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Reportaje:

Regreso al infierno

El jurado y las víctimas visitan el 'zulo' utilizado por el pederasta belga Dutroux

Gabriela Cañas

Al sur de la industriosa ciudad belga de Charleroi, en el barrio de Marcinelle, hay un edificio unifamiliar abandonado construido en ladrillo rojo. Es una de las casas del pederasta belga Marc Dutroux. Sus estancias fueron inspeccionadas por la policía en busca de las niñas que estaban desapareciendo en Bélgica entre junio de 1995 y agosto de 1996. Pero sus pesquisas nunca dieron resultado.

Tuvo que ser el propio Marc Dutroux el que, una vez detenido, condujo a los gendarmes hasta el sótano. Deslizó sobre unos goznes una puerta de cemento de 200 kilos bien disimulada tras una estantería y mostró su oscuro interior. Sobre unos viejos colchones, dos niñas se escondían bajo la colcha, atemorizadas. Dutroux les pidió que salieran. Tras ciertas dudas, ambas le obedecieron. Todavía inseguras, le dieron las gracias y un beso a su verdugo al pasar a su lado. Los policías no daban crédito.

Una de las niñas permaneció 80 días secuestrada en ese agujero de poco más de dos metros de largo
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Aquellas niñas eran Sabine Dardenne, de 12 años, y Laetitia Delhez, de 14. La primera llevaba 80 días secuestrada, la mayor parte del tiempo en aquel agujero de 2,3 metros de largo y 0,9 de ancho. Laetitia sólo llevaba cinco, tiempo suficiente para conocer el infierno que compartió con Sabine de violaciones y miedo a morir a manos del supuesto jefe mafioso de Dutroux, que pretendía matarlas dado que sus respectivas familias no estaban dispuestas a pagar el pretendido rescate pedido por ellas.

Sabine y Laetitia, que ahora tienen 20 y 22 años, volvieron ayer a ese lugar. Con ellas, una selección de periodistas, los abogados, las familias de otras víctimas y los miembros del jurado que desde el 1 de marzo siguen el juicio contra Dutroux y sus cómplices.

"El zulo es tan pequeño, tan exiguo, que cuesta imaginar que un niño pudiera vivir allí tres meses". A la reportera de la RTL Dominique Demoulin, una de las periodistas que pudo acudir a la cita, parecía ayer faltarle recursos para describir lo que fue el infierno no sólo de Sabine y de Laetitia, sino también de Julie y Mélissa, las dos niñas de ocho años que no sobrevivieron. Las cortas dimensiones de este lugar dejaron sin palabras a los visitantes. La corta altura, de 1,6 metros, impide mantenerse de pie a un adulto normal. Las paredes son húmedas y no llega la luz del día.

An Marchal, de 17 años, y Eefje Lambrecks, de 19, también estuvieron secuestradas en Marcinelle en 1995, mientras debajo, en el zulo, permanecían Julie y Mélissa. Pero las adolescentes partieron antes, dice Dutroux, hacia la red pederasta para la que trabajaba, si bien él mismo se encargó después de enterrarlas en el jardín de una casa, al igual que haría más tarde con Julie y Mélissa, cuyos cadáveres demuestran haber sufrido una prolongada desnutrición, además de abusos sexuales.

Todo lo relacionado con este caso es así de sórdido y cruel. Pero para Laetitia y Sabine el juicio y la visita a este lugar es una suerte de terapia, la demostración al mundo de que es posible superar lo peor. Con ellas, las familias de otras víctimas intentan pasar página recordando a sus seres perdidos, como hizo la abuela de Julie al tocar ayer con fervor el nombre de su nieta, que la niña dejó escrito en una pared del zulo.

Los padres de Mélissa, ausentes del juicio oral por considerarlo una mascarada, tampoco se sumaron ayer a la visita, que calificaron de puro circo. Los belgas siguen enfrentados respecto a este caso entre los que defienden la tesis de Dutroux como psicópata que actuaba siguiendo sólo sus crueles instintos y los que insisten en la red pederasta demasiado bien protegida.

Un horror, en todo caso, del que emergen el coraje y la fortaleza de Sabine y Laetitia. Los padres de las desaparecidas aseguran que las consideran como sus propias hijas.

Marc Dutroux, al abandonar el <i>zulo</i> donde retenía a sus víctimas.
Marc Dutroux, al abandonar el zulo donde retenía a sus víctimas.REUTERS

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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