_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Esta vez el fuego es en Haití

Haití está en llamas, y de ello se culpa en gran medida al presidente Jean Bertrand Aristide. Pero lo que casi nadie entiende es que el Gobierno de Bush es el verdadero responsable. Desde 2001, el Gobierno de Bush ha estado siguiendo políticas con las que era probable derrocar a Aristide. El odio comenzó cuando Aristide, entonces sacerdote y defensor de la democracia frente a la despiadada dictadura de Duvalier en Haití, predicaba la teología de la liberación en la década de 1980. Los ataques de Aristide llevaron a los conservadores estadounidenses a considerarlo el siguiente Fidel Castro. Hicieron correr rumores de que estaba mentalmente trastornado. El desdén conservador se multiplicó cuando el presidente Clinton se unió a la causa de Aristide, después de que un golpe militar bloqueara su victoria electoral en 1991. Clinton reinstauró a Aristide en el poder en 1994, y los conservadores se burlaron del presidente estadounidense por malgastar los esfuerzos del país en "construir una nación" en Haití. Los ataques contra Aristide comenzaron tan pronto como el Gobierno de Bush llegó al poder. Yo visité a Aristide en Port-au-Prince a principios de 2001. Me dio la impresión de que era un líder equilibrado e inteligente, no un alborotador. Más bien, lo que quería era asesoramiento sobre cómo reformar su economía.

Más información
Los rebeldes haitianos aceptan desarmarse tras recibir las presiones de EE UU

Haití estaba en una situación desesperada: era el país más pobre del hemisferio occidental, con un nivel de vida comparable al del África subsahariana. La esperanza de vida era de 52 años. Los niños padecían de inanición crónica. El sistema sanitario se había hundido. Los turistas y los inversores extranjeros se mantenían alejados por temor a los disturbios, así que no había forma de encontrar trabajo. Cuando volví a Washington, hablé con altos cargos del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo, y de la Organización de Estados Americanos. Esperaba oír que estas organizaciones internacionales se apresurarían a ayudar a Haití. En cambio, me encontré con que todas ellas iban a suspender la ayuda, ante las vagas instrucciones de Estados Unidos, que no estaba por la labor de autorizar la ayuda debido a las irregularidades cometidas en las elecciones legislativas de 2000, e insistía en que Aristide hiciera las paces con la oposición política.

Pero Aristide había sido elegido presidente por una mayoría abrumadora. Era, sin ninguna duda, el líder popularmente elegido por el país, algo que no puede decir Bush. Y los resultados de las elecciones legislativas tampoco dejaban lugar a dudas: el partido de Aristide había ganado por abrumadora mayoría. Se afirmó que este partido había robado unos cuantos escaños, pero no llegó a demostrarse. Se mire como se mire, aquellas elecciones supusieron un paso adelante respecto a las décadas de dictaduras militares que Estados Unidos había respaldado, por no mencionar los largos periodos de ocupación militar directa estadounidense. Al decir que se congelaría la ayuda hasta que Aristide y la oposición alcanzaran un acuerdo, el Gobierno de Bush proporcionó a la oposición no elegida de Haití un veto indefinido. Los enemigos de Aristide sólo tenían que negarse a negociar para hundir el país en el caos. Ese caos ya ha llegado. Es triste oír declarar a estudiantes furiosos en la BBC y en la CNN que Aristide "ha mentido" porque no ha mejorado las condiciones sociales del país. Sí, el hundimiento económico de Haití está alimentando las revueltas y la muerte, pero las mentiras no han sido de Aristide. Procedían de Washington. Incluso hasta hace poco, Aristide decía que compartiría el poder con la oposición, pero ésta se ha negado. Los rivales de Aristide saben que los derechistas estadounidenses están de su parte y les ayudarán a subir violentamente al poder. Mientras eso siga siendo cierto, la agonía haitiana continuará.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_