Terry Gilliam vuelve a soñar con el Quijote

No tiene suerte el Quijote con sus aventuras cinematográficas norteamericanas. El último intento de rodar una potente producción sobre el ingenioso hidalgo, soñado durante tanto tiempo por el director Terry Gilliam, etiquetado ahora por los principales estudios sólo por sus sonados fracasos, está algo más que moribundo. Un documental recoge la grabación de ese calamitoso rodaje en España. Es el reportaje descarnado de una sucesión de desastres que minaron el final de la película y la prueba visible de que la personalidad quijotesca del propio Gilliam no se amilana ante ningún gigante.

Todos los elementos, físicos y etéreos, parecen haberse conjurado para llevar al fracaso de nuevo a Gilliam, esta vez con su proyecto de El hombre que mató a Don Quijote, una posmoderna versión de la clásica novela de Miguel de Cervantes. El director de épicas fantasías como Brazil, 12 monos o Las aventuras del baron Munchausen, y que en su día trabajó con Monty Python, creía haber amasado en los últimos años todos los ingredientes para cocinar un inolvidable Quijote. Por una vez, pensaba, no le faltaba nada. Dispuso de libertad, de un gran equipo con 150 personas trabajando a sus órdenes, de los 32 millones de dólares de una macroproducción europea, de tiempo para el rodaje en España y de una gran estrella como Johnny Depp en el papel de Sancho Panza. La historia, el guión, no podía ser más atractivo para el gran público norteamericano al que le encantan los héroes y sus correrías. Sólo había que darle un toque para actualizarla.

Pero algo falló. Algo no. Todo. En sus sueños, Gilliam imaginó que semejante desafío, contra el que se habían estampado en el pasado actores como Peter O'Toole, o mitos como Orson Welles, debía quedar grabado para la historia. Antes de empezar el rodaje invitó a otros dos directores, Louis Pepe y Keith Fulton, para que realizasen un documental sobre su ambicioso proyecto. Perdido en La Mancha dura 93 minutos.