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DON DE GENTES
Columna
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La parejilla ideal

Elvira Lindo

DI QUE IBA YO el día 1 de mayo cruzando la plaza de Colón porque di que había quedado con Bicoca en el Mallorca de Serrano para comprar comida preparada porque había llegado a la autoconclusión de que no me iba a poner como una criada a hacerles la comida a nuestros parásitos en el Día de los Trabajadores y pensaba para mis adentros que no sé qué haría la mujer de Fidalgo en día tan señalado, pero yo, como ciudadana, española y madre no pensaba hacer ni el huevo. Por cierto, no sé cómo será la señora de Fidalgo, pero yo me la imagino chiquitilla porque los hombres de tipo desproporcionado (lo digo sin ánimo de criticar) se buscan mujercillas que compensen la desproporción. He llegado a esta conclusión después de años de observación: una gorda siempre lleva un hombre consumidillo a su lado, los tíos inmensos buscan a las taponcillas, y las gigantas a los hombres diminutos. Ahora resulta que han demostrado los científicos del mundo que intuitivamente buscamos en el otro la medida que compense nuestros excesos o defectos. Yo por eso me busqué a un hombre muy culto, para compensar la burricie. A lo que iba: estaba de camino al Mallorca para comprar unas pechuguillas de pollo rellenas de foie (un plato super-ad hoc para el Primero de Mayo), y me doy de bruces con la manifestación de los Méndez y los Fidalgos. No sé lo que hubiera hecho la mujer de Méndez en semejante tesitura, pero yo decidí unirme a la convocatoria un cuartillo de hora porque me daba no sé qué. Por cierto, no sé cómo será la mujer de Méndez, pero yo me la imagino con una cabecilla muy pequeña y pelín consumidilla. Un poco por la ley de la compensación y otro poco porque dos personas de las dimensiones de Méndez no entran por una puerta de medidas estándar. Dado que Méndez tiene un cuerpo tipo cavernícola (y lo digo sin ánimo de lucro), seguramente buscó como media naranja un peso pluma. En total, que después de estar el cuartillo de hora manifestándome con los compañeros del metal, enfilé camino a Mallorca a por las pechugas rellenas. Pillé a Bicoca en la puerta de dicho establecimiento regateando el precio de seis tulipanes en el puesto de flores. Me enternecen los ricos. Son supercutres. Me encanta ir a las mantequerías del barrio de Salamanca sólo para ver cómo le piden al charcutero que les ponga doscientos gramos de jamón york de loncha transparente. Mola mazo, como diría Camilo. Una vez que me hube provisto de las pechugas para mis parásitos, emprendí con Bicoca un paseo cultural admirando las nuevas colecciones primavera-verano en los escaparates de Loewe, Saint Laurent, la Perla y toda la pesca. Digo yo que después de pasar un cuarto de hora en la manifestación del Primero de Mayo puedes permitirte semejante equidistancia. Bicoca vio a los manifestantes así a lo lejos y pensó que eran jóvenes que estaban ya haciendo cola para ver al Papa en directo. Es que a Bicoca, el Primero de Mayo, como que no le dice nada. Y yo no la saqué de su error porque no me gusta quitarle las ilusiones a las personas humanas y porque sé lo mal que lo ha pasado la pobre con todo esto de la guerra. No por la guerra, entendámonos, sino porque su pobre presi (como ella lo llama) perdía puntos. Y eso a Bicola le duele. Y yo, antes que sindicalista, soy amiga de mis amigas. Hay gente que no entiende esta amistad. El otro día, sin ir más lejos, estaba yo dando una charla sobre el humor, y contaba que había gente que se creía a pies juntillas lo que yo escribía en estos artículos, y que hay gente, con perdón, que es muy burra y que piensa que todo lo que yo cuento es verdad verdadera (con lo falsa y lo mentirosa que soy, que lo saben todos mis amigos). Y al final de la charla se me acerca una señora encantadora y me dice que enhorabuena, que me lee y que me idolatra, pero que si le permito hacerme una crítica constructiva, y yo le dije que bueno (qué iba a decir), y entonces me dice la señora que no entiende que yo tenga una amiga tan pija y tan facha como la tal Bicoca. Lo que yo digo: lo mejor es no dar charlas, ¿para qué?

Cándido Méndez y José María Fidalgo.
Cándido Méndez y José María Fidalgo.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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