Sugerencia
Me apesadumbra la idea de que Juan Pablo II siga ejerciendo a la intemperie, con su mala salud, hasta el final de sus días. Es duro lo que tiene por delante. Enfermar y, presumiblemente, morir constituye un mal trance para todos. Pero hacerlo como Papa ha de ser de lo peorcito: con información de primera mano, como quien dice. Que Dios no existe, o que Dios es una negraza, o que Dios es pobre, o que a Dios le tienen sin cuidado los pecados de la carne, o que Dios está, de la Iglesia, hasta la mismísima Trini. En fin, un trance.
Y encima teniendo alrededor a los colegas del Vaticano. En realidad, aunque nos duela como espectadores, no debería extrañarnos que el santo hombre se apresure a poner las sandalias del Pescador en polvorosa en cuanto se le presenta la más mínima oportunidad de viajar lo más lejos posible, aunque sea a países en donde no hay ni católicos ni televisión por cable. Soportar dolores atroces e incomodidades sin cuento es, sin duda, más llevadero que aguantar las intrigas del Cardenalicio. Eso por no hablar del sofocón de la pederastia ni de la visita de Piqué pidiendo árnica.
Hay quien dice que si el Sumo Pontífice no corta con sus actividades viajeras es porque ha decidido apurar el cáliz hasta el pocillo y ofrecer al público el espectáculo de su escasa salud, y quizá de su deceso en directo, a modo de sacrificio por la redención de los pecados. Si ello es cierto, me apresuro a señalarle a Su Santidad que la nueva ley Bossi-Fini del Gobierno italiano para controlar inmigrantes le ofrece una ocasión única de rematar su reinado con un martirio a lo grande, digno de su pasado teatral y de su pontificado a lo Grotowski.
Veamos, ¿en dónde no ha estado nunca el Papa? En una patera. En un barco atiborrado de aspirantes a ilegales, tampoco. Siendo el descendiente de Pedro varón de probada solidaridad con los pobres, sobre todo cuando crecen y se multiplican sin condón, ¿qué mejor final que esperar en la proa de una embarcación cargada de inmigrantes, bajo la solanera, a que el buque de guerra de Berlusconi les corra a gorrazos?
¡Caminar sobre las aguas, con los desarrapados detrás y las huellas dactilares listas para un chequeo policial reglamentario! Puro Cecil B. de Mille.