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Crónica:Ciencia recreativa / 13 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

UNA VICTORIA INCONSCIENTE

Javier Sampedro

Los éxitos españoles en los últimos Campeonatos de Europa al aire libre no han podido aliviar el sofocón que se llevaron los aficionados el pasado jueves, cuando Reyes Estévez y el francés Mehdi Baala acabaron la prueba de 1.500 con el mismo tiempo cronometrado (3 minutos y 45,25 segundos) y los jueces, tras 10 minutos de penosas deliberaciones, resolvieron que el francés había ganado por dos milésimas de segundo. Estévez declaró poco después: 'He visto la televisión. En la imagen cenital me veo por delante. En la lateral me veo muy junto. Y en la carrera, en la pista, yo me he visto ganador'.

Mi compañero Carlos Arribas publicó el viernes en este diario los cálculos adecuados para entender la magnitud del problema al que se enfrentaron los jueces: la precisión del cronómetro es de sólo 10 milésimas de segundo (de ahí que ofrezca la lectura '45,25 segundos', y no '45,253 segundos', por ejemplo). Por lo tanto, la decisión de los jueces sólo pudo basarse en la foto de la llegada. Como los corredores llevaban una velocidad cercana a los 30 kilómetros por hora, que Baala ganara por dos milésimas de segundo implica que los jueces pudieron ver en esa foto que su pecho adelantaba al del español por 17 milímetros: más o menos el diámetro de la moneda de dos céntimos de euro. ¿Se vería una moneda de dos céntimos en la foto de llegada? Entra dentro de lo posible. ¿Pudo darse cuenta Estévez de que había ganado mientras cruzaba la meta? Eso es aún más dudoso.

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EL GEN DEL LENGUAJE

Nuestra consciencia parece un flujo temporal continuo, pero no lo es. La corteza cerebral está dividida en áreas especializadas: visuales, auditivas, olfativas, somatosensoriales (las que perciben y procesan el tacto), asociativas, etcétera. Sin embargo, cuando somos conscientes de una escena -cuando la vemos, la recordamos o la imaginamos-, no somos conscientes de cada uno de sus elementos componentes separadamente. Cada escena aparece en nuestra mente integrada como un todo, como un estado de consciencia.

Los neurobiólogos Gerald Edelman y Giulio Tononi han postulado que la consciencia humana se basa en la gran capacidad de las distintas regiones especializadas de nuestra corteza cerebral para establecer con relativa rapidez (en 150 milésimas de segundo, para ser exactos) una red de interacciones mutuas y simultáneas. La consciencia no es, por lo tanto, un flujo continuo, aunque nos dé esa impresión, sino una sucesión de paquetes discretos, de escenas unitarias e indivisibles. Cada escena dura 150 milésimas de segundo, que es el tiempo que le lleva a la corteza cerebral integrar en un todo coherente los distintos elementos percibidos por sus varias regiones especializadas.

¿Qué ve un corredor mientras va embalado hacia la línea de meta? Él cree ver un flujo temporal continuo y, de hecho, eso es más o menos lo que ven sus ojos, su retina y las áreas cerebrales que empiezan a procesar la información visual, situadas un poco por encima de su nuca. Pero su consciencia no ve eso. La información visual procesada inicialmente en esa zona próxima a la nuca tarda 150 milésimas de segundo en integrarse con los datos procedentes de otros sentidos y otras áreas cerebrales, y sólo entonces llega a la consciencia del corredor como un todo coherente, integrada en lo que hemos llamado un estado de consciencia.

En las 150 milésimas de segundo que tarda en formarse una escena consciente, el corredor avanza un metro y 30 centímetros por la pista. Los famosos 17 milímetros no existen para la consciencia de los corredores, y difícilmente pudo Estévez haber tenido la impresión de haber ganado mientras cruzaba la línea de meta. Tampoco podría haber tenido la impresión de haber perdido, desde luego. Dos milésimas de segundo es un lapso 75 veces más fugaz que los fotogramas de los que está hecha nuestra percepción racional, y la medalla de Baala fue a todos los efectos una victoria inconsciente.

Ayer mismo, el neurólogo Antonio Damasio recordaba en la edición electrónica de Scientific American unos experimentos que ilustran muy bien lo que acabamos de discutir. Cuando una persona toma (o cree tomar) la decisión consciente de flexionar un dedo, hace ya 120 milésimas de segundo que su cerebro había empezado a enviar las órdenes reales para flexionarlo. No es que el dedo vaya por delante de la decisión, por supuesto; es que nuestra percepción consciente de haber tomado una decisión lleva un horroroso retraso de 120 milésimas de segundo respecto a la decisión en sí: un lapso suficiente para ganar 60 carreras en Múnich. Dentro de la mente, el tiempo es en gran medida ficticio, una construcción perpetrada por nuestro cerebro para que la consciencia parezca fluir de manera parsimoniosa.

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