Crónica:PASEO POR UN PAÍS EN FIESTAS (2) | GENTE

La Romería Vikinga de Catoira

Ur-su-lá!, ¡Ur-su-lá!, ¡Ur-su-lá!, gritaban los vikingos a coro al ritmo de los golpes de las lanzas y las espadas contra los cascos de los dakkars que, el pasado domingo, a mediodía, surcaban las aguas de la ría de Arousa a la altura del municipio de Catoira (Pontevedra). Tras ellos, una espesa nube de humo: la marca de su espíritu incendiario, que les había llevado a prender fuego a la isla de Gaveira, una de las muchas por las que en su día transitó el apóstol Santiago. En el centro de la ría ardía la isla, donde minutos antes unos 70 vikingos y vikingas habían planeado la estrategia...

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Ur-su-lá!, ¡Ur-su-lá!, ¡Ur-su-lá!, gritaban los vikingos a coro al ritmo de los golpes de las lanzas y las espadas contra los cascos de los dakkars que, el pasado domingo, a mediodía, surcaban las aguas de la ría de Arousa a la altura del municipio de Catoira (Pontevedra). Tras ellos, una espesa nube de humo: la marca de su espíritu incendiario, que les había llevado a prender fuego a la isla de Gaveira, una de las muchas por las que en su día transitó el apóstol Santiago. En el centro de la ría ardía la isla, donde minutos antes unos 70 vikingos y vikingas habían planeado la estrategia de conquista. Sus dos embarcaciones avanzaban decididas, a marcha de remo, hacia las Torres de Oeste, construidas en el siglo IX por Alfonso III El Magno contra posibles invasiones. Allí, en sus ruinas, un ejército de cerca de 20.000 curiosos, visitantes y turistas, aguardaba ansioso el desembarco, que se produce anualmente el primer domingo de agosto y que ha acuñado el nombre de Romería Vikinga. Con la de este año son ya 42 las celebradas.

Ataviados con trajes de piel y cuernos de vaca, saltaron al agua por la proa con armas en la mano. Y bramando como salvajes, corrieron hacia la gente, que huía despavorida
A jarrazo limpio, bañaron de vino a los asistentes que miraban sus ropas avinadas sin dar crédito a tanto derroche. Y, de perdidos al río, muchos acabaron bañándose en la ría

Los vikingos, ataviados con trajes de piel y cuernos de vaca, saltaron al agua por la proa de los barcos con las armas en la mano. Y, bramando como salvajes, corrieron hacia la gente, que huía despavorida ante semejante alarde de barbarie. Asaltaron y destrozaron sin pensárselo los puestos en los que se repartían mejillones y vino, mientras, como poseídos por el dios Baco, gritaban '¡Viño, viño!', ante la mirada atónita de los visitantes.

Pueblos hermanados

Después cargaron sobre sus hombros los enormes barriles e hicieron correr el jugo de uva por toda la romería. Porque a jarrazo limpio bañaron de vino, y esto es literal, a los asistentes que miraban sus ropas avinadas sin dar crédito a tanto derroche. Como José Ávila, un madrileño que veranea con su familia en Boiro y que había venido este año por primera vez: '¡Es la leche!', decía mirándose su camiseta blanca teñida de un color amoratado. Pero más bien era vino, y mucho. O como una señora que cuando recogía las bandejas de mejillones (este año venían envasados y precocinados por primera vez), después de esperar su turno, sintió cómo la regaban con una jarra de vino desde la cabeza a los pies. Detrás de sus gafas y su pelo chorreantes, todavía podía verse su rostro alucinado. La escena era realmente cómica. Aunque no estaba claro si ella reía o lloraba.

No se salvó del baño de vino ni el alcalde, el socialista Alberto García; ni su invitado de honor, el embajador de Dinamarca, Cristoffer Brasen, que este año visitaba la romería por primera vez. De esa manera hacía gala del hermanamiento que existe entre ambos pueblos, concretamente entre Catoira y el municipio danés de Frederikssund, desde 1993. Fue entonces cuando comenzaron a producirse intercambios culturales entre estas dos localidades, unidas en la historia por todo lo referente a las invasiones normandas sobre el norte de la península Ibérica durante el siglo XI.

