El último héroe

Una mano asombrosamente pequeña, delicada, levanta una jarra de cerveza de una mesa de madera. Una sonrisa asoma breve por sus labios, bajo el espeso bigote, mientras una voz profunda emite alguna observación irónica, antes de dar otro trago de buena cerveza checa. Muchas cosas han cambiado en las dos décadas que hace que lo conozco: su vida, de disidente a presidente; su atuendo, de vaqueros a trajes oscuros; su salud, de mala a peor; el mundo que nos rodea, del comunismo al capitalismo, del Pacto de Varsovia a la OTAN, pero esta imagen, para mí, sigue siendo el constante, el irreductible Václav Havel.
Así era cuando lo conocí, sentado en el alféizar de la ventana de su antiguo apartamento con vistas al río Vltava, delgado y ajado tras casi cuatro años de prisionero político del régimen comunista. Así era la última vez que hablamos, en un centro de congresos construido para las conferencias del partido comunista, pero que en esta ocasión esperaba una cumbre de la OTAN. Naturalmente, el objeto de la observación irónica ha cambiado. Por aquel entonces, en 1984, era el agente secreto que le seguía a todas partes. Cuando Havel iba a una sauna, el agente secreto, de mediana edad y corpulento, se le acercaba corriendo y le decía: "Perdone, Sr. Havel, pero tengo un marcapasos y no es bueno que entre ahí. ¿Le importaría esperar mientras llamo a otro compañero?". Esta vez son sus compañeros, los otros presidentes, George W. Bush y Jacques Chirac, y sobre si se quedarían para el sorprendente himno a la libertad después de la cena, que combinaba el Himno de la Alegría de Beethoven, la Marsellesa y Power to the People de John Lennon, que había encargado especialmente para la cumbre de la OTAN y para su propia despedida.
En el primer año de su presidencia pronuncia sus mejores discursos: sobre el legado del comunismo, la necesidad de renovación moral y sobre Europa
No sólo su compromiso por la democracia, sino su propio instinto, una fascinación por la política así como el rechazo hacia ella, le lleva de la granja al castillo
Ahora está seguro de que el cambio político no viene de arriba, sino de abajo, de lo que él denomina "la quinta columna de la conciencia social"
El humor, la picardía interior, se mantiene. Igual que la profunda seriedad que normalmente se revela en alguna larga reflexión que sigue inmediatamente a la anécdota. En aquel entonces, en 1984, contra todo pronóstico, en contra de las evidencias externas, en contra de la opinión de la mayor parte del mundo y de la mayoría de los checos, estaba convencido de que el hielo de la opresión al estilo soviético estaba siendo derretido gradualmente desde abajo, por la desilusión popular y la pequeña llama del movimiento disidente Charter 77. Ahora trataba sobre la importancia de que Estados Unidos y Europa nos aferremos a nuestros valores comunes, incluso mientras discutimos sobre Irak.
Havel nació bohemio en los dos sentidos de la palabra. Durante años, lo que más le gustaba era una improvisación nocturna y vanguardista, teatral o política, o preferiblemente una combinación de ambas, en compañía de bellas mujeres, de buena cerveza, y de Becherovka, el licor checo. Pero al haber crecido en el hogar de un promotor millonario y culto, también es el hombre más educado que conozco. Aquí, en el restaurante del centro oficial de congresos, insiste en pagar la cerveza y la sopa que nos hemos tomado, aunque tiene que pedirle prestado dinero a su guardaespaldas. (Ésta es la clase de detalle que el propio dramaturgo-presidente escogió en los primeros años de su presidencia, para ilustrar el aislamiento de los poderosos de la vida diaria). Un perplejo y joven camarero coge el dinero, pero vuelve unos minutos más tarde para decir, con gesto majestuoso: "Invita la casa".
Un amigo que estuvo en la cárcel con Havel me dijo que los guardas se lo hicieron pasar muy mal por su extremada educación y su aparente timidez. Pensaban que iban a poder con él, pero habían interpretado mal a su hombre. Tras esa fachada blanda, a menudo insegura, se esconde una gran fortaleza mental y física. Ha estado al borde de la muerte varias veces en los últimos años, por infecciones bronquiales crónicas tras un cáncer de pulmón. Pero sigue aquí, sigue luchando por su idea de un mundo más humano, el último y único de los héroes de la oposición anticomunista de toda la Europa poscomunista, desde Berlín hasta Vladivostok, que se ha mantenido en lo alto a lo largo de toda la transición de su país desde el Este al Oeste geopolítico.
