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Reportaje:EXCURSIONES | Otero de Herreros | DÍAS DE OCIO

Un filón de verdor

Quejigales y minas romanas de cobre jalonan un paseo por las vecindades de este pueblo serrano del sur de Segovia

Otero de Herreros está situado a 1.141 metros de altura en la ladera norte del Guadarrama, a medio camino entre San Rafael y Segovia, sobre un altozano luminoso desde el que se avizoran desde Peñalara hasta las cumbres de Malagón, pasando por la cercana Mujer Muerta y la aún más próxima sierra del Quintanar.

El lugar, además de ser muy vistoso, estuvo y está bien comunicado: cañada real, ferrocarril e incluso autopista. No es de extrañar que los madrileños se rifen los chalés, como hacen las muchas cigüeñas con los tejados de la iglesia. Sus 950 habitantes no hallarían un sitio mejor ni escogiéndolo a capricho. Porque, de hecho, así es como se eligió.

En tiempos de Augusto, sus antepasados vivían en un valle a un par de kilómetros al suroeste del actual pueblo, dedicados a la extracción y fundición de los metales que abundaban en el subsuelo. Pero aquella aldea de Ferreros, que el Arcipreste de Hita visitó a principios del siglo XIV, acabó siendo abandonada en 1480 "por su mal temple, húmedo y sombrío" -eso dicen las crónicas-, y sus vecinos se mudaron al alto u otero que hoy ocupan y que por eso se llama Otero de Herreros. Juan de Segovia, el propietario del terreno, se lo cedió por 14.000 maravedís y ocho pares de gallinas al año, que no parece mucho comparado con las modernas hipotecas.

Del viejo poblado de Ferreros, apenas queda nada: cuatro muros caídos junto al camino de Valdeprados y otros tantos adornos románicos embutidos en la fachada de la iglesia parroquial de Otero. Del viejo paisaje que vieron los romanos, el Arcipreste y los tataradeudos de los otereños, en cambio, queda todo: valles salpicados de herrumbrosas escorias y selvas casi impenetrables de quejigos, que es un árbol que, a diferencia de los hombres, apetece la sombra y la humedad. El cerro Almadenes (del árabe madin: mina) y los valles de los arroyos de la Escoria y del Quejigal son los nombres bien significativos de los lugares que hoy vamos a recorrer.

Iniciamos el paseo en Otero, bajando por la calle que lleva desde la iglesia hasta el cementerio, ante cuya tapia se acaba el asfalto y nacen dos pistas de grava. Unos 200 metros más adelante, por la de la izquierda, una escombrera desmantelada y en proceso de rehabilitación paisajística marca el punto en que debemos girar a la derecha para bordear la ladera oriental del cerro Almadenes, donde un cartel explica que hubo una fundición romana y que tal es el origen de las escorias con óxidos de cobre que alfombran el camino.

Tras rebasar una portilla metálica, encontramos una señal -un poste con una flechita verde- que nos invita a dejar el camino principal para descender a mano derecha hacia el arroyo de la Escoria. Y por otra portilla, ésta de alambre y bances de madera, nos adentramos en una espesura de quejigos, encinas y arces donde el camino acaba perdiéndose, obligándonos a progresar por el lecho habitualmente seco del arroyo hasta confluir, como a una hora del inicio, con el del Quejigal, que sí lleva agua y una senda clara a su vera.

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Continuando valle abajo cerca de un kilómetro -20 minutos a paso quedo-, salimos de sopetón a una llanura paniega. Por la orilla del trigal discurre el cordel de la Campanilla, una nítida vía pecuaria que seguimos a mano izquierda, casi en dirección contraria a la que traíamos, para regresar por el pelado páramo calcáreo que se alza a poniente del arroyo del Quejigal. Así, hasta toparnos con la carretera de Valdeprados cuando llevamos dos horas de paseo.

En realidad, no es preciso que lleguemos hasta la misma carretera. Cien metros antes, se desvía a la izquierda un camino que atraviesa una nueva portilla de alambre, baja al arroyo del Quejigal, lo cruza y trepa al ya conocido cerro Almadenes, tras el que asoman la iglesia cigüeñera de Otero y las cumbres de la Mujer Muerta y la sierra de Quintanar, que son la alegre decoración que eligieron los mineros de Ferreros cuando se cansaron de vivir en la selva.

Señalizado con postes y letreros

- Dónde. Otero de Herreros (Segovia) dista 72 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de A Coruña (A-6) hasta San Rafael y luego por la autopista de Segovia (A-61).

También se puede ir en autobús de La Sepulvedana (teléfono 91 530 48 00) y en tren (Renfe, teléfono 902 24 02 02), si bien el apeadero queda a 1,5 kilómetros del pueblo.

- Cuándo. Como todo bosque caducifolio, el quejigal luce sus mejores galas en primavera -verde y florido- y en otoño, cuando las hojas amarillean.

Éstas son las épocas recomendadas para realizar este paseo circular de siete kilómetros y dos horas y media de duración, con un desnivel acumulado de 150 metros y una dificultad baja.

- Quién. La Asociación para el Desarrollo Rural de Segovia Sur (Carretera de Segovia, 5; Espirdo, Segovia) ha señalizado esta ruta con letreros y postes de madera. Asimismo, ha publicado una guía con croquis, que puede solicitarse llamando al teléfono 921 44 90 59 o bien consultarse de forma directa en Internet: www.a-segovia.com

- Y qué más. Cartografía: mapa Sierra de Guadarrama, editado a escala 1:50.000 por La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; teléfono 91 534 32 57); en su defecto, hoja 17-20 (El Espinar) del Servicio Geográfico del Ejército o la 507 del Instituto Geográfico Nacional.

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