Misticismo, confusión y fascismo
La querencia de Fernando Sánchez Dragó por José Antonio Primo de Rivera, el fundador del fascismo español, viene de lejos. En su día se adhirió a un manifiesto de los "falangistas auténticos" y les obsequió con el lema "Hay Pirineos". Ya habían pasado aquellos tiempos en que se había inventado una fabulosa, delirante y carente de cualquier seriedad Historia de España bajo el título Gárgoris y Habidis; en las facultades universitarias se la denominaba el Sergio y Estíbaliz, como un conjunto músico-vocal de la época.
Pero su entusiasmo perduró porque siempre consideró a Primo de Rivera como uno de los santos de la "religión del iberismo" (sic) que ha seguido profesando. No sólo eso: para él resulta nada menos que el heredero de Hércules y el Cid. Aún más, a lo largo del siglo XX ha resultado "el españolito con más gancho, con más misterio, con más ángel de terrible centuria". Pero además ha de corresponderle ser también nada menos que "una pauta y una llave para abrir la oscura puerta del futuro".
Un programa cultural no debería evocar a un personaje de significación político-partidista
Todo esto se puede leer en la página 428 de La Dragontea (Planeta, 1992), colección de artículos del director de Negro sobre blanco. El lector poco informado encontrará allí, además, el juicio de que Pilar Primo de Rivera ha sido "la única feminista sensata" de la Historia humana (sic). La colección de afirmaciones que se ha citado inscribe al director de Negro sobre blanco como personaje muy singular en una franja más bien lunática dentro de la normalidad general de la sociedad española.
Así se explica el primero de los programas que dedicó a José Antonio Primo de Rivera el domingo pasado. Un programa de carácter cultural nunca debiera evocar a un personaje de significación político-partidista (y menos aún si tiene la que corresponde al fundador de Falange). Si lo hace habría debido convocar a historiadores, pero Sánchez Dragó, en cambio, optó por tres nostálgicos del mundillo azul de esos que escriben mucho, pero nada original ni de valor permanente, y un rockero todavía más confuso que él mismo.
En la ensalada de imprecisiones, ditirambos, preguntas mal formuladas, respuestas delirantes, exageraciones y puras bobadas que siguió a continuación sólo el historiador Julio Gil Pecharromán braceó para decir cosas sensatas y oportunas. Hay que estar de acuerdo con él en que el fundador de Falange resulta un personaje interesante a ojos de un historiador. Quizá lo es más el impacto que sobre generaciones sucesivas ha tenido su figura (y cómo ha ido cambiando de significación).
Pero en vez de tratar de esto, nos encontramos con una caracterización del personaje habitual durante el franquismo, pero no al final sino en los años cincuenta. Resulta que era un "gigante", un "poeta" al que sólo la perversión de la derecha le indujo a la dialéctica de los puños y las pistolas, un intelectual incluso aureolado por la santidad. Además fue perseguido: no sólo su muerte resultó un "asesinato" y no una ejecución -¿y qué fueron las demás, en uno y otro bando?-, sino que sus libros fueron destruidos cuando en España empezó la transición a la democracia. Al rockero le persiguieron los del PSOE por joseantoniano. Aunque este último -que atiende al apodo de El Zurdo- hizo intentos desesperados, la afirmación más extravagante la logró el conductor del programa. Con esa rotundidad que proporciona la sabia mezcla entre el confusionismo, el desparpajo y la ignorancia, Sánchez Dragó aseguró que Primo de Rivera era un discípulo de Croce por aquello de que creía que la "Historia es una marcha continua hacia la libertad". La frase del pensador italiano de aplicación al caso hubiera sido recordar que afirmó que él no haría nunca la historia del fascismo porque le repugnaba, pero si la hiciera procuraría escribirla con precisión.
Nadie negará a la franja lunática su derecho a la existencia; reconforta saber lo solitarios y poco articulados que resultan. Pero conviene que no abusen. En el último Negro sobre blanco al que asistí descubrí que de las siete personas convocadas para hablar de España sólo dos habíamos votado la Constitución (no, por cierto, el presentador).
En otra ocasión pretendió inútilmente que polemizara con un antiguo terrorista ahora resucitador de la propaganda del paleofranquismo al que ya la televisión pública había ofrecido todo un púlpito a una hora selecta. Alguien debiera decirle al director de RTVE que ya se ha llegado al límite en jalear a personas, grupos y opiniones cuyas doctrinas resultan directamente contrarias al espíritu de nuestra Constitución. Y que eso no es revisionismo sino algo mucho más mal pensado, zafio, ignorante, provocador y poco ayuda a la convivencia.
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