_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desplomes

La gravedad es una ley que no admite enmienda alguna. Lo demás se reduce a una pura lucha contra ella, contra esa fuerza que imanta todo aquello que se jacte de ser o existir. Cualquier objeto que sube, tarde o temprano acaba por regresar a la superficie que le corresponde por origen y destino. Y no hablo de torres gemelas ni gamberradas de tal calibre, me refiero a todo en general: desde esos templos del pasado que hoy sólo son ruinas acotadas para que los turistas se fotografíen en sus osarios de piedra hasta ese balón que se eleva sobre el terreno de un estadio japonés y que vuelve incansable a la hierba para que Raúl lo remate. Hablo de todo, ya digo, hasta de usted y de mí que paseamos nuestra perpendicularidad sobre el mundo sabiendo que acabaremos como un Cristo yacente: mudos y extendidos bajo la tierra llana.

Los derribos están a la orden del día. Hace nada que en l'Hospitalet de Llobregat, un edificio de cinco plantas se desplomó por una afección de aluminosis que ningún especialista supo diagnosticar a tiempo. En el casco antiguo de Alicante pasa también de vez en cuando y no hay apuntalamiento que lo evite. La pasada semana, sin ir más lejos, le tocó a Ismael Álvarez, alcalde hasta hace poco de Ponferrada. También parecía bien apuntalado por sus correligionarios de corporación y partido, pero ya ven, torres más altas cayeron y a ti te encontré en la calle, bruñido de betún y brillantina, triunfador como pocos y dispuesto a cualquier hora a darle cuerda a los instintos. Lo suyo no fue precisamente aluminosis sino panal de rica miel donde quedó pegado el glande de su arrogancia. Nevenkitis le llaman desde entonces y la verdad es que el término es harto elocuente para explicar derribos tan estruendosos y de tanta polvareda. Lo bueno de estas cosas es que tanto los constructores como los señoritos prepotentes, ante desplomes así, afinarán muy mucho a la hora de elaborar un proyecto o un propósito. La gravedad es implacable, pero también hay leyes y sentencias que se van acercando a esa lógica natural castigando sin tibiezas a quien acosa y maltrata. Ahora sólo nos falta un gol de Raúl para acabar creyendo en lo imposible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_