Un cadáver en Zorrilla
Calamitoso encuentro del Atlético, que termina aplastado por el Valladolid
El Atlético salió cadáver de Zorrilla. Sin una gota de vida como equipo, sin esperanza. Aplastado por un Valladolid correcto que le superó en todo, que le dejó muy lejos de Europa, muy lejos del fútbol, muy lejos de la imagen que se espera de un conjunto no ya centenario sino simplemente de Primera. Ya no importa lo que diga Gil, lo que le responda Luis Aragonés o lo que contesten los futbolistas. El Atlético está roto del todo, sin futuro para lo que queda de curso. Sólo respira por la hinchada, heroica y representada también ayer, capaz pese a la tristeza, diez minutos después de concluido el choque, de corear orgullosa el himno. Y eso que lo que había visto antes, el paseo autoritario del Valladolid no pudo gustarle. Por mucho que alguna pieza rival le sonara familiar.
VALLADOLID 3 - ATLÉTICO 1
Valladolid: Bizarri; Gaspar (Mustafá, m.81), Jonathan, Caminero (Sousa, m.90), Peña, Marcos; Colsa; Sales, Ciric (Óscar, m.75), Antonio López; y Aganzo.
Atlético: Esteban; Otero, Coloccini, Hibic, Carreras (Contra, m.54); Emerson, Albertini (Stankovic, m.46); Aguilera, Jorge (Javi Moreno, m.52), Movilla; y José Mari.
Goles: 1-0. M.30. Sales recorta a Carreras y bate a Esteban. 2-0. M.51. El Atlético tira mal el fuera de juego y Aganzo marca. 2-1. M.60. José Mari, de cabeza. 3-1. M.75. Sales centra y Aganzo cabecea a la red.
Árbitro: Téllez. Amarilla a Albertini, Gaspar, Otero, Carreras, Movilla, Peña, José Mari, Caminero, Stankovic y Emerson.
Estadio de Zorrilla. 16.000 espectadores.
Así, a ojo, está cinco o seis kilos por encima de su peso, del que lució de joven. Y parece que ya no puede, que lleva la lengua fuera desde el primer minuto, que el día menos pensado nos deja un susto detrás de alguna carrera. Pero sabe colocarse. Y, sobre todo, sabe jugar al fútbol, que, en definitiva, lo es todo. Por eso, pese a su aspecto de jubilado, Caminero fue el dueño de Zorrilla. Bien acomodado en una defensa de cinco, con libertad para empujar al equipo hacia atrás o hacia delante, dirigió todas las operaciones. Falto de facultades, resolvió por astucia los asuntos destructivos y por puro ingenio, por una calidad inalcanzable para el resto de los ocupantes del campo, los de ataque.
Unos metros por delante, Colsa, otro de esos tipos al que no conviene definirle por su aspecto. Corre que parece que se va a romper, como en permanente estado de cansancio. Se le echa un vistazo rápido y resulta imposible imaginarse un futbolista detrás. Y, sin embargo, hay uno y estupendo. Capaz de sobrarse con sombreritos, túneles y taconazos, de dormir la pelota más envenenada sólo con acomodar el pie. Fue Colsa el otro comandante del partido, el jugador que sacó de quicio al Atlético con su buen hacer en el centro del campo.
Y más arriba todavía, vencido a la derecha, una bala. A Fernando Sales sí se le sufre como uno se lo imagina. Tiene toda la pinta de chico veloz y escurridizo. Lo sufrió todo el Atlético, que no supo administrarle respuesta. Ni para Sales ni para nadie. Porque todo el Valladolid, limitado pero coherente, fue más que el Atlético. Defendió con seguridad, se juntó alrededor de la pelota y atacó con criterio.
Todo lo contrario que lo que tuvo enfrente, una ruina de equipo. Fue un Atlético espeso y sin chispa, vulgar, el que trató de discutirle al Valladolid el gobierno del partido. Con una alineación limpia de sospechas -con José Mari y Albertini pese a las presiones, que por ahí Luis es intachable-, pero débil de fútbol. Y raro, con Movilla como falso extremo izquierda, por mucho que el calvo fabricara las dos únicas ocasiones del Atlético en el primer tiempo: un pase profundo a Aguilera y un tiro ajustado, ambos lances resueltos por Bizarri.
Poco a poco, bajo la dirección de Caminero y Colsa, el Valladolid fue conquistando el partido. Lo hacía más que nada por sensaciones, por el gobierno de la pelota y sus victorias en los balones divididos. Pero tampoco arañaba demasiado daño, solvente como se mostraba Coloccini, uno de los pocos rojiblancos que se salvaron. Hasta que en una contra, y pese a la brusquedad con la que la intentó apagar Albertini, Colsa se inventó un pase larguísimo y letal, y Sales, definitivamente un caramelo para los grandes ojeadores, hizo el resto.
Les costó levantar la cabeza a los madrileños, que vivieron tras el 1-0 sus peores minutos. Luis trató de corregir la situación tras el descanso -se quedó en la caseta Albertini, salió Stankovic a ocupar un costado y Movilla se encomendó a frenar a Colsa-. Y, efectivamente, Colsa perdió enteros y el duelo amagó con igualarse. Pero un descomunal error defensivo al tirar el fuera de juego agrandó la ventaja local. Tras el 2-0, el entrenador visitante volvió a mover ficha, sin éxito la primera -dio entrada a Javi Moreno para suplir a Jorge, pero ambos estuvieron ayer ausentes- y con algo más de acierto la segunda -Contra por Carreras-.
El Atlético ganó fuerza por la derecha y moral, especialmente tras el gol de José Mari. Por un momento pareció que el Valladolid, más vigilado Colsa y más cansado Caminero, dejaba crecerse al rival. Pero en otra jugada repentina -un fuera de banda, una sustitución, un despiste intolerable de todo el Atlético-, volvió a escaparse Sales y a dejar constancia de su incontestable futuro. Con el 3-1, tanto uno como otro equipo se dedicaron a esperar el final. El Valladolid, con el aire festivo de las gradas, y el Atlético, atufando a cadáver.

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