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Reportaje:

¡Welcome, españoles!

Los dos 'escudos humanos' de Granada regresan de Bagdad, una ciudad frágil donde se olvida la amenaza de la guerra

Una tormenta seca, con largos y retumbantes truenos, hizo saltar a toda la brigada de escudos humanos españoles. Los días anteriores la temperatura había sido favorable y les permitió callejear en manga corta por Bagdad. Quizá por eso el estrépito de la borrasca los tomó por sorpresa y durante unas décimas de segundo confundieron su fragor eléctrico con el tanto tiempo temido ataque aéreo sobre Irak. Es el único momento de miedo auténtico que recuerda Alfredo Caro, un estudiante de quinto curso de Biología, de 23 años, que ayer domingo regresó a Granada tras cinco días en Bagdad.

Como cualquier turista que visita un país árabe, Alfredo Caro trae consigo unos gramos de té, una alfombra, una pipa de agua y dátiles. Además, aparte de los bultos, en el lugar privilegiado de la memoria donde se acumulan los recuerdos indelebles, Alfredo lleva impresa la imagen desoladora de un refugio destruido por las bombas en la guerra del Golfo, en 1991, y que las autoridades iraquíes han preservado. "No se me olvidará en la vida el boquete que dejó el primer misil", dice.

"Al segundo o tercer día", recuerda Alfredo, "teníamos la convicción de que no habría guerra. En las calles de Bagdad apenas se habla de esa posibilidad, al contrario que en España. Nosotros éramos la auténtica atracción. Los iraquíes nos tomaban fotos y repetían 'welcome, españoles'. El único indicio bélico era una metralleta montada sobre sacos terreros. Ha sido ahora, al volver a España, cuando hemos comprendido que sí, que habrá guerra".

Su familia, sus amigos, su novia, ahora que está de vuelta, han cambiado el temor por la suerte que pudiera correr Alfredo en caso de que le sorprendiera el comienzo de la ofensiva por algo semejante a la envidia. Cuando comunicó a los suyos que iría a Bagdad como escudo humano, junto a otro granadino, Francisco Vílchez, un psicólogo de 39 años, las reacciones fueron diferentes. "Mis amigos comentaban que estaba un poco loco, pero me animaron; mis padres estaban temerosos de que fuera a un país en guerra, pero era un miedo más sentimental o paternal que otra cosa, y mi novia me dijo que adelante, que si pudiera lo haría también".

Durante el tiempo que ha permanecido en Irak Alfredo se comunicó con ellos a través del correo electrónico y un par de llamadas telefónicas. Pero su testimonio principal, el que no dejó dudas sobre su paradero ni sobre las misiones en que participó, se produjo el miércoles pasado. Ese día la mayoría de los diarios españoles traían en la portada la imagen de la toma simbólica de la Embajada española en Irak por un grupo de brigadistas del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.

De las tres figuras que aparecen sobre la terraza del edificio diplomático, las de la izquierda corresponden a las de los granadinos. Alfredo Caro, en camiseta, tiene levantado el brazo derecho y con los dedos forma el símbolo de la victoria. "Lo teníamos planificado en secreto. Llamamos por el interfono y nos franquearon las dos puertas. Nos recibió un iraquí que hablaba apenas español. Subimos sin oposición hasta la terraza, pero estaba la puerta cerrada y fue menester trepar por una verja. Luego desplegamos la pancarta y comimos allí".

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A Alfredo Caro le cuesta ordenar los recuerdos y resume: "Bagdad es una ciudad muy bella. No me queda otro remedio que tener esperanza".

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