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La propuesta y el sentido

El día que el lehendakari Ibarretxe abandone la vida política me figuro que las agencias de publicidad harán cola a su puerta para ficharlo. Pocas veces se encuentran creativos así. El juego de manos que hizo en el Parlamento Vasco debiera pasar a las antologías: ha conseguido que un brindis al sol sea primera plana y abra los informativos de la TV. Chapeau! Como la propuesta del lehendakari exige la mayoría absoluta en la Cámara vasca, que no tiene, la mayoría absoluta en el Congreso, que tampoco tiene, y un referéndum, que no puede organizar, las mismas reglas de procedimiento acreditan que nos hallamos ante un desideratum nacionalista, y muy poco más. Y ello aun prescindiendo del poco dudoso resultado negativo que una propuesta independentista tendría en un electorado como el vasco, en el que la impregnación nacionalista es considerablemente menor que en Cataluña. La inviabilidad no significa que la propuesta no tenga sentido, lo tiene, lo que significa es que ese sentido no se halla en la propuesta, sino fuera de ella.

Si se repasa una serie histórica de los resultados electorales vascos se percibirá claramente que en ella hay una tendencia: la disminución sistemática del electorado de las formaciones nacionalistas. La disminución es lenta, pero constante, hasta el punto de que ha dejado de ser una hipótesis para pasar a ser una posibilidad real la derrota electoral del nacionalismo parlamentario. Dos factores acentúan esa tendencia: primero, la fragmentación del nacionalismo y segundo, el mantenimiento de una violencia que, también lentamente, provoca un fuerte rechazo en la sociedad, aun la nacionalista. Como la erosión del respaldo social del mundo de ETA es paladina, su mengua comporta la posibilidad de reagrupamiento nacionalista y asoma la perspectiva de una solución policial al terrorismo, que aparece como factible, a medio plazo el fin de la prima que el terrorismo ha dado de facto al nacionalismo gobernante se va a extinguir, la cosa urge. Cuando aparece claro que con medidas 'militares' se puede vencer la acción 'militar', la llamada a la 'negociación' tiene escasa plausibilidad.

En un escenario así la estrategia peneuvista más racional, desde la perspectiva del interés de partido, pasa por la adopción de posiciones que dejen fuera de juego al nacionalismo radical y sitúen en ruta de absorción al declinante independentismo democrático de EA. La concentración del voto nacionalista en un conglomerado controlado por el PNV permitiría al nacionalismo mantenerse en el poder aun cuando su votación bajara del 50%, a la vista de la inevitable fragmentación de la oferta política constitucionalista. Tal estrategia, que además satisface el imaginario peneuvista de la 'nación vasca en marcha', exige adoptar posiciones cuasiindependentistas (de ahí la libre asociación a partir de la decisión de los vascos sobre sí mismos), guardando las espaldas de la institucionalidad (de ahí la sujeción a los procedimientos constitucionales) que les posibilita el mantenimiento del apoyo del electorado moderado, al tiempo que puede operar como una cláusula de descuelgue si falta hiciera. Por si acaso la propuesta deja otras dos puertas abiertas: el trámite de consultas, de las que el PNV se reserva la facultad de 'reconsiderar' su posición a la vista de las opiniones expresadas, y la no presentación de una propuesta concreta hasta después de las municipales, cuyo resultado determinará tanto el mapa municipal, como la probabilidad de que el nacionalismo más o menos agrupado conquiste una mayoría operativa en la Cámara vasca.

Decir que la propuesta del lehendakari es más satisfactoria que el statu quo para los nacionalistas es decir una obviedad (¿son nacionalistas, no?), decir que sólo es satisfactoria para estos y no para los partidarios del ordenamiento constitucional (que, por cierto, votaron favorablemente los vascos), no deja de ser otra. Señalar que es una propuesta excluyente es una obviedad, desgraciadamente el nacionalismo vasco no ha seguido el modelo del nacionalismo inclusivo que sí han seguido los nacionalistas gallegos o catalanes. Apuntar que conduce a una guerra civil vasca revela un error de apreciación notable: el núcleo fundamental del 'problema vasco' es que allí hay una guerra civil vasca: la provocada y mantenida por ETA, una guerra en la que los nacionalistas ponen los fines, ETA las balas y los demás los muertos.

Ahora bien, lo que es racional desde la perspectiva del interés de partido, del interés del PNV -y de su dirigencia actual, conviene no olvidarlo- resulta no serlo no ya en términos democráticos, sino incluso en términos nacionalistas. Lo primero es paladino: la propuesta de Ibarretxe es sustantivamente antidemocrática porque pretende hacer depender la continuidad de un cuerpo político de la voluntad de una parte, y sólo de una parte, de ese cuerpo político, como si los demás integrantes del mismo no tuvieren interés legítimo ni derecho a decidir en una cuestión que a sus intereses afecta, y pretende hacerlo, además, cuando el proponente es jefe de un Gobierno cuya oposición debe ir escoltada, entre otros motivos porque ese mismo Gobierno no se emplea a fondo en combatir al bando que mata en la guerra vasca (sindicatos de la Ertzaintza dixerunt). Tampoco lo es desde la segunda perspectiva porque no se puede construir la nación vasca, cuando se sostiene un nacionalismo etnicista que sostiene la incompatibilidad de lo vasco y lo español, cuando esa posición sólo la sostiene algo menos del 30% de la población de la comunidad autónoma y más del 60% se siente simultáneamente española y vasca, no se puede construir una nación vasca sin la voluntad de la mitad de los ciudadanos de la comunidad autónoma, el ochenta y tantos por ciento de los navarros y más del 90% de los vascos del otro lado de la muga, o, lo que es peor, contra ella. Claro que si con el órdago acabamos sacando algo ¿Por qué no lanzarlo?

Para el PNV se trata de una apuesta sumamente arriesgada en cuanto que reposa sobre un valor entendido: que el propio PNV y sus apoyos sociales se van a mantener. Empero si la clientela estatutista, mayoritaria en el electorado peneuvista, y los militantes moderados del propio partido se cansan y no aguantan el tirón de ver a Ibarretxe defendiendo una propuesta bien lejana de corriente principal del propio EAJ, el tiro puede salirle a la actual dirección del PNV por la culata. Por eso esa dirección estima tanto la agresiva política del PP: sirve de aglutinante en un partido al que horrorizan las divisiones. Si en el gobierno de Madrid alguien pensara no se cometería la estupidez de no ir a hablar con el lehendakari. Desgraciadamente, aquí tengo que estar de acuerdo con Miguel Herrero: eso supondría que en ese Gobierno hay hombres de Estado. Y es ahí donde radica mi inquietud.

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Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

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