Por eso, ahora que se retira de la presidencia, repaso mis cuadernos de hace 20 años para recordar el fenómeno que es Václav Havel.
Mayo de 1986
Un coche de policía bloquea la entrada de su granja en el campo, Hradecek, en el norte de Bohemia. Conduzco carretera arriba, oculto mi coche y me arrastro por los húmedos pinares hasta la parte posterior de la casa. Doy unos golpecitos en la ventana. Sorprendido, aunque sólo momentáneamente, por mi llegada sigilosa, me saluda cariñosamente, vestido con una camiseta de color marrón oscuro que dice: "La tentación es GENIAL". Tentación es su nueva obra, que acaba de estrenarse en Viena. Pero no va a poder verla. Si cruza el telón de acero para pasar a Occidente, el régimen jamás le dejaría volver.
Nos pasamos todo el día hablando. Me cuenta que escondió un manuscrito de su último ensayo en los bosques. "Parte de él sigue ahí", por miedo a que la policía confisque el único ejemplar que tiene. (En la Checoslovaquia de mediados de los ochenta no había copias informáticas de seguridad). Me cuenta que una vez se arrastró por los bosques, se pasó tres días dando entrevistas y haciendo declaraciones para Carta 77, y después volvió en coche hasta la puerta de su casa, ante la sorpresa y el enfado del policía que vigilaba la entrada. Hablamos sobre Kafka, Harold Pinter, el filósofo Jan Patocka, y sobre el sádico director de la cárcel. "Hitler estaba en mejor situación que yo", le dijo el director una vez a Havel. "Él podía mandaros a todos a la cámara de gas". Describe la frustración de tener que concentrar toda su producción literaria en una única carta semanal desde la prisión para su esposa Olga. (La obra, Cartas a Olga, traducida a varios idiomas, es el maravilloso resultado). "¡Nada de subrayar!", decía el director. "¡Nada de comillas! ¡Nada de palabras extranjeras!". Una de las consecuencias de la censura fue un estilo tan esópico que cuando hoy relee aquellas cartas hay veces que no sabe qué quería decir realmente. Sin embargo, ahora está seguro de que el cambio político no viene de arriba, sino de abajo, de lo que él denomina "la quinta columna de la conciencia social".
Noviembre de 1989
Y por fin ha llegado el cambio. En el teatro subterráneo Linterna Mágica, el cuartel general de lo que alguien bautizó como la revolución de terciopelo, Havel revolotea como uno de los personajes de aquellas secuencias aceleradas de las películas de Charlie Chaplin. Cada 10 segundos alguien le aborda con una nueva petición. A veces se retira al pequeño camerino desde el que dirige la revolución. Es el director, el director de escena y el protagonista, a la vez. Pero aún así encuentra tiempo, a última hora de la noche, para tomar una cerveza y bromear en el sótano-bar que hay detrás de su bloque.
Fuera, todos los días repite el mensaje del cambio pacífico desde un balcón que da a la plaza Wenceslas, ante multitudes de 300.000 personas. De repente, algunos estudiantes sacan unas insignias que dicen: "Havel Presidente". Según me dice, las hacen en Hungría. Educadamente, tímidamente, Havel pregunta si le pueden dar una. Y enseguida la multitud de la plaza se pone a canturrear Havel na hrad, es decir, Havel al Castillo de Praga, la residencia del presidente.
"¡Qué locura de idea!", dice Olga. Vaclav asiente. ¿Pero qué alternativa hay? No es sólo toda la lógica de su compromiso por la democracia, sino también su propio instinto, una fascinación por la política así como el rechazo hacia ella, lo que le lleva de la granja del campo al castillo, de Hradecek a Hrad. Dice que es como un crítico literario que de repente se viera obligado a escribir una novela. ¿Pero no es cierto que la mayoría de los críticos se sienten tentados a probar a escribir de veras?