En la explanada de las Torres de Oeste el jolgorio estaba servido. Sonaban las gaitas, proliferaban los puestos de empanadas, pulpo a la gallega y enormes roscos de azúcar y hogazas de pan, al más puro estilo medieval. En el ambiente predominaba esa sensación tan propia del descontrol y que da lugar al famoso refrán: 'De perdidos al río'. Pues eso, muchos acabaron bañándose en la ría y otros paseaban con los rostros y las ropas llenas de churretes rojizos. Las competiciones de piraguas y la verbena nocturna completan la fiesta, que se prolonga hasta la noche.

'Los baños de vino son nuestra manera de introducir a la gente en la fiesta', decía Nené, que el día de la romería es uno de los jefes vikingos, con una importante veteranía, y el resto de los días es José Manuel Conde y trabaja en unos astilleros. Porque eso sí, los vikingos son todos catoirenses y ser vikingo es una responsabilidad que se transmite de padres a hijos. Hasta tres generaciones iban a bordo de las embarcaciones este año. 'Hay que ganarse el puesto y el respeto de todos', aseguraba Moncho, nombrado jefe de una de las embarcaciones este año, pero que recuerda sus épocas de remero. 'Esto no es un disfraz', añadía Miguel Arriaga, fundador del actual Ateneo Vikingo de Catoira, 'nosotros sufrimos una metamorfosis total. Y hoy somos vikingos hasta para nuestras familias, que apenas nos reconocen', agregaba este catoirense que cuando no es vikingo es agente de seguros.

Seña de identidad

Y es que, por sorprendente que parezca, los 3.500 habitantes que tiene este pueblo, situado al fondo de la ría de Arousa, han conseguido, podría decirse que con sus propias manos, que esta fiesta profana se haya convertido en la seña de identidad de su municipio. Son ellos quienes reconstruyeron la historia de las invasiones normandas; quienes viajaron a Dinamarca para traerse los planos de un dakkar y reproducirlo con obstinada exactitud en la escuela-taller de su localidad; quienes, este año, han vuelto a transformar un arenero en barco vikingo para que haya dos embarcaciones; quienes cosen sus ropajes y decoran sus navíos; quienes elaboran los guiones teatrales recreando invasiones normandas, que representan hasta un centenar de catoirenses (ancianos, hombres, mujeres y niños del pueblo) en el propio escenario de las Torres durante los cuatro días que duran las fiestas...; hasta la música la compone Manuel Ribeiro, un joven de la localidad que toca en un grupo de música folk. El desembarco es sólo el punto culminante de la celebración, pero esta fiesta tiene detrás el trabajo de meses de un pueblo entero.

El Ateneo de Ullán

¿PERO QUIÉN Y POR QUÉ empezó esta fiesta hace más de 40 años? Pues la historia es muy bonita. Hoy ya no queda vivo ninguno de sus fundadores, pero la cuenta Gonzalo Bouza Brey, hijo de uno de ellos: 'Son recuerdos de mi infancia. Sólo tenía ocho años. Eran los años de la represión franquista y empezaban a surgir grupos de intelectuales que se reunían y trataban de difundir la cultura y costumbres

galegas.

Mi padre, Luis Bouza, era uno de ellos, pero junto a él estaban importantes poetas gallegos, como Valdomero Isorna, Faustino Rey, Plácido Castro..., y después se fueron sumando otros hombres de letras como Xexus Ferro Couselo o el propio Camilo José Cela. Se autodenominaron el Ateneo de Ullán. En el salón de Casa Emilio -un restaurante que se encuentra frente a la estación de ferrocarril- se llevaban a cabo las charlas de ingreso. Yo acompañaba a mi padre y veía cómo los nuevos pronunciaban un discurso para ser aceptados en el Ateneo. Uno de aquéllos versó sobre el sometimiento del rey vikingo Ulfo al catolicismo por el obispo Sisnando. Y, a raíz de eso, como un acto liberador, decidieron celebrar una fiesta y escenificar aquel hecho histórico. El lugar elegido fueron las Torres de Oeste. Y allí fueron todos con sus familias'. Pues de aquí viene todo. Otros siguieron la iniciativa y la recrearon hasta hacer de Catoira el municipio más vikingo de España, que ha convertido a ¡Ursulá! en 'su secreto mejor guardado'.

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