Columna

Dioses

Entre un Cromagnon esgrimiendo una garrota de encina y George Bush armado con un misil Tomahawk, la diferencia no está en el cerebro humano, sino en la cabeza del misil que ha evolucionado mucho más; no sólo en inteligencia, sino también en diseño. Aunque se presente envuelto en una nube de palabras heroicas, el actual presidente de Estados Unidos conserva todavía intactas algunas pulsiones del primate; en cambio, el Tomahawk se halla ya a años luz de aquella ingenua estaca de nudos. Llevamos ya tres días de espectáculo. Éste es un aviso para los que aún conservan la fascinación por los tebeos...

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Entre un Cromagnon esgrimiendo una garrota de encina y George Bush armado con un misil Tomahawk, la diferencia no está en el cerebro humano, sino en la cabeza del misil que ha evolucionado mucho más; no sólo en inteligencia, sino también en diseño. Aunque se presente envuelto en una nube de palabras heroicas, el actual presidente de Estados Unidos conserva todavía intactas algunas pulsiones del primate; en cambio, el Tomahawk se halla ya a años luz de aquella ingenua estaca de nudos. Llevamos ya tres días de espectáculo. Éste es un aviso para los que aún conservan la fascinación por los tebeos de Hazañas Bélicas. Uno de los daños colaterales irreversibles de la guerra moderna consiste en que el espectador de televisión quede subyugado por la belleza de las armas. Ninguna escultura de la última vanguardia puede equipararse con el bombardero B-2 Spirit, un triángulo de acero casi metafísico. Parece que las armas estén hechas para ser admiradas antes que temidas. Si te asombra su precisión y limpieza para alcanzar el objetivo y te dejas poseer por una estética que incluye un poder mortífero, serás tú la primera víctima. De hecho, los misiles tienen una forma obscena. Algunos soldados con vocación de filósofos escriben con tiza en su panza pensamientos satánicos antes de montarlos en las rampas de lanzamiento. Buen viaje al infierno. El mismo impudor contienen los discursos de los políticos y las arengas de los generales que dan paso a las matanzas. Esa literatura épica no ha variado desde los poetas griegos cuando se ensalzaba a los guerreros que dormían de pie apoyados en sus lanzas. Es la misma basura lírica, grandilocuente, sagrada que enardece a la carne de cañón desde los héroes a las ratas. Era el amanecer del 20 de marzo en Bagdad y allí cantaba un gallo anunciando a los tigres. George Bush acababa de invocar al dios de Occidente, el que le libró del alcohol y le juntó las cejas. Bajo la tormenta de acero Sadam también llamó en su ayuda a otro dios, el que gobierna el sésamo y la venganza. En ese momento ya no eran los misiles y las baterías antiaéreas, sino dos dioses monoteístas los que luchaban en el cielo del paraíso terrenal. Después de la crueldad vendrá la victoria aparente y sin duda ganará el dios más armado. Si alguno que hoy está en contra de la guerra aplaudiera a los vencedores deberá contabilizarse entre las bajas. Cuando el olvido se imponga sobre los muertos será el momento de llorar por ti mismo si has cedido a la belleza diabólica de las armas.

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