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Tribuna:La invasión de Irak y el futuro de la ONU
Tribuna
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Una arquitectura internacional que funcione

Después de la crisis asiática en 1997 los economistas empezamos a hablar de la necesidad de una nueva arquitectura financiera internacional. Con la devaluación argentina el concepto se popularizó y se convirtió en lugar común. Pero nada sustancial ha cambiado en estos seis años. Porque es enorme la resistencia al cambio del sistema de relaciones internacionales construido tras la Segunda Guerra Mundial. Y lo es no porque el entramado institucional no sea manifiestamente mejorable, sino porque con cualquier sistema nuevo habrá perdedores importantes. Muchos países europeos estarán necesariamente entre ellos. Sólo un gran acontecimiento imprevisible puede trastocar el status quo. Los atentados terroristas del 11 de Septiembre constituyen ese hito que el orden internacional estaba demandando para sacudirlo.

Confiemos en que la ONU pueda participar en la administración del Irak pos-Sadam

Es difícil exagerar su impacto. Me van a permitir que lo sintetice en cinco aspectos que guardan una cierta relación cronológica. Primero, Estados Unidos se hace consciente de su vulnerabilidad y recibe la solidaridad internacional. Segundo, Estados Unidos pone a prueba esa solidaridad en Afganistán y la recibe. Tercero, Estados Unidos cree que puede hacer avanzar su agenda de seguridad a través de la acción multilateral y fracasa en convencer a las Naciones Unidas para que le acompañen en Irak. Cuarto, Estados Unidos descubre que necesita el mayor respaldo internacional posible para establecer ese nuevo orden internacional. Quinto, algunas potencias tradicionales se dan cuenta de que no es posible una nueva arquitectura internacional en la que Estados Unidos no se encuentre razonablemente cómodo, pero también que mantener su posición les va a suponer un coste creciente porque el mundo ya no es el que quedó dibujado en Yalta. Convendrán conmigo en que los puntos cuarto y quinto son una lectura razonable de lo que nos puede deparar el futuro inmediato. Déjenme que me explique brevemente.

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Una larga tradición del pensamiento económico que empezó con Coase en 1929 y llega hasta Hirschman nos ha demostrado que el coste de aplicar una ley disminuye siempre con el grado de legitimidad que sea capaz de despertar. Lo mismo puede decirse del sistema de relaciones internacionales. Estados Unidos podría jugar solo. Tiene capacidad para ello. Si alguien lo duda permítanme que les recuerde un dato. En la última década del siglo XX la distancia económica entre Estados Unidos y la Unión Europea aumentó en una cuantía equivalente al tamaño del PIB de Italia. Pero aun así le resultaría muy costoso. Y acabaría pagando un alto precio por ello. En términos políticos, la gran potencia americana podría administrar sola la posguerra en Irak. Sería una ruptura con su tradición secular y con la propia doctrina de Bush de que el Ejército no está para administrar la paz. Pero podría argumentarse que el fracaso en el Consejo de Seguridad ha dejado tanta huella y ha desacreditado tanto a sus propios multilateralistas que Estados Unidos sucumbirá a las tentaciones imperialistas. No lo creo, pero en cualquier caso sería una tragedia. Para el mundo y para el propio Estados Unidos. Lean si no me creen a Douglass North y su libro Estructura y cambio en la historia económica.

No lo creo porque la agenda descrita por el propio Powell en un artículo del pasado jueves no puede realizarse en solitario. La creación de un Estado en Palestina y su convivencia pacífica con Israel requiere la colaboración de todos los países árabes. La eliminación del fundamentalismo terrorista también. Y sería estúpido oponerse a la internacionalización de la posguerra iraquí con el argumento purista de que podría legitimar ex post la guerra. Las guerras las legitima la historia y sus resultados. Pero nadie puede argumentar seriamente que a la comunidad internacional le interesa que las cosas acaben mal, porque así se frenan las tentaciones imperialistas.

Por eso espero que lleguemos pronto al quinto aspecto señalado. Francia, Alemania y Rusia han de darse cuenta de que no puede construirse una arquitectura internacional al margen de Estados Unidos. No es realista y la política es el arte de lo posible. El mundo de los principios tiene su expresión en las creencias religiosas y morales y los experimentos morales en política no han sido especialmente alentadores ni edificantes. Por tanto, confiemos en que las Naciones Unidas puedan participar en la Administración del Irak pos-Sadam. Kofi Annan parece haberlo entendido así y ha conseguido que el Consejo de Seguridad aprobara por unanimidad su papel de organizador de la ayuda humanitaria. Francia también está orientando su posición para evitar el riesgo de marginalización en el nuevo orden. Un paso en la dirección correcta sería incluso lo que ha venido a llamarse la kosovización de Irak, es decir, una Administración militar esencialmente norteamericana al principio que va dando paso gradual a las fuerzas de la OTAN y por tanto a una Administración crecientemente internacional y civil.

Si este escenario pudiera cumplirse, sería más fácil analizar con tiempo y mesura las necesidades de una nueva arquitectura internacional. Sin ventajismo político ni posiciones de principios. Una nueva arquitectura donde pudiera discutirse seriamente sobre el derecho de veto, sobre su existencia y sobre quién tiene derecho a ejercerlo; sobre las limitaciones permisibles en el principio de no injerencia en asuntos internos; sobre los mecanismos de hacer cumplir las resoluciones, y sobre cómo combatir el terrorismo. Un nuevo orden internacional para la era de la globalización que necesariamente ha de ser aceptable para Estados Unidos y significará una pérdida de poder para todos los países europeos a menos que sean capaces de presentarse unidos en una política exterior y de seguridad común en el seno de la Unión a 25.

Fernando Fernández es rector de la Universidad Europea de Madrid.

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