Mascarada retórica
Creo no equivocarme al afirmar que los andaluces viven con apatía y desinterés los prolegómenos de las ya próximas elecciones autonómicas.
No existe inquietud alguna en nuestra sociedad ante una consulta de la que va a depender, en gran medida, el bienestar social y laboral de quienes vivimos en Andalucía, como si la gestión de lo público representase un capítulo menor en nuestro listado de prioridades.
Gran culpa de ello la tiene, evidentemente, el hacer coincidir elecciones autonómicas con generales, anteponiendo con esa medida los intereses de partido a aquellos otros que se derivan del debate pleno y democrático sobre los asuntos que nos son más cercanos.
Ha sido ahora el PSOE quien ha adoptado esa decisión, pero estoy convencido que, a pesar de las críticas vertidas contra la misma, otros partidos políticos hubiesen actuado de idéntica manera, si con ello viesen beneficiarse sus expectativas electorales, en un ejercicio, así mismo, tan pobre como rastrero de lo que representa la negación del proceso participativo que es consustancial a todo sistema democrático.
Pero, junto a ello, nuestros partidos políticos tradicionales, aquellos que hasta ahora han obtenido representación parlamentaria en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas, no han colaborado especialmente en la transmisión de inquietud política y social a los andaluces, más preocupados por su endogamia y sus luchas intestinas que por crear cultura política en una sociedad a la que pocas ocasiones se le han dado de participar en la resolución de sus problemas.
De ahí que gran parte de Andalucía se mueva en la inercia que marcan las encuestas porque, superada la etapa que marcó el afloramiento social del rechazo al sometimiento de más de cuarenta años, con la llegada del socialismo al gobierno de nuestra Comunidad, unos se han mantenido en la autocomplacencia y la ley del mínimo esfuerzo, desde el propio gobierno, y otros han sido incapaces de romper dicha inercia, desde las bases mismas de la sociedad, que era la única alternativa posible.
De ahí que hayamos llegado a una situación preocupante en la que el elector andaluz decidirá, con escaso interés, entre aquel al que no sabría endosarle grandes logros de gestión o aquellos otros de los que sería incapaz de extraer ilusionantes propuestas de gobierno.
Estamos, pues, ante un escenario político que no concuerda, en modo alguno, con la realidad económica y social de Andalucía, manifiestamente mejorable, y que, lo que es mucho más grave, han diseñado los propios actores que se dan cita en el mismo, buscando el aturdimiento del patio de butacas, conformándose con ello con el silencio final, sin aplausos ni pitos.
El resto de lo que nos queda por ver en estos días que faltan hasta la jornada de reflexión, no será sino una mascarada retórica de ofertas y contraorfertas, confundidas con las que a nivel nacional se voceen, dirigidas a rellenar espacios publicitarios gratuitos en los medios de comunicación y dictadas, en muchos de los casos, por individuos que ni siquiera han tenido la dignidad de preocuparse por conocer la problemática de aquellos a quienes van dirigidas.
Resulta indignante observar como aquellos que reclaman el voto, que pierden las posaderas por subirse a un estrado, por intercambiar una hipócrita sonrisa con su posible votante o por ocupar en exclusiva el espacio rectangular de una pantalla de televisión, no importa con qué grado de audiencia, han pasado sus últimos cuatro años sentados en la butaca doméstica o del escaño, enquistados en la absurda arrogancia del cargo o ausentes del debate social en el que tenían la obligación de participar.
Nuestro actual sistema de partidos, la vigente ley electoral, elaborada y no modificada, en complicidad, por los propios partidos, beneficia y subvenciona situaciones como estas, a sabiendas de que, en realidad, no son los ciudadanos quienes ostentan el poder, sino los propios partidos, por mucho que a aquellos se les permita ponerlos en el gobierno o en la oposición.
No existe inquietud política en Andalucía y, por ello, resulta tan difícil la renovación de sus estructuras económicas y sociales.
Se ha llegado a caer, incluso, en el mimetismo de las más variadas instituciones sociales, profesionales o científicas, con el sentir político de quienes representan, cayendo muchas de ellas en un adocenamiento o inhibición incompatible con la función creativa que debieran desarrollar.
Queda mucho por hacer aunque ello ni inquiete ni ocupe lugar en estas elecciones.
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