_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estridencias

La España plural navega hacia las elecciones generales con desperfectos de gran alcance que afectan a su maniobrabilidad. El PP puede estar contento. La entrevista de Josep Lluís Carod Rovira con la cúpula de ETA, manejada con el oportunismo sin escrúpulos que caracteriza al partido en el poder, ha complicado todavía más al socialista José Luis Rodríguez Zapatero las posibilidades de pilotar una alternativa efectiva a la correosa hegemonía popular. Esa es la verdad. Sin embargo, más que al presidente de Cataluña, Pasqual Maragall, víctima de una flagrante deslealtad; más que a los ciudadanos que han visto en el tripartito la punta de lanza de una política moderna, dinámica y transversal, la desgraciada iniciativa de Carod ha irritado a los dirigentes de su propio partido. Estuvo el "govern d'esquerra i catalanista" a punto de naufragar, pero fue Esquerra Republicana de Catalunya la que se asomó a un abismo de marginalidad que había dejado atrás. Ha habido en el independentismo democrático gente capaz de hallar una salida a la crisis y eso apunta que, pese a la fragilidad táctica e intelectual con la que ha dilapidado su líder el crédito anterior, el compromiso con la realidad supera a la tentación de escapar. Hay vocación de gobierno y ganas de hacer política en ERC. Esa sería la conclusión positiva de un episodio que llena de estridencia la singladura de la izquierda plural. Una estridencia de mamparos rotos y cuadernas que gimen en medio del temporal, tan exagerada que ofrece cobijo a la sorda sinfonía de crujidos que emite el partido de Rajoy y de Aznar. Crujidos de corrupción, como los del caso Fabra en Castellón, y estruendos de guerra interna, como los que se desprenden cada semana del roce de las agendas de Zaplana y de Camps (en la feria de Turismo Fitur, en Madrid, hubo de nuevo mucha confusión) o como los derivados del choque del consejero valenciano de Cultura, Esteban González Pons, con "su" secretaria autonómica (que ha costado la cabeza al director de Teatres de la Generalitat y amenaza el cuello del responsable de l'Espai d'Art). Se trata de ruidos que anuncian sucesos estructurales inminentes. Algunos catastróficos. Sólo que la derecha gobernante parece en condiciones de aplazarlos hasta después de ganar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_