodríguez Lafuente, Luis Alberto de Cuenca o Jon Juaristi, cado uno en lo suyo, pero todos unidos a la hora de renovar su fondo de armario.

Segunda foto, en un noble salón de la Biblioteca Nacional. Allí, sin cambiar de chaqueta, también tomó posesión de su cargo Rosa Regàs. Ella, a diferencia de su antecesor, Luis Racionero, que no se molestó en aparecer por aquellos ilustrados salones en el día del traspaso de poderes, nunca dejó de ser gauchiste rama divine. Al ex gauchiste Racionero, su intertextualización de derechas le costó menos tiempo que el de sacudir una alfombra. Rosa Regàs, en compañía de Carmen Calvo, la ministra a la que no le faltan palabras ni citas, de la ex ministra Alborch y de unas decenas de escritores, editores, cineastas, familia y otros animales, en su mejor estilo de relajada y veraniega abuela, recordó en su discurso a los trabajadores de esa institución que el macabro 11-M murieron en aquellos trenes que no estaban rigurosamente vigilados. Ese homenaje nos borró la sonrisa que por otras razones gozosas teníamos muchos en la toma de posesión de Regàs. ¡Queremos tanto a Rosa! Nos sonreíamos porque algunos despistados trabajadores de la Biblioteca Nacional cuando se enteraron de que su nueva directora era Rosa Regàs, la abuela del Ampurdán, dijeron: ¡Viene una vieja! Antes de prometer su cargo, en la primera semana de rodaje de la ex editora y escritora, ya están arrepentidos de haber pensado tal cosa. No hay quien pueda seguir el ritmo de Regàs. Se necesita estar muy en forma, madrugar mucho, ser joven, saber amar, leer y, sobre todo, soportar que te diga la verdad, su verdad, aunque no haya confesor. No es fácil. Puede ser sencillo para Miguel Ríos, nuestro abuelo del rock, que, a punto de los sesenta, allí estaba acompañando a nuestra abuela de los libros. Para el resto de los mortales, rockeros incluidos, es más difícil. Posee Rosa, más allá de su exquisita educación, de su conocimiento adquirido al lado de Carlos Barral, Jaime Salinas y Juan Benet, una inusual manera de decir lo que piensa que la hace ser una de nuestras preferidas de lo políticamente incorrecto. Falta nos hace. Convencido estoy de que sabrá desempolvar la Biblioteca. Los que quieran viejos polvos, que se vayan a Salamanca, al Archivo de la Guerra Civil; allí sigue la vieja guerra de nuestros antepasados. La guerra no ha terminado, aunque ya no sepamos quiénes son los nuestros.

Otro de los nuestros tomó posesión como director general de Cine, Manuel Pérez Estremera. Otro de los nuestros porque fuma puros, porque todavía no ha perdido los kilos de más, porque le seguimos viendo con la misma chaqueta desde hace ya tantos años, porque aguanta a pie de barra y porque mantiene una admirable capacidad irónica, tranquila e izquierdosamente escéptica, para ver el mundo y el cine. Los cinéfilos españoles, latinoamericanos en general y cubanos en particular, están brindando con ron de caña por un interlocutor que lleva mucho cine en sus venas.

Mucho cine, no creo que tanto ron, ni tantos puros, también lleva ese otro joven por fuera y abuelo por dentro, llamado Juan Luis Galiardo, ese quijotesco psicoanalizado que va ganando con los siglos. Esa misma mañana, la del jueves, presentaba Galiardo sus rescatadas imágenes del Che Guevara, Fidel Castro y otras presencias cubanas en compañía de amigos que no citaré, por no convulsionar viejas amistades de Guillermo Cabrera Infante, en el Círculo de Bellas Artes. El Che donde nunca jamás se lo imaginan, un curioso material rescatado de los archivos habaneros. Faltan las imágenes del Che en Madrid, tomando copas con Juan Benet en el hotel Suecia. También faltan unas imágenes de Fidel como extra en bañador en algunas películas de Hollywood años cuarenta. Galiardo prometió buscarlas, aunque asegura que las piernas de Fidel son unas cañaíllas al estilo del hidalgo de rocín flaco y galgo corredor. En fin, poca cosa para tanto dictador.

Días de calor y Feria del Libro. El presidente Zapatero, paseante en feria, eligió la hora de los colegios, los niños le gritaban como a un futbolista. Y él, sin perder la sonrisa, aceptó libros y compró, es un decir, algunos tan significativos como La cultura de la conversación, de Benedetta Cravari, o Capital de la gloria, de Eduardo Zúñiga, tan diferentes, tan necesarios. Ya no puede pasear la feria en un fin de semana, ni disfrutar en las colas que se organizan para comprar a su compañero, y sin embargo novelista, Joaquín Leguina, que con su novela El rescoldo está haciendo negocio y república.

Como, cada uno a su estilo, están haciendo los poetas que han sabido romper el maleficio de las minorías. El que más vende es Mario Benedetti, ganando a Joaquín Sabina y Ángel González. El poeta uruguayo tiene un truco, dedicatoria corta y palabras justas.

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