Mientras tanto, hay cava rosado en el escenario del teatro Linterna Mágica, y pancartas con la V de la Victoria, y una discordante interpretación de la versión checa de Venceremos. Es el gran momento de Havel. También es el momento en que se ve catapultado a una película acelerada que ya no puede dirigir ni controlar. Como dicen, camina con la Historia, ¿o no será que la Historia le lleva a la fuerza?
Febrero de 1990
Desde un balcón con vistas a la Vieja Plaza, el presidente Havel informa al pueblo de Praga de las conversaciones mantenidas recientemente con el presidente George H. W. Bush en Washington. Dice que espera poder ser un mensajero entre la Casa Blanca y el Kremlin. Es una charla estudiadamente informal, que concluye diciendo: "¡Ahoi!", que es el equivalente checo de ¡ciao!
Arriba, en el castillo, me muestra los inmensos, espantosos sillones cuadrados legados por su predecesor comunista como presidente, muy apartados entre sí, muebles de fraternal animosidad. Sigue corriendo, aún a velocidad chaplinesca, por uno de los largos y bellos pasillos para asistir a una rueda de prensa, y se detiene para mostrarme un enorme portón. Tras él, me dice, estaba la cámara de torturas del castillo. "La utilizaremos para negociaciones".
Conserva el humor, y también la profundidad. En éste primer año de presidencia pronuncia algunos de sus mejores discursos: reflexiones imperecederas sobre el legado del comunismo, sobre la necesidad de renovación moral y sobre Europa. Pero ya siento que la gran formalidad del castillo, el ambiente palaciego, los innumerables problemas de la transición y la fuerte presión de los asuntos diplomáticos y políticos, donde se mide la vida en citas de 20 minutos, están empezando a sepultarle.
Noviembre de 1994
Un modesto bar junto al río, otra jarra de cerveza. Sólo una mesa reservada para el presidente, sin más ceremonia ni seguridad especial. Sigue hablando como un extraño en su propia casa, el escritor sobre el escenario. Me dice que los checos de la calle le hablan "como si fuera su espía ahí arriba". "Cuéntales lo que pensamos", le dice la gente. Pero ahora hay una bélica ironía en la posición que ocupa. "Ellos" significa el gobierno de otro Václav, Václav Klaus, un enérgico y elocuente economista al que el propio Havel ayudó a ascender durante la revolución de terciopelo. Klaus representa todo lo que Havel aborrece: es "thatcherista", de hecho, "es más thatcherista que la Thatcher", y afirma que el libre mercado lo arreglará todo, mientras que Havel es un socialdemócrata perfeccionista, profundamente preocupado por la legalidad, la justicia social y el coste humano de la transición. Mientras Havel es el hombre más educado que conozco, Klaus es uno de los más groseros. Y ahora Klaus tiene el poder. Tras la separación de la República Checa y Eslovaquia, a lo que Havel se opuso, los poderes del presidente se vieron radicalmente limitados. Es como si en una de las obras de Havel de amenaza surrealista al estilo Pinter, Václav I se viera perseguido por su exaltado y fanfarrón Doppelgänger, Václav II.
De forma extraña, inesperada y no deseada, el presidente se ha vuelto a convertir en un disidente, en su propio gobierno. "Digo lo que pienso", me dice. Tiene una idea distinta de lo que las tierras checas deberían representar en Europa. Insiste en que puede seguir siendo un intelectual y un político a la vez: "Antes escribía ensayos, ahora escribo discursos". Me muestro escéptico. Creo que su posición, y la batalla con Klaus, limita radicalmente sus posibilidades de "vivir en la verdad", una frase que acuñó cuando era disidente.
También habla de la necesidad de una "visión más amplia" en la política europea, de hombres y mujeres de Estado que adopten una perspectiva a más largo plazo, como hicieron De Gaulle, Adenauer y Churchill. Es algo que él tiene sin duda para su propio país, y para Europa. ¿Quién más se puede comparar? ¿Kohl? ¿Miterrand? ¡John Major! De la misma forma que surgieron los grandes líderes posteriores a 1945 del crisol de la guerra, los grandes líderes posteriores a 1989 emergen del crisol de la resistencia anticomunista y la revolución. Es Havel el que sigue insistiendo en que hay que hacer algo para detener el genocidio de Bosnia, mientras los líderes de la Europa occidental se escabullen hábilmente y esquivan el problema. Es Havel el que nos recuerda que Europa es más que ranceles, montañas y divisas. Y sobre todo, es Havel el que convence a los estadounidenses de que Europa Central debe entrar en la OTAN.
