El culpable entrevisto
Un pintor se interna por una carretera y llega hasta una ermita que tiene adosado un hotel recién construido. Don Gaetano, un clérigo ambicioso e intrigante, rige ese lugar, que destina en verano a dar ejercicios espirituales a los más conspicuos representantes del poder: políticos, presidentes de empresas estatales, catedráticos... El establecimiento sirve también para que, con tan pía excusa, algunos se encuentren con sus amantes.
El clérigo, vanidoso, invita al pintor a que sea espectador de sus saberes y autoridad, pero el pintor se termina convirtiendo en testigo e investigador de unos hechos que arrancan con un disparo una noche en la que los cursillistas rezan el rosario en una explanada, mientras, dirigidos por el cura, recrean una extraña ceremonia que está entre una tosca coreografía y un desfile militar.
En Todo modo, Leonardo Sciascia (Sicilia, 1921-1989) cultiva, como en buena parte de su obra, su gusto paradójico por la novela policiaca. En una entrevista con José Martí Gómez y Josep Ramoneda, publicada, pronto hará veinticinco años, en El País Semanal, Sciascia explicaba la peculiar manera en que entendía este género: "Para mí", decía, "el género policiaco presupone una actitud religiosa frente a la vida y frente a la verdad. El investigador es un portador de gracia, de la gracia teológica, de lo que los teólogos llaman gracia iluminante. El inspector ilumina los hechos con la verdad. Y, en este sentido, el género policiaco me ha interesado siempre, aunque técnicamente yo lo utilizo de una forma paradójica: nunca está claro quién es el culpable, pero se entrevé quién es".
A Sciascia no le gustaban los investigadores clásicos del género como Marlowe o Spade. Prefería a Maigret, porque éste no era descreído como sus colegas de ficción norteamericanos, confiaba en el sistema y respetaba los principios constitucionales. El policía de las obras de Sciascia suele ser un fiel representante del Estado escasamente respaldado por éste. Es casi un héroe que puede llevar adelante su tarea porque las circunstancias le proporcionan el apoyo que el Estado le escatima: el comisario de Todo modo está a punto de jubilarse y el vicecomisario de El caballero y la muerte, su última obra detectivesca, está consumiéndose por el cáncer como el propio autor mientras la estaba escribiendo.
Sciascia ambicionaba para su país un Estado sin fisuras y sin intrigas, en el que no cupieran misterios como los que los italianos contemplaron con estupor en los últimos años setenta y primeros ochenta: la logia P-2 y su secuela de muertes, o el secuestro y asesinato del líder democristiano Aldo Moro, al que Sciascia dedicó un libro. Ese libro, El caso Moro, era el preferido de Sciascia en los últimos años de su vida. La razón era probablemente extraliteraria: fue un asunto que consumió buena parte de su tiempo y le hizo volver a la política. Sciascia, que había sido concejal de Palermo con los comunistas, trató de desentrañar el caso Moro en el Parlamento italiano, en el que fue elegido por las listas de los radicales. Su paso por la política fue fugaz y casi nunca completó los mandatos por los que había sido elegido.
La relación de Sciascia con la política era instrumental, como lo fue también su relación con el periodismo, o, mejor dicho, con los periódicos. Pero en ambos casos se trataba de una relación apasionada. En la colección de EL PAÍS hay artículos escritos expresamente por Sciascia sobre los misterios de la España de entonces, como el caso de El Nani, el primer desaparecido de la democracia. En sus últimos años de vida, la firma de Sciascia aparecía con frecuencia en Il Corriere della Sera y eran muchos los italianos que esperaban a leerlo antes de formarse una opinión. Pero Sciascia no tenía muy buen concepto de los periódicos: afirmaba que "la prensa, que teóricamente goza de libertad para decir cualquier cosa, lo dice todo menos la verdad", y se justificaba por publicar en Il Corriere, un diario que no consideraba diferente a los demás, pero en el que prefería escribir porque, según decía, era el de mayor tirada.
Esta indiferencia era la que impregnaba también a sus héroes. Sciascia nació, vivió y murió en el mismo lugar. Veía las migraciones como "un hecho antinatural, terrible". A Sciascia le bastó explicarse el mundo a través de los paisajes y de los personajes que tenía más a mano, los de esa Sicilia que describió en Las parroquias de Regalpetra, un primer libro en el que, según él, estaban encerrados todos los que iría escribiendo a lo largo de su vida y que formaban "la historia de una continua derrota de la razón y de quienes se han visto afectados y destruidos por esta derrota".
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