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Columna
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No somos tontos

Llevamos más de una semana hablando del futuro Consejo del Audiovisual Andaluz como si fuera el bálsamo que cure la podredumbre de nuestra televisión, su infame sectarismo y sus burdas manipulaciones y lo cierto es que aún no sabemos de qué estamos hablando. Conocemos, sí, el lamentable proyecto presentado por el PP-A en el Parlamento, que adelanta, me temo, el modelo que el partido de Aznar pretende implantar en todo el país. De entrada, los miembros del Consejo -leo en Diario de Cádiz- se elegirían de manera proporcional a la representación de los partidos en el Parlamento y cesarían al final de la legislatura, con lo que no se haría sino repetir el modelo, claramente fracasado, de los consejos de administración de las televisiones públicas. Su función sería, simplemente, consultiva.

Fácil se lo ha puesto, una vez más, el PP-A al PSOE-A. Por pobre que fuera el proyecto que presente el Gobierno de Chaves, parecerá una maravilla al lado del presentado por Antonio Sanz. Bastaría, por ejemplo, que el Consejo fuera nombrado por los dos tercios de los parlamentarios andaluces y que sus ciclos no coincidan con las legislaturas para que se evitase la completa dependencia partidaria que se viene repitiendo en los consejos de administración de las televisiones públicas.

Pero lo importante no es sólo cómo se compone el Consejo, sino si sus funciones serán ejecutivas o meramente consultivas. El documento de Estrategias y propuestas para la llamada segunda modernización se limita a exponer la necesidad de un Consejo Audiovisual, pero no indica cómo ha de ser. El mejor modelo, el más democrático, es el puesto en práctica por los socialistas franceses a comienzos de los ochenta: un Consejo ejecutivo, sin dependencia partidaria, compuesto por verdaderos expertos de los que depende desde el nombramiento de los responsables de la radiotelevisión pública, hasta el reparto de frecuencias, pasando por el control de contenidos y la defensa contra los abusos de los medios.

Si se quiere dar ejemplo y demostrar con los hechos que la Junta se puede desprender de su posición ventajista en la RTVA es, sin duda, el modelo francés el que hay que elegir. Al fin y al cabo, está, además, dentro de las mejores tradiciones de la socialdemocracia. Pero, si no puede ser, me daría con un canto en los dientes si cesara la infame telebasura y las más zafias manipulaciones. Doy incluso por inevitable la presión del poder sobre los medios públicos y me consolaría conque cesase sobre los privados. El panorama español es tan horrible que, sin más ambiciones, nos pondríamos a la cabeza de las libertades en nuestro país.

Pero para qué ser tan poco ambiciosos si se puede tener lo mejor. Volar bajo en este asunto sería reconocer que se tiene miedo a la libertad, un miedo supersticioso cuando se considera, por ejemplo, que UCD se deshizo después de que un censor como Carlos Robles Piquer encabezara RTVE y que el PSOE andaluz registrara una gran mejora después de que los informativos de Canal Sur vivieran uno de sus momentos de mayor libertad durante la llamada pinza. Los ciudadanos, aunque desde el poder se suela creer lo contrario, no son del todo tontos.

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