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Columna
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Valores cristianos

Dime con quien andas... Primero fueron las patas sobre la mesa, luego la reunión de las Azores y la recepción en el rancho de Texas. Cada vez más neocon, Aznar está empeñado en norteamericanizar España y, si puede, Europa. Elogio práctico del materialismo grosero, antiterrorismo y religión. In God/Gold we trust. Si a Bush le funciona, ¿por qué no va a funcionar por estos pagos? Aznar exige que la futura Constitución europea contenga una referencia explícita a las raíces cristianas de Europa. ¿Sabe de lo que habla?

El Reino de Dios constituye el centro de la predicación de Jesús, quien desde el inicio de su predicación proclama: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 14-15). Sus destinatarios primarios son las víctimas, los sujetos frágiles, todas aquellas personas a las que el presente excluye: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis" (Lc. 6, 20-21). Suyo es el futuro, suyo; de todas aquellas personas a las que el control de su presente les ha sido expropiado. Dios las acogerá en sus amorosas manos y serán sujetos principales en su Reino. Un Reino que ya es aún cuando todavía no lo sea en plenitud. Sólo en la medida en que se producen hechos concretos de liberación -ciegos que recuperan la vista, paralíticos que vuelven a caminar, leprosos que son curados, endemoniados que son liberados, hambrientos que son alimentados...- el Reino, a la vez promesa y realidad, se vuelve parcial pero suficientemente inteligible a los hombres. "Sin acontecimientos históricos liberadores no hay crecimiento del reino", escribe Gustavo Gutiérrez. ¿Es de esto de lo que hablan Aznar y Berlusconi cuando reivindican los valores cristianos?

Desde la perspectiva de una Humanidad en la que la pobreza, el hambre y el llanto han sido a lo largo del tiempo el pan de cada día de cientos de millones de personas, no es difícil acabar archivando la promesa del Reino al lado de tantas y tantas otras promesas de liberación que el tiempo ha dejado reducidas, en el mejor de los casos, a combustible utópico para minorías tozudas, cuando no simplemente a profecías incumplidas que alimentan el escepticismo de mayorías integradas. Venga a nosotros tu Reino... Ya, muy bien: ¿pero cuándo? ¿cuándo vendrá a los pobres el Reino de Dios? ¿cuándo serán los hambrientos saciados? ¿cuándo reirán por fin los que hoy lloran? ¿para cuándo el cumplimiento de esa última voluntad de Dios para este mundo? ¿o es que, tal vez, no hablamos de este mundo? Como sostiene Camus: "Desde hace veinte siglos no ha disminuido en el mundo la suma total del mal. Ninguna parusía, ni divina ni revolucionaria, se ha cumplido". Porque lo cierto es que, digan lo que digan Davos y sus legionarios ideológicos, no es fácil imaginar tiempos peores que estos.

Cuando todo parece indicar que el capitalismo continuará su "epopeya mortífera" (Gallo), de manera que la pobreza, el hambre y el llanto seguirán dominando la vida de millones de personas, ¿cómo sostener razonablemente el mensaje del Reino predicado por Jesús? La promesa del Reino corre en nuestras sociedades la misma suerte que los planteamientos de Marx: salvo contadas excepciones, incluso sus herederos intelectuales han abandonado la dimensión visionariamente práctica de su propuesta. De ahí que, con facilidad, el Reino de Dios se convierta en el "Reino de los Cielos", no en el sentido en que Mateo utiliza esta expresión (como sinónimo que evite pronunciar el sagrado nombre de Dios), sino como reinterpretación de la promesa: no tiene nada que ver con nuestra historia, sólo se realizará "en la otra vida".

Afortunadamente, mientras algunos usaban el nombre de Dios en vano en el Foro Ambrosetti de Cernobbio, otros (y otras, muchas otras) se reunían en la sede madrileña de Comisiones Obreras para sacar adelante el 23º Congreso de Teología convocado por la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Aquí sí afloraban las raíces cristianas. En Cernobbio, en cambio, los traficantes de ideología volvieron a desembalar el opio del pueblo.

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