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Columna
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La guerra omnipresente

Si alguien deseaba que esta guerra del Golfo fuese tan invisible como la anterior, ya no cabe duda de que ha fracasado. La presencia de varios centenares de enviados especiales en Bagdad, la competencia de Al Yasira y el testimonio de los informadores que van adosados a las unidades norteamericanas han logrado acabar con la forzada asepsia de la anterior guerra, en la que sólo veíamos a Peter Arnett, de la CNN, en la azotea de su hotel y aquellas imágenes que nos mostraban los militares norteamericanos que convertían una sangrienta guerra en un borroso videojuego.

Algunos de los horrores de aquella guerra tardaron meses -e incluso años- en ser descubiertos. Ahora conocemos casi al instante todas las desgracias que la invasión acarrea. Se te atraganta el desayuno cada vez que ves la foto de una niña sin pies, o ese pequeño que se ha quedado sin brazos y sin familia, o ese prisionero con la cabeza tapada por un saco y abrazado a su hijo de tres o cuatro años. ¿Se le atragantará también el desayuno a los que han apoyado esta barbaridad?

Es lamentable que hayan caído huevos y algunas piedras en las fachadas de las sedes del PP: es una demostración de belicosidad que no debe permitirse la gente que dice amar la paz. En cambio, me parece excelente que a los ministros, en cuanto pisan la calle, se les recuerde que es su Gobierno el que nos ha metido en esto. Un abucheo es un arma venial ante quienes no parecen arrugarse frente al horror que nos sirven todos los días en la televisión y en los periódicos. Otra cosa es ya calificar de "asesinos" a los concejales del PP. Es tan injusto e inoportuno como recordar a los dirigentes locales del PSOE lo del GAL y la corrupción.

Las horripilantes noticias que llegan desde el Golfo Pérsico, dicen, perjudicarán a las candidaturas del PP en las próximas elecciones municipales. Es probable. Así, al menos, lo señalan las encuestas. Pero es conveniente recordar que las guerras no suelen acabar con las rutinas vitales de los que tienen que soportarlas. En Bagdad, la población civil no abandona sus tareas, a pesar de los bombardeos. Así suele suceder en todas las guerras: la de Irak no es una excepción.

Aquí deberíamos tomar nota. No tiene sentido que la invasión de Irak tape el debate sobre el futuro de nuestras ciudades y pueblos, que han de elegir alcalde el mes que viene. Hace ocho años, los casos de corrupción descubiertos dentro y alrededor del PSOE terminaron superponiéndose al debate político y aquí, en Andalucía, el PP se hizo con todas las alcaldías de las capitales de provincia. Esta vez puede ocurrir justo lo contrario: es la guerra del Golfo la que desalojaría a los alcaldes de la derecha.

Es bueno que se mantenga la protesta contra la belicosa ocurrencia de Aznar. Es oportuno que, incluso, se convoque una huelga general para el próximo jueves y que UGT proponga que la parte del salario no percibido por los huelguistas se destine a intentar paliar las penurias de los iraquíes, que son muchas.

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Lo que no tiene mucho sentido es que en la campaña electoral de las municipales se hable más de Sadam Hussein que de baches, transporte público, urbanismo o asistencia social. Hay un tiempo para cada cosa.

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