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Reportaje:VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Las cenizas de Jennifer

La familia dominicana de la asesinada en Alzira revive con amargura su figura antes de emprender el viaje a España para recoger sus restos

Antonio Ramón Cruz tiene que recoger en Alzira, Valencia, las cenizas de una madre a la que nunca conoció. "Lo dejó con su abuela cuando tenía un año y medio para irse a España", decía ayer al mediodía su tía Rosario, hermana de Jennifer Lara, la dominicana muerta el pasado viernes después de que su ex compañero la quemase viva junto a dos hijos de la pareja.

Que Antonio Ramón recogiera el polvo de su cuerpo fue una de las últimas voluntades de su progenitora. Y el bebé que había dejado en su país, en Los Ranchitos, un pueblito de la provincia de Baní, unos 80 kilómetros al sur de Santo Domingo, va a cumplir con el deseo materno cuando ya es un jovencito de 17 años.

El lunes, en el consulado de España, donde acudió con algunos de sus familiares en busca del visado, se le veía ausente, quizá sin mucha conciencia de lo que estaba pasando. De hecho, de su boca no salió ni una palabra. De sus ojos, ni una lágrima.

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Miraba, junto a sus parientes, una de las páginas del periódico dominicano El Caribe. En ella había una gran foto de su madre. En la imagen, Lara mostraba una gran sonrisa mientras sostenía con su mano izquierda un manojo de flores color lila.

Ayer, su estado era el mismo. "Está deprimido", decía Fran Lara, hermano de la víctima, poco después de salir del consulado español. Allí les habían puesto el sello en los pasaportes recién expedidos a él, a su hermana Rosario y a su sobrino. Su destino: viajar a España esa misma tarde. Heriberto, padre de Jennifer, también quería ir, "pero él se ha dado cuenta de que está muy mayor para hacer el viaje", contaba Fran.

"Mi hermana llevaba 15 largos años sin venir a su país", narraba Fran, "y entre 8 y 10 años estuvimos sin saber dónde paraba, sin comunicación con ella. Pensábamos que había desaparecido". Cuando un día Jennifer Lara volvió a dar señales de vida, su hijo dominicano pudo hablar con ella. "Hasta el viernes, en total unas dos veces", decía este dominicano de casi 40 años, a la vez que todavía se resistía a creer que su hermana había muerto. "Tengo que verlo. Lo leo en los periódicos, pero no me lo creo. No es verdad. Todavía pienso que está viva".

La incredulidad de Fran contrastaba con la indignación de Rosario. Además de destrozada por lo ocurrido, como el resto de la familia, está enfadada por la poca importancia que en República Dominicana se le ha dado a la muerte de su hermana. "Las autoridades [dominicanas] no le han puesto mucha atención", decía con la voz crispada". Es la voz de alguien que aún recuerda la última conversación que tuvo con Jennifer. "Hablamos para la Semana Santa. Me decía que extrañaba los dulces de esa época. Las habichuelas con dulce...". Rosario la había llamado el 11 de marzo, cuando supo del atentado terrorista en Madrid. "Yo estaba inquieta por si le había sucedido algo, pero ella me dijo que no me preocupara, que su casa quedaba a 400 kilómetros".

También por teléfono, Jennifer le había hablado de cómo vivía en Alzira. "Me dijo que trabajaba duro para pagar el cole de los niños, el apartamento y un préstamo que había tomado, y que se sentía mal porque no le hacían caso por el asunto de su ex esposo, pues él decía que mi hermana era una puta". En alguna ocasión, Rosario le preguntó que por qué seguía en España, por qué no regresaba a su tierra. Uno de estos días volverá, en las manos de su hijo Antonio Ramón, no para rehacer su vida, sino para descansar en paz.

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