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LA CRÓNICA
Columna
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Mariano de la Cruz sigue conversando

Mariano de la Cruz sigue conversando Estamos en la FNAC, el pasado viernes 4 de octubre. Hemos ido a la presentación de Mens sana in corpore insepulto, el libro que recoge las conversaciones del psiquiatra y crítico taurino Mariano de la Cruz (1921-1999) con Arcadi Espada y Jaume Boix. Gracias a un despiste clásico (llegar una hora antes de la anunciada) nos encontramos metidos en una sesión de meditación budista. Ya que estamos, meditemos budistamente.

El susurro del monje Gueshe Kelfang Tharpa nos invita a imaginar que con cada inspiración de nuestros pulmones inhalamos luz y energía. Luz y energía. Eso es lo que desprendía una noche de verano de 1998, a sus 78 años y con una grave enfermedad a cuestas, Mariano de la Cruz. Estábamos al término de la cena, y cuando una voz protectora le recordó que era el momento de tomar su medicación, Mariano abrió un pastillero de metal y comenzó a arrojar su contenido, con ceremoniosa parsimonia, por encima del hombro. Ante la estupefacción general, la nuestra y la de las mesas contiguas, Mariano nos miró pícaramente por encima de las gafas: 'No soy tan burro; la del cáncer no la he tirado'. Pidió un vaso de agua al camarero y se tragó disciplinadamente la pastilla. Luego tomamos unos cuantos gin-tonics.

'Mi comportamiento de adulto fue como si me molestara mucho la norma, sin ser capaz de transgredir'

Ésta no es más que una de los millones de anécdotas que acompañan el recuerdo de Mariano de la Cruz entre quienes le conocieron. Él las contaba de maravilla (sobre Lacan, sobre el submundo sórdido del toreo, sobre Cela, sobre millonarios venezolanos, sobre la Barcelona de posguerra, sobre la gauche divine...) y las protagonizaba con un sentido escénico que delataba su vocación de hombre de teatro y de rituales. Vivió de un modo singular y hoy unos lo recuerdan por sus capacidades de psicoterapeuta, basadas en su profundo conocimiento de la psiquiatría y en su talante humanístico; otros, por su larga carrera de crítico taurino; otros, como gastrónomo curioso y exigente, y también como hombre mundano, excelente conversador, noctámbulo inveterado, actor ocasional en películas de Bigas Luna y Rosa Vergés, amigo de artistas y escritores y de algunos cantamañanas importantes. Además, Mariano de la Cruz fue filoperiodista. Sentía atracción por los periodistas y a lo largo de su vida los frecuentó de muchos estilos, promociones y categorías, desde Josep Pla al último mono de la redacción de La Vanguardia. Y siendo como era él, una mina de conocimientos que iban de lo más grave a lo más peregrino, no es extraño que nos atrajera como un imán. Como no es extraño que, puesto en el brete de contar su vida, de enfrentarse a sí mismo en el ruedo del género memorialístico, escogiera a Arcadi Espada y Jaume Boix para asistirle en la faena.

Cuando se le preguntaba a Mariano de la Cruz por lo que hace de la fiesta de los toros algo único y excepcional, él respondía que es la inminencia de la muerte. Algo así ocurre con este libro, dominado por un raro temblor: el hombre que habla y rememora determinados aspectos de su vida sabe que ha entrado en su fase final. Que se está marchando. No es momento para muchos disfraces; abajo las impostaciones. Pero sin olvidar el humor, la ironía, la inclemencia con uno mismo.

Hay quien dice que éste es un libro un tanto incompleto, y no le falta razón, pero es un libro de una verdad magnífica en cada una de sus páginas.

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Será una lectura fascinante para quienes no conocieron a Mariano de la Cruz, por el retrato que hace de su personalidad y por el abundante caudal de documentación histórica, social y humana que contiene; para quienes conocimos a Mariano de la Cruz representa un modo de reencontrarnos con él, con su particular manera de hablar, que los transcriptores han preservado cuidadosamente.

Termina la hora de meditación budista en la FNAC. Estamos llenos de luz y energía. Se vacía la sala y vuelve a llenarse poco a poco con otro auditorio. Llegan los autores del libro con Castilla del Pino y Joan Pere Viladecans, otras de las largas amistades de Mariano de la Cruz. El pintor catalán recuerda emocionado sus tardes de barrera compartida en muchas plazas españolas; el psiquiatra cordobés se pregunta quién fue en realidad Mariano de la Cruz, a quien conoció en 1950. 'Desde siempre me produjo una gran perplejidad', confiesa Castilla; 'como si escondiese un gran enigma'.

Castilla desgrana algunas anécdotas y nos recuerda que las personas se definen por sus comportamientos; lo demás son juicios u opiniones.

Entonces abrimos al azar Mens sana in corpore insepulto (el título es una cuchufleta a la muerte sugerida por el propio Mariano de la Cruz) y como si Mariano hubiese escuchado a Castilla, damos con este párrafo: 'Mi comportamiento de adulto ha estado regido por la fantasía, por el intento de salir de la realidad de un modo que se acerca al psicópata, al que es antinormativo (...) como si me molestase mucho la norma, pero sin ser capaz de transgredir nada realmente importante'. Mariano de la Cruz sigue conversando con sus amigos.

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