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GUERRA EN IRAK | El frente norte

Milicianos kurdos y comandos de EE UU lanzan la ofensiva del norte

Primeros combates con tropas iraquíes en las colinas cercanas a la ciudad de Mosul

Juan Carlos Sanz

"Ahí mismo, donde está usted ahora, se encontraban los iraquíes hace dos horas". Ya no se podía ir más lejos. Es mejor seguir el consejo que suelen repetir los veteranos milicianos kurdos. "Si yo no paso, tú tampoco debes seguir". Sólo algunos temerarios peshmergas se internaban a la carrera al mediodía de ayer entre el repiqueteo de los Kaláshnikov hacía las líneas de las tropas de Bagdad. Un zumbido creciente rasgó entonces el aire mientras un proyectil de artillería reventaba los pastizales de las colinas de Manguwan con una gran bocanada de polvo.

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EE UU, a las puertas de Bagdad

El sol calentaba los sacos terreros abandonados por los soldados iraquíes a las diez de la mañana (las ocho, hora peninsular española). El promontorio que se alzaba junto a la carretera parecía la estampa de una guerra antigua, cuando todavía se podía informar sobre los combates desde las trincheras (sin alistarse).

A unos 25 kilómetros al este de Mosul, en el cruce con la autovía que enlaza la principal ciudad del norte de Irak con Erbil, la capital del Kurdistán autónomo, un grupo de periodistas presenciaba, casi en primera línea, la primera batalla del frente norte. Milicianos del Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y soldados de las fuerzas especiales de EE UU lanzaron ayer una ofensiva conjunta para desalojar de sus líneas a las tropas iraquíes. No se trataba de ocupar las posiciones evacuadas por los soldados en un repliegue táctico ordenado, como ha ocurrido en el frente norte desde hace una semana en dirección a Kirkuk y Mosul. Peshmergas ("los que se enfrentan a la muerte", en kurdo) y comandos querían abrirse paso a tiros hasta el río que bordea la población de Gaser, situada bajo una gran antena de radio y cerca de una central eléctrica.

En el horizonte se divisaban siluetas de lo que parecían fábricas de las afueras de Mosul. El primer avance desde la aldea de Kazenia, donde se detuvo la víspera la retirada iraquí, debió resultar fácil. La población fue abandonada por las familias árabes que ocuparon el vacío dejado por los kurdos expulsados por el régimen de Sadam Husein en 1991. Pero las fuerzas kurdas y estadounidenses fueron recibidas con disparos de carros de combate y artillería dos kilómetros más adelante, en el promontorio que domina la autovía a Mosul. "Están resistiendo en el puente de Gaser; nosotros aún no hemos podido llegar hasta el río, pero controlamos la zona", aseguraba en una pausa de los combates Mohamed Amin Radinyani, comandante de los peshmergas del PDK.

Cada disparo de granadas de mortero y proyectiles de artillería de las fuerzas iraquíes recibía una contundente réplica desde el cielo, donde los cazabombardeos de EE UU evolucionaban sin amenazas. Sus pasadas sobre el campo de batalla terminaban casi siempre con una potente explosión seguida de una gruesa columna de humo y polvo sobre la posición que previsiblemente ocupaba la artillería iraquí o algún vehículo militar.

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Soldados de las fuerzas especiales de EE UU, alguno de ellos cubierto con un kefiye (pañuelo kurdo), observaban continuamente los movimientos de tropas en el frente y hablaban por radio, con toda probabilidad para marcar los objetivos de los ataques aéreos. Éste parece ser el modelo de guerra que se avecina en el norte de Irak. Los 2.000 paracaidistas y 300 comandos de EE UU, sumados a los escasamente pertrechados 70.000 peshmergas kurdos, tienen que enfrentarse a los 125.000 soldados iraquíes que se han replegado para fortificar las defensas de las zonas productoras de petróleo de Kirkuk y Mosul. Desde Kifri, a apenas 140 kilómetros de Bagdad, hasta Kalak, en el último avance hacia Mosul, pasando por Chamchamal, desde donde se pueden estar lanzando ya operaciones de acoso en la misma ciudad de Kirkuk, el frente norte se ha recalentado en las últimas horas tras la llegada de vehículos y suministros militares procedentes de Turquía.

La respuesta iraquí a la ofensiva de la coalición kurdo-estadounidense ha sido contundente en el frente. Pero las acciones de castigo de su artillería contra zonas pobladas del Kurdistán, como es el caso de Kifri y Kalak, pueden parecer una muestra de debilidad. En Kalak, al menos dos proyectiles impactaron en zonas próximas a la localidad y un tercero dejó un cráter de un metro de diámetro y restos de metralla en una calle situada a escasos metros del cuartel de los peshmergas.

Paseo por el frente

Poco después de que el promontorio de las colinas de Mabguwan registrara un intenso contraataque de las tropas iraquíes, el jefe militar del PDK, Wazi Barzani, hermano del líder del partido, Masud Barzani, se paseaba al caer la tarde cerca del frente. "Estamos ya a un kilómetro del río", aseguraba, "pronto echaremos a los iraquíes". Pero los peshmergas tuvieron que afrontar aún un segundo contraataque en las colinas. Ya era de noche en el Kurdistán iraquí cuando el PDK aseguró al fin que sus milicias habían llegado hasta el río de Gaser, después de más de ocho horas de combates intermitentes en las colinas de Maguwan.

Es probable que la próxima batalla en el frente norte sea más difícil de contar. Al caer la tarde, milicianos del PDK provistos de chocantes credenciales con sus fotos colgadas del cuello controlaban el acceso de los periodistas hacia el frente de Mosul. Lo mismo ocurre ya desde el miércoles en el frente de Kirkuk, controlado por las fuerzas de la UPK. Los cristales de las ventanas retumbaban anoche de forma inquietante en Erbil. Tal vez las bombas lanzadas por los B-52 estadounidenses estaban terminando de ganar la batalla.

Un muchacho camina por una carretera del centro de Irak, donde vende cigarrillos a los <b><i>marines</b></i> de EE UU que se dirigen a Bagdad.
Un muchacho camina por una carretera del centro de Irak, donde vende cigarrillos a los marines de EE UU que se dirigen a Bagdad.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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