Noviembre de 2002
Y ahora es el anfitrión de una cumbre de la OTAN en Praga. La sala que una vez utilizó Leonidas Breznev ha sido asignada al secretario general de la OTAN, George Robertson. Breznev debe estar revolviéndose en su tumba.
Nos sentamos en el centro de conferencias, mirando el río hasta el castillo que se eleva, iluminado, imponente y hermoso, sobre la ciudad más bella de Europa. Pero esta noche, sobre el mismo castillo hay un inmenso corazón carmín de neón, que late lentamente. El corazón es el símbolo que Havel pone junto a su firma en las cartas que envía a los amigos, y éste es su gesto de despedida. Algunos checos murmuran que es hortera e indigno, sobre todo porque en tierras checas normalmente se utiliza el corazón rojo de neón para señalar los burdeles. Pero a Havel no le importa lo más mínimo, y creo que hace bien. Sobre el fondo de la noche parece mágico.
Ahora tiene 66 años, y es un hombre enfermo; más rígido, más corpulento, más lento y más formal que el electrizante dramaturgo disidente que conocí allá por 1984. La voz cavernosa se ve interrumpida por ásperos ataques de tos. Ha pasado por muchas cosas, y se nota.
"¡No más discursos!", grita cuando le pregunto qué piensa hacer cuando se jubile. Después discutimos, como tantas otras veces, sobre cómo podría reflejar, como escritor, su experiencia en la alta política. Pero al día siguiente pronuncia otro impresionante discurso más. Habla sobre los valores compartidos de Europa y Estados Unidos, de que la ampliación hacia el Este de la comunidad euroatlántica debe continuar para incluir a todas las nuevas democracias de Europa, y de la tensión entre la necesidad de resistirse al mal y el valor de la soberanía. Tenemos que "sopesar en la balanza más precisa", dice, si la guerra contra Irak liberaría a la gente de un régimen criminal, como hicimos en Kosovo, y protegería a la humanidad contra sus armas, o si no sería más que otro ejemplo del tipo de "ayuda fraternal" que Breznev le dio a Checoslovaquia cuando las tropas soviéticas marcharon sobre Praga en 1968. Bastante agudo, para un presidente que hace de anfitrión de una cumbre de la OTAN. Pero el moralista y disidente sigue sobresaliendo.
31 de enero de 2003
En algún momento este fin de semana se apagará definitivamente el corazón que hay sobre el castillo. Havel se irá probablemente a su casa del Algarve, donde el clima es mejor para sus pulmones, para recuperarse y reflexionar. Hace mucho tiempo que muchos checos se han cansado de que moralice. "Dix ans, c'est assez", le cantaban los estudiantes franceses a De Gaulle en 1968, y 13 años de presidente es más que suficiente. Muchas veces se despide ingratamente a los grandes hombres. El tono de las despedidas en Praga es respetuoso, no reverencial.
Pero algún día los checos se darán cuenta del gran servicio que Havel le ha prestado a su país y a Europa. Sin él, no habrían tenido esa transición mágicamente pacífica de la tiranía a la libertad. Sin él, la división de Checoslovaquia podría haber sido mucho más complicada y dolorosa. Sin él, puede que toda Europa Central no estaría ahora disfrutando de la inaudita seguridad de la OTAN ni de la inminente perspectiva de unirse a la Unión Europea. Es la única figura principal de la transición que se ha quedado hasta el final. Y durante todo el camino ha mantenido, no siempre, pero lo suficiente, esa voz distintiva, penetrante, burlona de un gran escritor político.
Cuando los checos se den cuenta de esto, empezarán a planear la construcción de su estatua. Confío en que le representen sonriendo tranquilamente, con una jarra de cerveza en su delicada mano derecha.

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