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Crítica:SACRA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sombras queridas, deliciosas brisas

En una memorable conferencia en la Residencia de Estudiantes la semana pasada sobre los insinuantes caminos de la música italiana entre Vivaldi y Rossini, Alberto Zedda manifestó con un entusiasmo contagioso las calidades de la obra vocal sacra del emblemático autor veneciano y, en particular, del oratorio Juditha Triumphans. La reivindicación de Vivaldi es siempre oportuna. La popularidad de Las cuatro estaciones y, en general, de los conciertos instrumentales ha jugado en detrimento de la producción vocal del cura pelirrojo. Y en el bloque vocal hay piezas de enorme belleza.

Alberto Zedda se empeñó en demostrar la inmensidad de la belleza vivaldiana, asumiendo funciones de embajador plenipotenciario de la causa. No es desdeñable este tipo de posicionamiento estético. Y más cuando se es capaz de reflejar en sentimientos lo que se tiene almacenado intelectualmente. La identificación más conocida en España de Alberto Zedda es la rossiniana. No es la única. El musicólogo y director de orquesta milanés se descuelga de cuando en cuando con una locura de amor por Monteverdi, Vivaldi y otros compositores del XVII y XVIII italiano. Su vinculación al Festival Barroco de Fano fue algo más que una anécdota ocasional. Zedda ve incluso en Rossini el desenlace de un periodo de la música vocal italiana desarrollada en los dos siglos anteriores.

Por Juditha Triumphans siente Zedda una vinculación especial, alimentada durante muchos años, ya desde el análisis y revisión crítica de la partitura. Los amores filológicos imprimen carácter y eso desemboca en ocasiones con lecturas en consonancia. Zedda es un maestro del podio muy particular, desde el gesto a lo que se entiende por ortodoxia. La conexión con los músicos es fundamentalmente emocional. Ello no quiere decir que no domine la planificación o las estructuras. Todo lo contrario. Lo suyo es una cuestión de preferencias. Y la primera de todas es convencer desde la propia explicación de la música. Su dirección es más temperamental que técnica, más emotiva que lineal, más efusivamente lírica que exclusivamente racional. A Zedda lo que verdaderamente le importa es que la hermosura desatada de la música salga a flote con pasión. Y sale, ya lo creo que sale. Así, si las orquestas entran en complicidad con él, obtiene resultados de extraordinaria musicalidad. Los de anteayer, por ejemplo, con una prestación de alto calado de la Orquesta y el Coro de la Comunidad de Madrid: espontáneos, directos, cálidos. Una orquesta de instrumentos modernos, además. Como para demostrar que la tercera vía también es posible, si uno no se refugia exclusivamente en criterios historicistas.

De las cinco mujeres que desarrollan los papeles solistas (estamos en plena efervescencia del famoso Ospedale della Pietà) destacó la contralto Sara Mingardo en el papel que da título a la obra. Sus arias son de una belleza inmediata que hace honor al tópico del color y la luz venecianas. Mingardo las envuelve con una intimidad cercana al susurro. Dieron una efectiva réplica las cuatro cantantes españolas, desde una ágil Mireia Pintó a la contundente Silvia Tró, sin olvidar, claro, a A. Mateu o M. Arruabarrena.

El Coro, preparado por Jordi Casas, demostró en sus breves intervenciones su más que demostrada competencia. Con unas y otras cosas la interpretación hizo justicia al esplendor, vitalidad y deliciosas brisas de la obra de Vivaldi. Deliciosas brisas, sombras queridas, como canta uno de los personajes.

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